Si para algo sirve Twitter, además de para obligar a dimitir a ciertos cargos públicos, es para certificar la continua polarización en la que vivimos. Cualquiera que sea tu comentario, la inmediata catalogación en unos de los extremos es inevitable: de derechas o de izquierdas, madridista o antimadridista, con cebolla o sin cebolla. De ahí que, a raíz de la defensa que quien escribe estas líneas hizo de Neymar y su actitud frente a Colombia, una horda de mensajes constataron lo anterior: los madridistas me recriminaban que justificase lo injustificable mientras que otros sectores aplaudían la defensa a Neymar que, a mi juicio, está sufriendo una demonización exagerada. Pasé a ser antimadridista y pro-Barça, cuando otras veces, según valoraciones externas, fui todo lo contrario.
Como en 140 caracteres (algo menos si tienes que mencionar) pocos análisis reflexivos caben, intentaré en las próximas líneas explicar algunos puntos. Partiendo de una idea base: la opinión pública ha sido hipócrita con Neymar, a quien ha cargado la culpa por una reacción que cualquier persona, en sus circunstancias, hubiera tenido. Tesis reforzada por las pruebas gráficas que demuestran cómo Neymar tuvo que soportar ante Colombia (una más) las continuas provocaciones, tanto de jugadores como de parte de la grada, y las constantes patadas, de mayor o menor intensidad, durante todo el partido. Agravado, además, por la condescendencia del árbitro, a quien no le tembló el pulso a la hora de sacar una amarilla a Neymar por una mano de dudosa voluntariedad pero que, a su vez, permitió la dureza del juego colombiano.
Como cualquier otro jugador, Neymar despierta filias y fobias. Su juego en ocasiones cargado en exceso de filigranas le ha granjeado más enemigos que amigos y ha recibido críticas incluso de los pesos pesados de su club. Ahora bien, hay un hecho que no deja lugar a dudas: los defensas se emplean con especial violencia en la tarea de frenar al brasileño. Incluso, sea o no con violencia, Neymar sufre constantemente faltas e interrupciones que terminan poco a poco por frustrar al jugador. De hecho, este gráfico muestra que, habiendo jugado menos minutos en la última Liga que dos de los jugadores más desequilibrantes del mundo, Messi y Cristiano Ronaldo, el brasileño recibe mayor número de faltas. En datos, Neymar sufre una falta, de media, cada 28 minutos. Messi la sufre cada 40 minutos y Cristiano Ronaldo cada 60. Evidentemente, son datos en bruto y la realidad no es tan exacta. No obstante, sirve para comparar la abultada cantidad de faltas que recibe Neymar en relación a los minutos totales que ha disputado en Liga.
La juventud, el carácter en ocasiones díscolo y el precio, todavía, de ser el novato juegan en su contra. Los rivales lo saben y le provocan, le incomodan, le golpean, le intentan sacar del partido…Algo absolutamente lícito y que entra dentro de los parámetros de este deporte, pero sería conveniente que se aplicase con justicia. Es decir, que roza el absurdo la intención de demonizar a Neymar por ciertas actitudes que son el resultado del trabajo sucio con el que sus rivales se emplean y que, a juzgar por el ambiente general, el brasileño debe aceptar y tragar, con el riesgo de revolverse con virulencia y convertirse en foco de todas las críticas. Ni Murillo cuando le dejó la plantilla, ni Zúñiga con sus manotazos ni Carlos Sánchez con el pisotón en la mano a Neymar sufrirá ningún escarnio público. De ahí que no fuera tan descabellado el análisis, lacónico pero directo, de Neymar en zona mixta: «usan las reglas contra mí». Esa parece ser la triste sensación que queda.
La intención no es aplaudir su reacción al finalizar el partido. Ni mucho menos. Todos, incluido el protagonista, son conscientes de que los gestos al término del encuentro estuvieron fuera de lugar y perjudicaron la imagen tanto del propio Neymar como la de su Selección. Únicamente, es preciso reivindicar que los hechos se juzguen con el mismo rasero, dejando atrás cualquier ideología que impida ver la realidad. Y, sobre todo, que se profundice en la necesidad de no convertir a una víctima en un verdugo, casi por arte de magia, y de esta forma procurar proteger a los creadores, con sus virtudes y sus defectos, y no a los detractores del fútbol imaginativo y por el que la gente está dispuesta a pagar su entrada.