Hay veces que, cuando uno raya continuamente por encima de
lo previsto, se olvidan los orígenes. Se pierden los valores y la procedencia
queda en un segundo plano. El éxito, el sabor de la victoria, el ansia de la
zona acomodada surge un efecto placebo que olvida todo lo demás. Ese esfuerzo
por llegar donde nunca o casi nunca se llegaba. Esa sensación de luchar contra
todo y contra todos para estar casi en la cima o en ella misma. Y pasa en todas
las casas.
Hay quien exige más al Atlético por plantilla y presupuesto
sin siquiera saber que está incluso por encima del lugar que merece. Hay quien
critica al equipo rojiblanco de perdedor por rozar la cima con los dedos y
fracasar varias veces en el intento, sin darse cuenta que su lugar original
debería estar muchos peldaños por detrás.
Hasta 2012, el Atlético solo había jugado ocho veces en su
historia la Copa de Europa. Después llegó Simeone, cogió a un equipo a tres
puntos del descenso y ahora suma ya siete presencias consecutivas en la máxima
competición continental. Está a un solo punto (quedan tres partidos) de
asegurar de manera matemática el subcampeonato de Liga y, en sus siete
temporadas completas como técnico del Atleti, el club nunca ha bajado del
podio. Una vez campeón, dos en la segunda plaza (contando ya con ese punto que
parece al alcance) y cuatro en el lugar más bajo del cajón. Una serie jamás
antes alcanzada.
Los títulos, por cierto, también merecen ser recordados,
pues muchos se olvidan que ya ha ganado casi todo lo posible y que él solo suma
más entorchados que lo que juntan otros grandes técnicos. A saber, una Liga,
una Copa, una Supercopa de España, dos Europa League, dos Supercopas de Europa.
A uno por temporada. Sin mencionar que el último que le falta, la Champions, ha
estado a un palmo en dos ocasiones. En solo siete años, con él se han jugado
más finales que en los restantes 64 de competición.
Es por eso que el aficionado se decepciona cuando, tan cerca
del éxito una y otra vez, el equipo se desfonda por infinidad de factores
durante la temporada cuando la historia dice que sería prácticamente lo normal.
La brecha abierta entre Real Madrid y Barcelona y el resto hace unos años
parecía insalvable, hasta que al argentino se le metió entre ceja y ceja
competir con esos que le doblan en presupuesto.
Y es que el tema económico no es para nada una excusa, sino
un argumento, una explicación, un porqué a su afición más que a las rivales. El
presupuesto del Atlético en Liga, y su límite de Fair Play Financiero, está más
cerca de Valladolid (el equipo con menos presupuesto de la categoría) que al de
Real Madrid y Barcelona. A saber, los de Messi, ya campeones, están por encima
de los 900 millones de euros, mientras que el Real Madrid roza los 800. El
Atlético está en 400 y el citado Valladolid se queda en solo 35 millones. De
igual manera, el cuarto en esta lista, el Valencia, suma 211. Por lo que el
Atlético casi le dobla.
Esto, traducido, significa que el Atlético tiene la
obligación de ser tercero y no luchar por nada en Liga. Que estar por debajo
dado la diferencia salarial sería un fracaso y que estar por encima sería un
éxito. Y no solo lleva dos años estando por encima, sino que además alarga el
alirón del campeón hasta casi el final. En Europa, donde el equipo cayó en los
octavos de final, el club se coloca como el 15º con mejores recursos
económicos. Es decir, que también estaría en los guarismos establecidos.
Ojalá todas las temporadas que sean catalogadas de
fracaso signifiquen pelear la Liga hasta casi el final, estar en las
eliminatorias de Champions con posibilidades y tener suerte en los cruces y el
devenir de la Copa. Porque la afición que hace 13 años celebraba
clasificaciones para Intertoto y veranos hipotecados para acabar hincando la
rodilla contra un Bolton de turno, hoy no acepta que la Juventus te eche de
Champions y que Messi te gane la Liga.
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