¿Cuántos jugadores rompen con todos los registros en las categorías inferiores de sus clubes y acaban en el saco del olvido cuando toca dar el gran salto al profesionalismo? Las lesiones, la capacidad de adaptación, la toma de decisiones, el entorno y la suerte son algunos de los factores que afectan y que condicionan la caída de muchos chicos que, jóvenes, afamados, se ven en la cima del mundo sin apenas haber llegado a la mayoría de edad y acaban hundidos en el pozo más hondo.
Eso le pasó también a Michael Branch (18 de octubre de 1978, Liverpool), el chico que una vez fue el ídolo de miles de adolescentes en Inglaterra. Un tal Wayne Rooney, que entonces tenía 10 años, decoraba las paredes de su habitación con los posters de Branch, el delantero de la cantera del Everton que estaba llamado a romper todos los registros. Siendo solo un año mayor que Michael Owen, el duelo particular que ambos tenían en los juveniles de sus clubes alimentaba una rivalidad histórica entre Liverpool y Everton. La mayoría se atrevía a aventurar que Branch sería el nuevo niño maravilla de la ciudad, comparándolo con un Robbie Fowler a quien la precocidad de su éxito le llevó a la cima siendo apenas un imberbe.
Michael Branch debutó en la Premier League con apenas 17 años, en un partido contra el Manchester United en la temporada 1995-1996, en la que jugó dos partidos más. El impacto de su puesta en escena fue notorio y rápido se le apuntó como uno de los jugadores a seguir. La campaña siguiente la pasó como un jugador habitual del primer equipo, cosechando un par de goles en 25 apariciones y dando pasos pequeños pero sólidos para convertirse en un jugador de Premier League. Necesitaba ganar experiencia a la par que músculo. Pero a él le sobrepasaba el hecho de no ser la estrella, de no ser determinante, de no ser el jugador vital como lo venía siendo en la cantera y como acostumbraba. No supo adaptarse al tiempo de cocción y la presión empezó a pasarle factura.
Tanto que en la que iba a ser su tercera temporada, y solo con 19 años, acabó por desgastarse y consumirse. Su nivel decreció a la par que aumentaba su desesperación y una serie de lesiones musculares le sacó del equipo en Navidad para no volver a ponerse la camiseta del club hasta justo un año después, en la Navidad de 1998. Pero ya nada volvió a ser cómo antes. Necesitado de minutos, de sentirse importante y de dar un cambio radical, el Everton le buscó una cesión. Se fue al Manchester City, petición expresa de su entrenador Joy Royle, que lo había dirigido en el Everton juvenil. Pero no cuajó. Tampoco en el Birmingham, segundo equipo que lo tuvo a préstamo. Entonces apareció el Wolverhampton y ahí se reencontró vagamente con el futbolista que una vez había sido. Marcó cuatro goles en los dos meses que estuvo a prueba y los Wolves decidieron firmarle un contrato por tres temporadas.
Con el uniforme negro y dorado vivió sus mejores días como profesional, aunque también su bochorno más sonado. Fue en su periodo a préstamo cuando, en un duelo contra el Nottingham Forest, marcó un tanto desleal. Los Wolves vencían 2-0 cuando el portero rival, Dave Beasant, lanzó el balón fuera para que los médicos atendieran a un jugador del Wolverhampton tendido en el suelo. Branch esprintó hasta la banda, evitó que el balón superara la cal y se hizo con el balón. Encaró y marcó, ante la pasividad de los compañeros y la incredulidad de los rivales. Se lo comieron y, pese a que solo corría el minuto 24, el técnico lo tuvo que retirar del campo porque peligraba su integridad física en cada balón dividido en lo que restaba de partido.
Pero su época de buen fútbol duró apenas un par de temporadas y volvió a ir bajando su listón. Reading, Hull City, Bradford City o Chester City fueron los clubes por los que pasó de manera fugaz antes de dar sus pasos más bajos, en el Halifax Town y en el Burscough, de la octava división de la pirámide del fútbol inglés. Tenía 31 años y, mientras Michael Owen, que había ganado un Balón de Oro, cuatro copas inglesas y tres europeas acababa de firmar con el Manchester United tras una carrera exitosa que habría podido ser mejor de no ser por las lesiones, él se encontraba jugando al fútbol amateur, en campos sin graderío, equipos sin afición y porterías móviles. Allí donde había jugando cuando tenía 12 y 13 años.
Tocó fondo y decidió dar un giro a su vida. Tiró de algunos contactos que había conseguido por su condición de persona pública y pulsó la tecla de la mala vida. En 2012, Michael Branch fue detenido por la policía después de ser visto en un parking vendiendo drogas, en una operación que llevó a los agentes tras la pista del ex futbolista más de cuatro meses. La unidad policial registró su casa y encontró gran cantidad de cocaína y solo dos meses después un juzgado le encontró culpable de tráfico de drogas por el que fue condenado a siete años de cárcel. Cumplió la mitad y, por buen comportamiento, el año pasado volvió a ser libre.
Ahora Michael Branch estudia administración y dirección de empresas y sueña con ser contable. Admite que siempre se le dieron bien los números y que ya ha pasado la mitad de los exámenes para conseguir su título. «Me costó mucho al principio, porque siempre es difícil volver a estudiar, después de tanto tiempo sin hacerlo». Nada más salir de prisión, se puso en contacto con la PFA (Asociación de fútbolistas profesionales) y colabora con ellos. «Cometí un gran error. Pero no soy mala persona. Pasé directamente del colegio a ganar mucho dinero y no supe lidiar con ello». Uno de sus cometidos es servir de ejemplo para los niños en formación, para que no sigan el camino que él siguió.
Porque Michael Branch llegó al estrellato antes de estar preparado para ello. Fue el foco público y un ídolo de masas cuando él aún estaba en la edad de tener ídolos y referentes. «Me habían bautizado como el nuevo Robbie Fowler. Pero yo lo veía marcar cada semana y pensaba que para mí sería imposible estar a la altura. Tenía un montón de presión con la que no podía lidiar. No lo llevé de la manera correcta. Pero eché en falta a alguien con quien hablar», señaña.
En la Enciclopedia del Everton, de James Corbett, se le define como «Un delantero fascinante bendecido con control de balón, ritmo y una destreza de movimiento inteligente. Él encabeza la lista de los jugadores que los seguidores del Everton sueñan con ver«. El programa prepartido del día de su debut, en febrero de 1996, le señalaba como «El mayor talento natural con capacidad goleadora que ha dado el Everton en muchos años». Quizás el contexto, la presión, el hype que había a su alrededor, no fue el propicio ni el adecuado. Porque Michael Branch apuntaba a la cima y se quedó en el olvido. Y como él, muchos.
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