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Valencia

Paco Alcácer, los ojos del asesino

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol cada vez es menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, raramente un partido cerraba los 90 minutos y la portería se mantenía a cero. Eran otros tiempos, solían ser partidos fluidos, perplejos y excitantes.

Por los alrededores del Turia parece ocurrir lo mismo, en correlación con el gol, durante un tiempo que los partidos en Mestalla dejaron de ser fluidos, perplejos y excitantes. Dejaron de tener gol, la esencia del fútbol y la gente fraguó sobre una marea emocional, unos días eran blancos y otros negros pero ya no solían ser blanquinegros. La unidad se había partido.

En estos días se cumple un año de aquella noche donde el gol y el jugador firmaron un pacto de alianza. Su bautizo. Todos fuimos presentes de aquella obra. Derecha, izquierda e interior. Un, dos, tres. Todos golpe seco mortal. Al primer toque todos, excepto el primero. Todavía no había engrasado la máquina y la situación lo requería por comodidad y seguridad. El segundo -tercero de la contienda- fue un rayo de luz, Vargas dejaba atrás un balón solitario ligeramente botando y Alcácer iluminó Valencia, se igualaba la contienda y con este el partido se iba a la prórroga, Sommer aún busca por donde entró ese balón, nadie se lo explica. El tercero en su cuenta particular, era el sello de la noche, no podía faltar a la cita. Centro lateral, fuerte y raso abajo que con un ligero toque desvía lo justo y necesario para que el balón ingresará plácidamente en el fondo de las redes. El gol de viejo, el gol de sabio, el gol de asesino.

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De repente ocurre, algo se acciona y en ese momento sabes que las cosas van a cambiar. Ya han cambiado.  Y a partir de ahí ya nada volverá a ser lo mismo. Ya no hay vuelta atrás, lo sientes, y justo entonces intentas recordar en qué momento comenzó todo y descubres que todo empezó antes de lo que pensabas. Con el delantero de Torrent retornó la ilusión. Volvieron los partidos fluidos, perplejos y excitantes al cauce del Turia. Anoche, Alcácer volvió al lugar del crimen. Volvió a abrir la lata. Lo que se le pide a un delantero. Otra vez al primer toque, con sello, con esencia y sin dejar huella. Asesinato limpio y perfecto.

Desde que aprende a caminar, sabe jugar. La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita y esto le hace encontrar el gol con la facilidad que el experto encuentra el placer. El orgasmo deja de ser un desconocido para ser un acompañante durante la noche y con Alcácer nace su idilio con el gol. La multitud delira y el estadio se olvida que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire. El jugador bendecido por la diosa del fútbol en el nombre del gol, rastrea el cuadrado cercano a la portería olfateando su presa. Y es ahí, cuando parpadeas, le miras a los ojos y el balón hace tiempo que ya ingresó en el fondo de la portería, al primer toque, asesinato limpio y Mestalla se vuelve a elevar.

Texto adaptado y extraído de ‘El fútbol a sol y sombra’ de Eduardo Galeano

@PipeOlcina17 | 1995. Periodismo. Peor sería tener que trabajar, que decía en un cartel de la redacción del Times.

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