La mañana de ayer será recordada durante mucho tiempo. Quizás es una de las mejores cosas que tiene el deporte: un 30 de enero normal y corriente se convierte en aquel 30 de enero en el que te encontrabas con tu gente apoyando a un Rafa Nadal que ya solo juega por agrandar su leyenda. Y lo recuerdas a la perfección. Si otro deportista a esa edad y a estas alturas de carrera, con achaques normales por la larguísima trayectoria realizada, se encontrara en esa tesitura pensaríamos que el 0-2 de Medvedev era definitivo. Sin embargo, nadie puede dudar de Nadal. De hecho, quien lo haga, debería ser inmediatamente mandado a galeras.
El balear es ahora el jugador con más Grand Slam en la historia. En una entrevista ha asegurado hoy que su carrera es «infinitamente mejor a lo que hubiera imaginado». La duda es si sus hazañas podrán seguir alargándose durante mucho tiempo. Si el 21 será el número definitivo. Roland Garros, su cortijo, es el siguiente objetivo. Ha pasado de no saber si iba a poder volver a jugar a hacernos pensar que es de otro planeta. Y lo mejor de su carrera es que no solo se hablará de él por su tenis, sino por su eterna humildad. Es un ejemplo a seguir.
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