Llama poderosamente la atención que un pabellón de baloncesto, posiblemente una de las canchas más calientes de toda Europa, se apellide de “la Paz y la Amistad”, pero les pongo en situación. Desde 1992 es la casa del Olympiacos y algunos con ironía a este Palacio de la Paz y la Amistad le llaman el de las dos mentiras (no creo que vayan mal desencaminados). 15.000 espectadores se aglutinan en sus gradas para poder ver cada jornada a su equipo. Gargantas rotas por los cánticos, un nido de bengalas clamando y profesando amor por unos colores, un ruido ensordecedor que impide oír a menos de un metro, básicamente, un infierno griego más propio de Hades que de un equipo de baloncesto.
Se han empleado decenas de metáforas para describir la competitividad del Olympiacos, esa capacidad de no irse nunca del partido y hacerle la vida imposible a cualquier rival. Si a esto, le unimos la masa social que suele acudir a los encuentros, no puede haber peor ambiente para jugar. Bengalas, punteros laser, elementos pirotécnicos…son los distintos objetos que suelen encontrase en una de las gradas más calientes del pabellón y que en algunos partidos han tenido que parar el encuentro por el arrojo de esos objetos. Ante esta situación, entiendo que los jugadores rivales puedan llegar a sentir miedo. Allí eres uno de los otros y esos otros no encontrarán ni paz ni amistad. Aun así, los aficionados no juegan (por el bien de algunos jugadores), son un elemento más del partido, pero no saltan al parquet. Los que si salen a jugar son los Spanoulis, Printezis y compañía. No sé qué puede dar más miedo, pero delante de ti tienes a uno de los mejores equipos de toda Europa. Pablo Laso, entrenador del RM, añadió una metáfora más para describir a Olympiacos. Jugar contra el equipo de El Pireo es como subir un ochomil. «Nunca se «raja». Es el equipo ‘pesao’ por excelencia. Parece que tienes que ganarles tres veces en un partido. Ese es el gran mérito que tienen”.
Printezis, pilar fundamental de Olympiacos | Getty
Equipo y afición, todo en uno. Eso es Olympiacos. Además, los jugadores sienten los colores y se identifican con los aficionados. Printezis salió de Grecia y volvió. Qué mejor que como en casa, tuvo que pensar el bueno de Giorgios. Exactamente lo mismo pensaría Kostas Papanikolau, que tras su periplo fallido por la NBA tuvo la oferta en la mesa de los griegos y no se lo pensó. Pero sin duda, la joya de la corona es Vassilis Spanoulis. Su año 2010 ya lo queríamos algunos. De un equipo pequeño como el Maroussi había pasado al todopoderoso Panathinaikos; era ya una leyenda en el país tras haber masacrado a la selección USA en el Mundobasket de Japón; había probado fortuna en la NBA y había vuelto con un gran contrato al Panathinaikos de Obradovic, Diamantidis y Jasikevicius para acabar ganando la Euroliga y ser proclamado MVP de la Final Four. Además, se había casado con Miss Grecia 2006. Qué más se podía pedir. Sin embargo, durante aquel verano de 2010, Spanoulis decidió hacer saltar la banca y tambalear Grecia como si de un terremoto se tratase. Cruzó de acera, del Panathinaikos al Olympiacos, movimiento considerado como un acto de alta traición. No se sabe bien, pero Vassilis dio el paso y el resto es historia. En su extenso palmarés cuenta con tres Euroligas con el Olympiacos y con tres entrenadores diferentes. El griego ha demostrado estar por encima de cualquier táctica o cualquier entrenador. Él es el sistema. No hay más. Y es que si hay algo que caracteriza a Spanoulis es precisamente esa fe ciega en sí mismo. Fe ciega que le profesan todos los aficionados del Olympiacos cuando coge el balón. No va a fallar. Fe ciega de un grupo de jugadores en una afición que nunca les abandona. No nos van a dejar tirados. En definitiva, una fe ciega que se retroalimenta y permite que todos confíen en todos, incluyendo a la grada. Importante a la hora de encarar un partido, ¿no creen?