El 8 de noviembre de 1519 los españoles ingresaron a Tenochtitlán para apoderarse de la capital del imperio azteca durante los próximos meses. Ante la ausencia de Hernán Cortés, quien encabezaba al numeroso grupo de conquistadores, Pedro de Alvarado quedó al mando de la capital azteca ordenando cerrar las salidas del Templo Mayor donde se desarrollaba una fiesta religiosa para los aztecas.
Dentro del patio sagrado se encontraban toda la aristocracia azteca quienes fueron masacrados a manos de los hombres de Cortés. El ataque rompió la relación entre los pobladores y españoles, formando los primeros, un batallón que tenía como única convicción jurar venganza. Con piedras y lanzas se acercaron los aztecas hasta los terrenos ocupados por los conquistadores en donde se encontraba prisionero Moctezuma II, gran orador de los nativos. Hernán Cortés, le solicitó a éste que calmara la furia azteca pero, entre la lluvia de piedras de los aztecas hacia los españoles, fue gravemente herido y perdió la vida dejando a los conquistadores en una situación de apremio.
Hernán Cortés planeó la huida no sin antes agrupar el oro sustraído a los habitantes y envió la señal de retirada a sus hombres quienes emprendieron la salida siendo interceptados por los vengadores quienes destruyeron a los hombres de Cortés. Esa noche Hernán derramó lágrimas de dolor al perder a numerosos hombres y ver cómo perdía el imperio azteca. “La Noche Triste” fue como se le nombró a este capítulo de la historia de México.
El calificativo de esa noche bien podría ser otorgado al pasado 18 de junio cuando, comandados por un colombiano, un “ejército” de mexicanos armados de fútbol sucumbía ante el talento y voracidad de un grupo de chilenos que, por defender una corona, tomaron como víctima a los aztecas macerándolos en una cancha de fútbol. Como aquella noche triste donde Cortés rompió en llanto ante la impotencia, millones de mexicanos que, soñábamos con una expedición maestra para robarle el oro a los sudamericanos, no podíamos creer los goles que la Selección Chilena de Fútbol nos arremetía por racimos haciéndonos un hueco en el pecho que difícilmente sanará.
Realmente creíamos que podíamos ganar y jamás pensamos que una masacre futbolística nos privaría de ese sueño llamado Copa América. Esta herida no va a cicatrizar. Convulsionar ante la peor goleada en la historia de nuestra selección de fútbol en un torneo oficial no va a borrarse pronto.
Las cuentas serán pedidas a Juan Carlos Osorio y deberá intentar, como Moctezuma II, calmar a un pueblo con sed de venganza esperando no correr la suerte de aquel gran orador de los aztecas y conseguir la revancha en un futuro.