Tendemos a poner espejos delante de los futbolistas. Espejos en los que no ven su reflejo, ven el de otro futbolista, al que la sociedad futbolística presiona para que se asemeje. Un reflejo que puede ser malvado y toxico, porque normalmente es de gran calibre, y muy difícil de superar. Entonces es cuando el futbolista, al otro lado del reflejo, se siente agobiado, desesperado y con falta de personalidad.
Le pasó a Messi con Maradona, a Xavi con Guardiola y a muchísimos jugadores más. Algunos han sabido convivir con esa comparación, y han superado a su reflejo. En cambio hay otros a los que la situación les acaba destruyendo como futbolistas, y decaen poco a poco, sintiéndose la eterna sombra de la gran figura que se encuentra delante de él, en aquel maldito espejo que les persigue todos los días.
Un día Dybala se miró al espejo y todo era diferente, había llegado la hora. Al argentino le habían comparado con Messi, la figura más alta, con la sombra más amplia, condenada a ser eternamente insuperable. Paulo es argentino, zurdo y talentoso, así que nació con la condena de tener aquel reflejo frente a él. Aquello no le gustaba a Dybala, que dejó claro desde el primer momento que no quería ser comparado con Messi.
Así es el fútbol, que quiso ver a las dos partes de aquel espejo en un mismo partido. Dybala, como un niño rebelde que se niega a afrontar lo que él no ha elegido, no iba a jugar aquel partido para superar a Messi, sino para destruir aquel reflejo.
La Juve se enfrentaría al Barcelona en Cuartos de final de la Champions League. Messi pisaba Turín, y Dybala le sentía cada vez más cerca.
Y llegó el día. El estadio, lleno, veía como Dybala pisaba el verde césped, con plena tranquilidad y dispuesto a cambiar las cosas, no estaba dispuesto a ser la sombra de nadie, quería escribir su propia historia.
Se abrazaba Paulo con el gigante al que veía en el espejo cada día, y este, comprendiendo su situación, le devolvía una sincera sonrisa. Él tampoco quería ser el otro lado de ese espejo que podía ralentizar su progresión.
El marcador indicaba el minuto 7, y a Paulo le llegaba un balón dentro del área. Controlaba con la diestra, pero de una forma especial, porque así hace las cosas él. En el momento en el que controlaba se giraba a la vez, mimando al balón, que sabía que estaba seguro en sus pies. Tras girarse, Dybala le pegaba con la zurda, con un efecto que ya es parte de la identidad de Paulo, la pelota entraba y el espejo empezaba a agrietarse. Consciente de que Dybala comenzaba a demostrar su personalidad.
La Juventus era muy superior al Barcelona, y el equipo Italiano era el dueño del fútbol en aquel césped, aquel día, en ese momento.
Comandaba Dybala al equipo aquel día. Un equipo que seguía sus pasos, largos, fuertes y seguros. Paulo estaba enamorando a toda Europa.
En el minuto 22, la pelota volvía a buscar sus pies, porque en ningún lado estaba mejor. El argentino recibía el balón fuera del área, y miraba a su zurda, sabiendo que esta vez tampoco le iba a fallar. El chute penetró en aquella portería que se dedicaba a observar el recital de Dybala.
El partido seguiría con aquella tónica de superioridad italiana, y acabaría 3-0. Dybala acababa de conquistar todos los corazones que laten por el fútbol.
Paulo atendía a los micrófonos, y las primeras palabras que acudían a sus oídos eran las siguientes: “Paulo, hoy has sido Messi.”
Y Dybala contestó: “Yo no soy Messi, yo soy Dybala, el que juega en la Juventus.”
Aquellas palabras chocaban directamente con el espejo que tanto odiaba, y lo rompía, le hacía desaparecer.
Dybala no quiere tener a Leo enfrente, como un reflejo que le persigue. Le quiere tener al lado, en la selección y hacer historia junto a él, así de fácil.
Paulo ya ha empezado a escribir su historia, con su zurda, su personalidad y su esencia.