Aunque aún sea demasiado pronto y duela decirlo, la actuación de la delegación española en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro está siendo decepcionante. Es cierto que en los últimos días, con las preseas de Mireia Belmonte y Maialen Chourraut el panorama es mucho más esperanzador y esperemos que estas actuaciones contagien al resto de la delegación, pero lo cierto es que todos los buenos presagios que teníamos en los días previos a estos Juegos se van diluyendo poco a poco con el paso de las jornadas. El tenis es el mejor ejemplo de ello, donde nuestra ‘Armada’ ha ido cayendo poco a poco y tan sólo nos queda la grata sorpresa de Roberto Bautista en el cuadro individual y el clavo ardiendo al que siempre podemos agarrarnos, nuestro seguro de vida, nuestro Rafa Nadal.
Cabe recordar que no está en su mejor momento, que las lesiones le tienen más castigado que nunca, que cada vez está más lejos de ser aquel niño engreído que se atrevía a toser a las mejores raquetas del planeta, pero amigos, ¡cómo disfruto viéndolo jugar!.
Es imposible que no te guste ver jugar a Nadal y sobre todo no sentirte orgulloso de él. Es como aquel compañero de clase de la infancia al que siempre has odiado por ser perfecto, pero que con los años te has dado cuenta de que ese odio era realmente envidia. Esfuerzo, garra, entrega, superación, lucha, no bajar nunca los brazos y una fortaleza mental anti todo. Todo ello está en el ADN del balear, que pelea contra viento y marea para volver a estar en lo más alto del mundo del tenis.
Su última jornada en Río de Janeiro es para enmarcar, en la cual debía jugar tres partidos en un día (no hablaré de la organización, porque daría para otro artículo, pero es tercermundista). Primero debía enfrentarse al siempre exigente Gilles Simon. El francés puso las cosas muy complicadas, sobre todo en el primer set, dónde nuestro abanderado venció en el siempre temido tie break. En el segundo, Nadal comenzó como un vendaval y todos respirábamos tranquilos pensando en la jornada tan dura que aún le esperaba al tenista de Manacor. Acabó venciendo con más problemas de los previstos, pero salía victorioso de su primera batalla.
Con apenas una hora de descanso, el mallorquín volvía a agarrar la raqueta, esta vez acompañado de Marc López (socio de lujo), para disputar una semifinal durísima contra la pareja canadiense formada por Pospisil y Nestor. Partido espectacular de los españoles que se impusieron por 7-6 7-6 y conseguían asegurar la cuarta medalla para la delegación española, aunque falta saber de que metal será.
Rafa contaba sus partidos por victorias, y aún faltaba el tercero y último del día, que lo disputaría con Garbiñe Muguruza en el cuadro de dobles mixtos. Una pareja que ilusionaba mucho al país, ya que son los tenistas españoles más importantes del circuito, y todo presagiaba que podían pelear por las medallas. Finalmente, Nadal optó por no participar, seguramente para preparar de la mejor forma y no poner en peligro las dos medallas que tiene tan cerca. Decisión difícil pero entendible del abanderado español, que, aunque muchas veces no lo parezca, es humano.