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Fútbol

Nostalgia: oportunidad y amenaza

Extracto de ‘Futbolescencia, La Década Que Modernizó Nuestra Pasión’, escrito por Alejandro Mendo y editado por Librofutbol

https://www.libreriadeportiva.com/libro/futbolescencia-la-decada-que-modernizo-nuestra-pasion_75489

Lo aprehendimos de la célebre escena de Mad Men en la que Don Draper encandila y conmueve a los ejecutivos de Kodak con su discurso acerca del carrusel: la nostalgia es infinitamente más poderosa que la memoria. La voz magnética del apuesto publicista ilustra un cambio de paradigma temporal. La línea recta sobre la que situamos y proyectamos nuestras vivencias deja paso a una irresistible trayectoria circular que conduce al consumidor al lugar donde desea regresar. Donde sabe que es (fue) querido. La sofisticada máquina del tiempo llamada fútbol genera un vaivén emotivo similar. Sentados en una mecedora sensorial, jugamos eliminatorias a ida y vuelta con nuestra alma. Y como no siempre está claro dónde vamos, resulta tentador asomarse a la certeza del ayer y recordar de dónde venimos.

La nostalgia nos traslada a una zona de inmediato confort, pero lo cierto es que recordar es arma de doble filo. El efecto secundario es la indisoluble acepción negativa del término, acuñado en 1668 por el médico suizo Johannes Hofer en un intento por dar nombre al ‘deseo doloroso de regresar al hogar’ observado en algunos de sus pacientes. Como enfermos del fútbol, esto nos atañe. Hofer trató de capturar en un solo concepto la esencia del vocablo alemán Heimwh, el deseo intenso de estar en casa. Morriña, saudadehomesickness, dépaysement: nostalgia.

Toda una generación de futboleros se refugia hoy en los años 90, la década bisagra que redefinió el juego y modernizó para siempre el producto. El desarraigo actual convierte este momento histórico en un hogar al que regresar. Camisetas holgadas, botas negras y piernas sin depilar son la panacea ante la ‘desromantización’ del balón. Demográficamente, las cuentas salen. Los nacidos en los 80 y los 90 componen el principal segmento de futboleros y su voz tiene un deje nostálgico reconocible. El hincha con mayor poder adquisitivo acude asiduamente al estadio, compra prendas retro que le recuerdan un pasado mejor, construye el relato y dibuja un paisaje de saturación y desencanto. Es ley de vida para un deporte maduro que coronó la cima de la adolescencia en el Mundial de Estados Unidos.

En la grada o delante de una pantalla, el progresivo envejecimiento de la audiencia es incontestable. Por su parte, los organismos que con mayor o menor acierto e interés personal velan por el espectáculo siguen obsesionados por captar nuevos adeptos para la causa. Quienes regulan el juego y distribuyen el producto desoyen los biorritmos del público mayoritario: los menos jóvenes. Los fríos datos en forma de audiencias, la edad media en la tribuna o el sentiment del recalentado universo digital, donde los odiadores del fútbol moderno dialogan antorcha en mano, muestran un deporte con evidentes signos de desgaste.

Los 90 minutos son ya un formato bajo sospecha y la atención escurridiza no es solo cosa de adolescentes. El desarraigo afecta especialmente a un ejército de niños grandes que reaccionan al ‘macrodilema’ del paso del tiempo a través del ‘microrrechazo’ de esta o la otra novedad del producto. Adultos que se cobijan en el decenio en el que se enamoraron del balón mientras perdían la inocencia junto a él. ¿Por qué protestamos, entonces, a ese árbitro implacable que es el reloj? Porque no podemos evitarlo. Nos urge constar en acta. Articular o teclear ‘odio eterno al fútbol moderno’ devuelve al desnortado hincha al tiempo al que duele regresar. El ‘antigüismo’ reinante evidencia la dificultad para cortar el cordón umbilical con el pasado. Las diapositivas del carrusel revelan quién fuimos y quién desearíamos ser, aunque probablemente ya no seamos. El eslogan y el recuerdo recurrente son salvavidas que reafirman nuestra identidad. El consumidor renueva su existencia desde la queja. Odiamos lo nuevo, en parte y sobre todo, para recordar que estuvimos en lo viejo.

Imagen de cabecera: Alejandro Mendo

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