Alex JIMÉNEZ – La vida da muchas vueltas. En ocasiones, demasiadas. Millones de personas que ejercen cada día en profesiones que no hubieran imaginado nunca y que no tienen en absoluto que ver con sus estudios ni formación. Pero ahí están, dando el callo, cumpliendo incluso mejor que otros que llevan años preparándose. El destino es caprichoso, incalculable e impredecible. Y nunca se sabe por dónde va a salir, cuál será su próxima estación.
Que se lo digan a Noel Valladares. Nacido en Comayagua hace 37 años, hoy es por méritos propios un ídolo nacional en Honduras y una de las claves de que el país centroamericano se encuentre en la tesitura de disputar por primera vez su segundo Mundial consecutivo, el tercero de su historia. Valladares es todo carisma, liderazgo, seguridad bajo palos y ese atisbo de experiencia que todo equipo necesita cuando las cosas se complican. Algo que absolutamente nadie en el mundo hubiera vaticinado hace solo dos décadas.
Porque lo que verdaderamente le gustaba al guardameta no era detener goles, sino anotarlos. Su auténtico sueño era el de convertirse en un depredador del área, en un delantero capaz de ser recordado para la posteridad. Con esa premisa ingresó de joven en el club de su ciudad natal, el Real Comayagua, pero las cosas no salieron como había idealizado. Durante muchos años, intentó ser el nueve de referencia del equipo de su localidad. Se esforzaba a destajo, día sí y día también, pero su duro trabajo no tenía la más mínima recompensa y poco a poco comenzó a darse cuenta de que aquel no era su sitio. Pero, lejos de desahuciarle, la vida y el fútbol le dieron una nueva oportunidad. Valladares tenía unos reflejos impropios del que nunca se ha visto bajo palos. En su equipo lo notaron, comenzaron a instruirle como portero, y poco después, casi sin quererlo, el hondureño comenzó a demostrar que su lugar podía estar debajo de la portería.
Hasta tal punto que con solo 18 años era ya una de los guardametas con más proyección del país. Su progresión y crecimiento en portería comenzaron a trascender, y en 1996 el Club Deportivo Motagua, segundo equipo más laureado de Honduras, le echó el guante para incorporarle como tercer portero de su plantel e ir dándole galones progresivamente. En cuestión de unos pocos años, Valladares había pasado de ver cómo se hacían trizas sus ilusiones de brillar sobre el verde a afrontar su prometedora realidad bajo el arco. Aunque seguía sin renunciar a sus sueños. Un día, ante la falta de efectivos en un entrenamiento, su técnico, Ramón “Primitivo” Maradiaga (otro referente del fútbol catracho) le situó como delantero centro para poder completar un partido de once contra once… y quedó sorprendido con las habilidades y el derroche de Valladares en punta. Sin darse cuenta, acababa de resucitar a un fantasma que estaba muy vivo.
Así, con el paso de los años, el catracho comenzó a adquirir el rol de portero-delantero. Ya sabía que su sitio estaba en la meta, que poco a poco fue haciendo de su propiedad, pero no era raro verle entrar de revulsivo en los segundos tiempos en la delantera (incluso ya defendiendo la zamarra nacional, en los Juegos Panamericanos de 1999 o en las Olimpiadas de Sídney 2000), contagiando al equipo con su garra, apetito y corazón. Anotó incluso varios goles sobre el verde, el más importante de ellos en un triunfo ante el Olimpia (rival histórico del Motagua y hoy club del arquero) con el partido agonizando hizo que su equipo creyese en el pase a la final del Torneo Clausura hondureño 2003, que terminaron consiguiendo con otro tanto de Jairo Martínez solo cuatro minutos después. Palabras mayores.
Con la cuenta atrás para Brasil en su recta final, Valladares es el capitán de Honduras y acumula 122 partidos con la zamarra catracha, siendo el segundo jugador que más veces la ha vestido tras Amado Guevara (138). Todo gracias a que supo darse cuenta a tiempo de cuál era su lugar. Sabe que ésta puede ser su última Copa del Mundo, y quiere despedirse dándose un homenaje y cumpliendo el mayor de sus anhelos: disputar unos minutos fuera del arco, en concreto en la punta de ataque. Y si puede ser con gol, mejor que mejor. Por pedir, que no quede. Al fin y al cabo, a veces los deseos también se cumplen, ¿no?
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