El aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fue una decisión aplaudida por la inmensa mayoría de federaciones y deportistas de todo el mundo, sobre todo en aquellos países que contaban con una expedición numerosa al tiempo que se ven seriamente afectados por la crisis sanitaria del Covid-19. “Si he podido esperar 12 años para cumplir un sueño olímpico, no me importa aguantar un año más”, decía por ejemplo la gimnasta española Cintia Rodríguez. La salud es lo primero.
Incluso las grandes
estrellas se lo han tomado con optimismo y hasta con humor. Este no es el caso
de uno de los máximos exponentes de la delegación italiana y principal baza en
la natación, deporte de prestigio en los Juegos junto al atletismo. “Estoy
un poco en una encrucijada. Por un lado, tendré que nadar otro año, no lo
quiero creer, parece un chiste, el destino. No puedo terminar de nadar«,
exclamaba una Federica Pellegrini que ya avistaba la retirada tras Tokio. Este
cambio de fecha le obliga a prepararse otros 365 días, pues no está dispuesta a
abandonar la piscina sin disputar una cita que llevaba tiempo en su cabeza.
Pellegrini ha vivido su
carrera marcada por la presión, que le persigue con el propósito de alcanzar
las expectativas depositadas en ella. Todavía era una adolescente (16 años)
cuando logró una plata histórica en Atenas 2004, convirtiéndose en la
deportista más joven de Italia en subirse a un podio individual. Cuatro años
después, también en los 200 metros libres, conquistaba el primer oro
femenino de la historia de la natación italiana en unas Olimpiadas. Pero es
en los Campeonatos mundiales donde su leyenda se agranda: no se ha bajado nunca
del podio en su prueba favorita desde 2005, acumulando cuatro oros, tres platas
y un bronce. Abanderada en Río de Janeiro sucediendo a Valentina Vezzali, en
Italia la tienen en un pedestal. Su vibrante personalidad y la facilidad para
sacar partido a su imagen le han llevado a ser la deportista con más seguidores
en el país transalpino. Solo en Instagram, su red predilecta, tiene 1.1
millones de fans.
Pero la consecución del
éxito no ha estado exento de un camino empedrado y plagado de obstáculos. La
línea que separa la gloria del fracaso es tan delgada en un deporte como la natación,
que la mente puede jugarte malas pasadas. Toda la responsabilidad del desastre
olímpico de los nadadores italianos en Londres 2012 (primera vez sin
ninguna medalla desde 1984) fue asumido por su máxima referente, una Pellegrini
que ya había resbalado en el Europeo previo y que no pasó del quinto puesto en
los 200 metros. «Unos Juegos Olímpicos no anulan todo lo que he hecho.
Claro que duele cerrar un ciclo de mi vida de esta manera, pero estoy contenta
de haberlo intentado hasta el final. Esto es el deporte y hay que mantenerse
tranquilos también cuando se pierde», decía entonces la de Mirano,
duramente criticada en los medios italianos.
“¿Ha terminado su
era?» rezaba en portada «La Gazzetta dello Sport», en una época donde la todavía
joven nadadora (todavía 24 años) aparecía más en los medios por su vida privada
que por sus logros en el agua. Algunos achacaron sus inesperados resultados a
los supuestos escándalos amorosos que se le atribuían. “No todos
llevan bien que una mujer sea una triunfadora y que tenga una vida fuera de
casa o de su núcleo familiar”. Otros, a los problemas con su entrenador, Philippe
Lucas, más centrado en la prueba de 400 metros que en la de 200. Una
distancia más larga perjudicaba a Federica, que ya de pequeña sufría problemas
de asma y ansiedad, además de bulimia.
No han sido estos los
únicos problemas de Pellegrini a lo largo de una carrera llena de altibajos. Si
llegó a las órdenes de Lucas fue por el fallecimiento de Alberto Castagnetti,
al que siempre consideró su mejor entrenador y como un segundo padre. El trago
amargo de Londres fue difícil de digerir, hasta el punto de tomarse un descanso
prolongado con Río como único objetivo. En los cuatro años entre una edición y
otra sumó dos platas continentales, insuficientes en la memoria de aquella
adolescente subcampeona olímpica. La decepción en Brasil fue peor que la de
Londres, pues acabó cuarta por una décima de segundo. Como tantas veces pensó
en la retirada, pero un año después se desquitó con una proeza que muchos
consideran como la más importante de su carrera. Fue en el Mundial de
Budapest, destronando a una Katie Ledecky nueve años más joven y que
solo sabía ganar oro tras oro.
Aquel fue el impulso definitivo para pensar en la
revancha olímpica, una vez más. Al acabar 2018, y pese a los enésimos rumores
de adiós, confirmó su presencia en Tokio 2020. “Me esperan dos años de
infierno” dijo entonces, sin saber que serían tres. Llegará a sus quintos
Juegos con 33 años recién cumplidos, esperando estar lista para su última
batalla. Si es que es la última…
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