Carmelo Anthony está viviendo sus horas más bajas como jugador. El alero, otrora una de las piezas más cotizadas de la NBA, va camino de su cuarto equipo en lo que llevamos de 2018 en cuanto los Rockets decidan deshacerse de él definitivamente. Una estrella que se ha ido apagando poco a poco.
Qué lejos queda ya la temporada 2012-13, debe de pensar Melo. Aquel año fue, literalmente, el único que le discutió el MVP a LeBron James. King James estuvo a punto de convertirse en el primer ganador unánime del galardón. 120 periodistas (de 121) votaron en primer lugar a la entonces estrella de los Miami Heat. El único que no lo hizo fue Gary Washburn. Este redactor del Boston Globe apostó por otro nombre. Sí, Carmelo.
Washburn justificó su voto en la importancia de Anthony en los Knicks. Rodeado de dinosaurios como Rasheed Wallace, Jason Kidd o Marcus Camby, el alero condujo a los neoyorquinos a su mejor temporada de lo que llevamos de siglo XXI (54-28). Lideró la NBA en puntos por partido (destronando a Kevin Durant) y fue el único capaz de cuestionar el dominio de su amigo LeBron en el Este. No solo privó a King James del MVP unánime, sino también del pleno de galardones a Jugador del Mes (Melo se llevó el premio de abril).
El duelo Carmelo-LeBron en las Finales del Este se daba por hecho, pero aparecieron los Pacers de Paul George y Lance Stephenson y se cargaron a los Knicks en la segunda ronda. Quién le iba a decir a Melo que no volvería a pisar unos Playoffs hasta 2018. De no faltar ni una sola vez a la fase final de la temporada en sus once primeras campañas como profesional a estar los cuatro años lejísimos de lograrlo. Fue el inicio de la caída.
El proyecto de Phil Jackson como presidente de los Knicks fue un completo desastre. El intento del Maestro Zen de implantar su famoso triángulo ofensivo a través de Derek Fisher no favoreció a Carmelo. Y eso se reflejó en sus números. El alero (uno de los mejores anotadores puros de la liga) pasó a estar más cerca de la veintena de tantos por partido que de la treintena, tal y como venía siendo habitual en los años anteriores. La prensa neoyorquina, que no es precisamente la más paciente de Estados Unidos, reportó varios roces entre Melo y Jackson. Los rumores acerca de un posible traspaso e incluso buyout salían cada dos por tres. Finalmente, ambos abandonaron La Gran Manzana en el verano de 2017. El 25 de julio Anthony fue traspasado a los Thunder. Iba a formar un Big-Three con Russell Westbrook y Paul George.
No fueron pocos los que vieron OKC como el destino ideal para él. Con PG13 y Andre Roberson liberándole de responsabilidades defensivas (nunca ha destacado por eso precisamente), su función en Oklahoma tenía que ser la de ejecutor. Como en la selección estadounidense, donde siempre ha sido letal. Al propio Carmelo se le veía hasta más motivado. Tanto, que creó a Hoodie Melo, una versión suya encapuchada más centrada en el baloncesto. Se generó un hype que no se cumplió.
El año de Anthony en el Chesapeake Energy Arena solo puede catalogarse como fracaso. No cuajó en el esquema de Billy Donovan y no mezcló con el alma del equipo, Westbrook. Por primera vez en su carrera no alcanzó la barrera de los veinte puntos por noche en temporada regular (16’2). Y en Playoffs, donde los Thunder se la pegaron en primera ronda ante los Jazz, su papel fue completamente intrascendente. Estaba claro que no iba a continuar vistiendo el azul trueno. Su destino estaba en los Rockets, uno de los equipos para los que más había sonado antes de aterrizar en OKC.
El fichaje por Houston generaba varias dudas, empezando por cómo su relación con Mike D’Antoni, con el que coincidió en Nueva York y con el que no acabó precisamente bien. También estaba el tema de si el estilo de juego Melo casaría con el de los Rockets, donde la media distancia es prácticamente inexistente. En octubre íbamos a salir de dudas. Un mes después, está fuera del equipo. Suplente por primera vez en su vida (había sido titular en los 1126 partidos de regular season y Playoffs que había disputado en su carrera profesional), quedó patente que Houston no era su sitio. Está a la espera de ser cortado mientras el equipo texano hace números.
¿Qué le queda ahora a Carmelo? ¿Lakers con su amigo LeBron? ¿Spurs con Popovich? ¿El carro de los todopoderosos Warriors? A sus 34 años (35 en mayo), se le agotan las opciones no solo de poder ser campeón, sino ya de volver a ser importante en la NBA.
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