El pasado domingo, el Estadio de la Cerámica era testigo de uno de esos momentos en los que uno se pregunta cómo puede ser tan amado un deporte tan cruel como el fútbol. El Real Madrid visitaba uno de los campos más difíciles para los equipos de la parte alta de la clasificación, donde ninguno de ellos había conseguido ganar; además, regentado por un Villarreal que necesitaba dar una alegría a su afición tras el desastre europeo frente a la Roma.
Desde su inicio, el partido fue una auténtica lección de fútbol de los locales, que dominaban la posesión, creaban ocasiones y no concedían en defensa; un vendaval de buen juego cuya única pega era la falta de concreción a la hora de materializar las llegadas al área de Keylor Navas. La parroquia amarilla disfrutaba viendo cómo el paso de los minutos significaba un aumento del protagonismo de los suyos en el césped, que estaban sometiendo a todo un Real Madrid. El líder de la Liga no era capaz ni de acercarse a la meta rival, pero la cara más sádica del fútbol empezó a aparecer cuando no se llegaba ni a la media hora de partido: la primera llegada con peligro de los blancos era repelida con maestría por Sergio Asenjo, el zamora de la competición, pero mientras todos disfrutaban de uno de sus milagros, él se dolía de su rodilla izquierda y las alarmas saltaban en el club. Tras una exploración rápida, el guardameta siguió en el campo y la preocupación se redujo por unos momentos, lo justo para que el varapalo de ver al palentino pedir el cambio fuese aún más grande. Andrés Fernández sustituyó a Asenjo y el juego continuó como se había dejado, repaso futbolístico sin premio, aunque ya con la sensación de que algo no iba a ir bien.
El centro del campo del Villarreal funcionaba a las mil maravillas gracias a una ligera modificación por parte de Fran Escribá, que había transformado el característico 4-4-2 en una especie de 4-2-3-1, en el que Adrián caía a banda izquierda y Jonathan se unía a Trigueros y Bruno en un triángulo de peloteros que estaba pasando por encima de –nada más y nada menos que- Casemiro, Kroos y Modric. Y así llegaba el descanso.
Tras el cuarto de hora en los vestuarios, los groguets mantuvieron el buen trato del balón pero ganaron en agresividad ofensiva, lo que permitió que, tan solo cinco minutos después del entretiempo, Trigueros recogiese un balón suelto en el área y rematase de volea al fondo de la red. De pronto, la rodilla de Asenjo se olvidaba por un instante y solo se veía a una piña de camisetas amarillas en el córner, felicitándose unos a otros por el tremendo partidazo que se estaban marcando. El trabajo se estaba viendo recompensado y la satisfacción vencía a la crueldad que había asomado en ese dichoso minuto 24.
El gol fue un empujón de moral para el Submarino, que metió al equipo merengue aún más atrás; tanto que Bruno se plantó con el balón en una posición mucho más adelantada que la que suele ocupar y sacó su magia a relucir con un pase que Bakambu convirtió en el 2-0. Éxtasis. Ahora sí, partido encarrilado y el optimismo ponía a todas las mentes a pensar en que lo de Sergio Asenjo iba a ser solo fruto de un susto y de la precaución del que ha sufrido demasiadas veces la crueldad del fútbol. ¡Qué bonito era de repente este deporte! Aunque había algún quisquilloso que se estaba fijando en que Adrián pedía el cambio tras el gol, y ya era el segundo jugador que se retiraba por problemas físicos en menos de una hora… disfrute del partido y olvídese de esas minucias, que el fútbol está haciendo justicia.
Zidane, tras 58 minutos de incapacidad de respuesta, sacaba a Isco en sustitución de un sobrepasado Casemiro y, no es por ser aguafiestas, pero al malagueño se le veía un brillo extraño en los ojos. De pronto, el recién incorporado había abierto un balón a Carvajal y Bale estaba rematando a gol. Bueno, el Real Madrid siempre marca, 2-1 y a seguir. Pero algo no iba bien.
Los centros al área se sucedían y la defensa amarilla tenía que emplearse a fondo. Además, la posesión empezaba a repartirse con más igualdad, ya no dominaban los locales. No obstante, el equipo menos goleado de La Liga se mantenía compacto ante las acometidas rivales; pero en una de ellas, Kroos intentó un disparo lejano que no llevaba mucho peligro, Víctor Ruiz lo despejó y Bruno, que se encontraba a escasos centímetros del central, recibió un pelotazo en el brazo izquierdo. Las explicaciones de lo que ocurrió en ese momento son infinitas, pero yo prefiero pensar, simplemente, en que el fútbol quiso divertirse en Vila-Real. Gil Manzano decidió que el capitán había tenido unos reflejos felinos que le permitieron controlar el balón con la mano en milésimas de segundo. Penalti y 2-2. Desde el vestuario llega la noticia de que Asenjo va a ser trasladado al hospital porque su rodilla izquierda tiene mala pinta. ¿Y la justicia?
El resto, una terrible historia de ensañamiento con un equipo que, minutos antes, rebosaba felicidad. Las continuas llegadas de los blancos tuvieron su premio con un cabezazo de Morata, que había entrado con la misma extraña mirada de su amigo Isco, ese gesto que yo estaba empezando a entender: el fútbol les había elegido para cometer su crimen esa noche, y ellos lo sabían.
Con el pitido final lo único que quedó en el Estadio de la Cerámica fue la desolación. Todos se preguntaban por qué a ellos, mientras el Real Madrid celebraba una victoria que no era del todo suya, sino que pertenecía en gran parte a la crueldad con la que habían sido inspirados sus dos brazos ejecutores. Y cuando parecía que nada podía ir a peor, la derrota dejó de tener importancia; el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda de Sergio Asenjo estaba roto por primera vez en su carrera. Las otras tres fueron en la derecha. Ánimo, campeón, volverás.
Maldito fútbol.
@DiegoDelGom | Periodista. Apasionado de eso que hay más allá de Real Madrid y FC Barcelona: el fútbol. Especialista en La Liga | Music lover.
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