No cae gota sobre Barcelona porque la tormenta se condensa en una pista inexpugnable para un gladiador que transita por su particular Coliseo rejuveneciendo su legado. Thiem navega, a contracorriente, con las olas del mar catalán surcando una raqueta que atesora un talento que sale a flote allá por Abril. El austríaco sabe que hoy es el día de demostrar coraje. Pero todo acto de valentía, ante Nadal, parece rebajado en notoriedad.
El balear sincroniza en la ciudad condal cabeza y corazón para aletargar la efectividad de un Thiem que esboza al aire palabras que son mero balón de oxígeno. Al otro lado de la red tiene a un genio cuyas pisadas sobre la arcilla son dignas de estampar en el mismísimo Paseo de la Fama de Hollywood.
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Nadal hoy asiente y sonríe porque el polvo de ladrillo le recompensa la ardua tarea de chocar contra la pared cuando la cabeza no está lista para mirar de frente. Hoy, en Barcelona, el manacorí desata pasiones y quebranta titulares de voceros que no saben qué es esto del tenis.
La raqueta del mallorquín carbura en este mes como pocas o ninguna. Acompasada y dejando marca sobre la pista. La garra que nace de cada golpe es lo que la mantiene viva aún. El balear domina desde la valla publicitaria. Thiem tiene que subirse a una escalera para restar de revés el bote de un Rafa que ve que su derecha -SU derecha- está de vuelta y presta para hacer soñar en la capital gala.
Montecarlo y Barcelona. Un binomio histórico en trascendencia porque nadie fue capaz de levantar diez de cada. Madrid espera al campeón español. En París se refugian porque los cielos barruntan borrasca.
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