No voy a negarlo. No ha sido la mejor semana para los que defendemos la participación más sistemática que esporádica de jugadores del filial en las alineaciones del primer equipo. El partido de ida de los octavos de final de Copa del Rey contra el Levante UD acabó con las malas sensaciones que acostumbra a dejar una derrota, a las que hay que añadir un nivel de juego muy pobre. Llegaba a las 21:30 feliz al ver que Juan Brandáiz ‘Chumi’ y Juan Miranda, dos jugadores del filial a los que Ernesto Valverde quiso dar la oportunidad de demostrar que están preparados para cuando se les necesite, partían como titulares. Pero analizando lo sucedido desde el minuto uno de partido no puedo decir que me sienta radiante al comprobar hacia donde ha acabado confluyendo toda esta situación (y no me refiero solamente a lo sucedido en el terreno de juego).
No voy a negarlo. El partido de Chumi y Miranda fue flojo. Eso sí, tan flojo como el de sus compañeros, que colectivamente se vieron superados por un impetuoso Levante que afrontará el partido del Camp Nou con una mínima ventaja en la eliminatoria. Y entre tanto caos (quiero volver a decirlo) colectivo, pudimos asistir a la surrealista y desmesurada crítica que desde las redes sociales se produjo hacia estos dos chavales de 19 y 18 años respectivamente. En mi opinión, se les echó más culpa de la que merecían, ya que no fueron responsables directos de ninguno de los dos goles ni estuvieron muy por debajo del nivel que jugadores más experimentados, caros y contrastados mostraron a lo largo de los noventa minutos. Chumi y Miranda fueron una pieza más de un bloque desdibujado y desbordado, que mostró incapacidad para combinar, adueñarse del balón y ofrecer opciones de circulación viables entre líneas, con una distancia entre línea defensiva y centro del campo tan lejana como inaccesible.
No voy a negarlo. Pillé un buen rebote cuando Valverde señaló a los dos jugadores del filial sacándoles del terreno de juego a las primeras de cambio, a modo de blanco fácil. Pensé que la fatalidad era doble, ya que a la decisión tomada por el txingurri había que añadirle la cantidad de mensajes de “¡ya era hora!” o “está claro que no valen para el primer equipo” que ya estaban asomando la cabeza en mi timeline y que acabaron de enervarme por completo. ¿No valen para el primer equipo? ¿Cómo puedes afirmar esto después de 45 minutos y sin haber visto, probablemente, un partido del filial en toda la temporada? ¿Qué necesidad hay de hacer este tipo de comentarios hacia jugadores que forman parte de nuestro patrimonio? ¿Qué ganamos con esto? Acto seguido, opté por calmarme, comprobar que ya tenía algo que contar en mi siguiente artículo y acordarme de que el tiempo pone a cada uno en su lugar.
No voy a negarlo. Me gusta mucho que un jugador del filial sea capaz de entrar en dinámica de primer equipo, jugar, salirse, integrarse a nivel colectivo con éxitos, adaptarse tácticamente al fútbol de ‘los mayores’, consolidarse en la primera plantilla, triunfar, ganar títulos. Creo que nada me produce más orgullo como culé. Pero hay que tener claro que este proceso (que ya hemos vivido en otras épocas y no nos ha ido nada mal) necesita de la versión más paciente de un perfil de aficionado acostumbrado a la inmediatez. No podemos pretender que jóvenes de 18 años no se equivoquen, no desentonen, no tengan baches futbolísticos y mentales, no sean los desafortunados protagonistas de un gol en contra… El aprendizaje se alcanza a base de errores, de decisiones fallidas que te hacen cambiar, mejorar, madurar, crecer.
Es por este motivo que, siempre y cuando se quiera apostar por este modelo del que no tengo la más mínima duda, no debe ser tan prioritario el llegar en el primer equipo sino de qué modo aterrizas ahí. En qué condiciones. Dentro de qué tipo de hábitat. Bajo qué contexto. En otras palabras, buscando el mejor encaje posible. Difícilmente sabremos hasta qué punto puede aportar un jugador del filial si lo introducimos en un espacio desestructurado como el que hubo en el Ciutat de València. Hay que hacer sentir lo más cómodo posible al jugador novel, y esto pasa por darle la oportunidad de desenvolverse bajo el cobijo de los mejores. Porque nunca veremos al mejor Carles Aleñá hasta que no juegue junto con diez titulares. Porque nunca veremos al mejor Juan Miranda hasta que no juegue acompañado del lateral derecho, mediocentro y centrales titulares. Porque nunca veremos al mejor Riqui Puig si le juntamos con jugadores que no le hacen sentir cómodo en la circulación y posición. Porque nunca veremos al mejor Álex Collado si reducimos su participación a partidos residuales en el que presentamos alineaciones de circunstancias. En definitiva, entendiendo como la mayor de la prioridades la creación de un hábitat de desarrollo lo más prolífico posible hasta su consolidación, a corto-medio plazo, como activos de calidad para el primer equipo del FC Barcelona.
No voy a negarlo: si todo esto pasa, lo celebraría como el más grande de los títulos.