En Torrejón de Ardoz se para la vida. Lo hace durante 40 minutos. En ellos, el respetable está ojiplático. Arrastrado por una acción que desborda el subconsciente y anula la razón olvidando los límites del mundo. Porque los límites, en el Jorge Garbajosa, dejan de existir por unas horas. Allí la Final se consume engalanando una noche para el recuerdo en una ciudad madrileña convertida en el epicentro del Fútbol Sala mundial.
En el mismo escenario el FC Barcelona Lassa dio la primera machada. Y de aquel lugar la eliminatoria salió igualada con billete a la ciudad condal, donde los astros se alinearon para que la Liga se resolviera, en un quinto partido, de un lunes marcado a fuego por el destino desde octubre. El entorchado, a cara de perro.
La batalla debía acabar en una pugna trepidante a lomos de un deseo irrefrenable. Sobre la pista, el miedo dura un parpadeo. Lo que tarda en escucharse el sonido del silbato que cala, en medio del fervor, abriéndole paso al orden en forma de minutaje. Contener el aire es un privilegio.
Los bombos rugen como si no hubiera un mañana y el canto del alma local es la mejor defensa de un Inter que se busca en los primeros minutos. Lo que dura en calentarse la Final. Lo que tarda en coger algo más de temperatura la noche en Madrid. Lo que separa los dos palmos del área de Paco Sedano para que Gadeia, a la media vuelta, abra la veda, en el minuto 7, enarbole Torrejón y le corte el impetuoso comienzo a los blaugranas con una clara ocasión, tras el silbido, en las botas de Aicardo, que obligó a Herrero a meter la mano y desviar a la esquina.
Los locales quieren ritmo y el FC Barcelona Lassa acepta el desafío. La contienda se convierte en un correcalles mágico, con ocasiones multicolores, que obligan a no despistarse ni un solo segundo. Ahí, bajo la guarida de los tres palos, solo los porteros parecen ser los únicos que puedan parar la efervescencia. Primero Sedano con Ortiz, luego Joselito, con Herrero. El baile va por zonas del parqué. La primera parte se consume con ambos equipos en máximo apogeo de sus filas y la mínima ventaja azul tiñe la noche, tras los 20 minutos iniciales.
El interludio oxigena el pabellón y el Barça opta por un planteamiento constructivo. Inter juega al escondite a espaldas de la defensa visitante. El partido aumenta una marcha táctica y, con los 10 minutos transcurridos, el pabellón es una caldera que vuelve a prender la mecha del espectáculo sobre la pista azul. Adolfo se encuentra el empate, a bocajarro, pero el larguero obra impidiéndolo para disgusto de una parroquia catalana que se topa con la mala fortuna de frente. Andreu Plaza camina, sin rumbo, en la banda. Para sus pupilos pasa el tiempo como el peor de los intangibles.
Los de Velasco cierran con cinco llaves el área y la luz del FC Barcelona Lassa parece perder brío hasta que Roger, en un destello de calidad, afincado en la banda izquierda, cruza un balón, al palo contrario, enmudeciendo el aforo. A cinco minutos del Final la Copa no tiene dueño.
Es entonces cuando aparece la eternidad vestida de 10. Ricardinho le tira un túnel a Ferrao que atraviesa, segundos más tarde, la portería de Sedano en un haz de magia que recuerda por qué el portugués es el mejor hombre, en este deporte, sobre la faz de la tierra. Sentencia al Barça y lo manda a pensar en el duro castigo del 5×4 con una Liga en juego. La pena es, por severa, una losa imposible de levantar. Movistar Inter festeja, ante su gente, su duodécima Liga, la cuarta consecutiva abrochando una temporada inmaculada.