El
Real Madrid, en una época convulsa en la política, volvió a hacer un mitin por
Europa, esta vez en la capital de Holanda, donde ya habían tocado el cielo una
vez, con la séptima. Habladurías. Los blancos, como buenos políticos, supieron
engatusar a un tierno pero impresionante grupo de jóvenes con un juego pobre, repleto
de vacío, de la nada más categórica. Los neerlandeses ya podían conversar entre
ellos, buscando apoyos. Los blancos volverían a tener la mayoría absoluta, casi
sin saber cómo.
El
tripartito blanco -su fantástico centro del campo- sigue viviendo de sus
falacias. El sino de su fútbol en la copa de Europa es la victoria y siguen
mintiendo porque su juego en la Champions League no es de este planeta, aunque ellos
quieran hacernos creer que sí. Se saben todos los códigos y secretos de la orejona
de pe a pa. Sin embargo, lo que no podían esperar es la batalla que iba a
plantear la jauría ajacied, bajándoles a la tierra, que presionó a todo el
campo desde el primer suspiro hasta el último. Los visitantes estuvieron
incómodos sin encontrar nunca una unión en su juego, dejando una distancia
kilométrica entre Karim Benzema y la medular. Thibaut Courtois mandaba un
sinfín de balones largos, una buena idea si aquellos no fueran destinados a… Luka
Modric. Sin poder conectar con su ataque, los cables cruzados parecían llevar a
los de Santiago Solari a un solo destino, con nombre de película mala: como
cortocircuitarse en Ámsterdam.
Los
sucesos que planteaban los anfitriones atolondraban a los madrileños, soñando
con levantar a los votantes de sus asientos, como si fuera una lección de
populismo. Pero no era eso. Los locales estaban exponiendo a grito pelado un
sinfín de hechos para ir con ventaja a la capital española, combinando su juego
desde atrás con los robos en campo contrario para salir al contrataque con sus
puntas. Todo salía, excepto el gol. El Ajax no había salido a comerse el mundo.
Estaba desayunado universos. Y, entre ellos, los blancos, no se sabe muy bien cómo,
sobrevivían en la boca de los locales. De nuevo.
El
segundo acto tenía pensado traer los mismos tintes dramáticos, con los de Erik
Ten Hag atosigando sin final, como si estuvieran obligados a no modificar su
plan de base. Solo se podía atacar. De hecho, en el primer tiempo ya les habían
anulado un gol y no parecían afectados, a pesar de ver como los aficionados no
solo tenían que colocarse un corazón que les había salido por la boca,
cantando, sino que tenían que recoger los pedacitos del suelo y volverlos a unir.
La única opción para los merengues surgía cuando Vinícius o Gareth Bale rompían
con el engaño de ir y venir sin balón. Y cuando solo hay una alternativa, esta
aparece. El brasileño enredó a Nicolás Tagliafico y acabó prestándole la pelota
a Benzema para que cosiera el cuero en la escuadra del gol norte del Johan
Cruyff Arena. Cuando hace mucho calor el Real Madrid siempre tiene un buen cubo
de agua helada para templar el ánimo.
El Ajax, aun así, optó por no tirar la toalla, con el comodín del
público dispuesto a ayudarles. Tras la enésima pérdida en medio de los de
Solari, los locales igualaron la contienda antes de que Marco Asensio volviera
a mostrar que el poder solo pertenece a unos y que, las nuevas leyes, aunque
sean positivas, no siempre son aprobadas. Los blancos iban a llevarse un
preciado tesoro de Holanda, voceándole a todo un continente que se necesita
algo más que un gran balompié para tumbarlos. Otra vez será.
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