Alcanzar el honor de disputar una final de Champions no es tarea sencilla. Podía parecerlo tras el encuentro de ida, mas el Atlético se encargó de demostrar que la gloria no se obtiene sin padecimientos. El equipo colchonero creyó desde el principio en la gesta y contó con el mágico apoyo de un Vicente Calderón que se despidió de la Champions definitivamente mostrando al mundo su grandeza.
Los rojiblancos saltaron al terreno de juego con el firme propósito de minimizar a su rival, algo que consiguió desde el corazón y el sentimiento, apelando a la épica a través del esfuerzo innegociable, sostenido en volandas por una grada que empujaba con una fuerza desmedida, con un aliento conmovedor. Así, guiado por una hinchada inigualable, el Atlético de Madrid se apoderó del juego y transformó su dominio total del juego y las emociones en una ventaja soñada en los prolegómenos convertida en realidad cuando sólo habían transcurrido 15 minutos de partido. Como si de algo natural se tratase, los jugadores dirigidos por el ‘Cholo’ confiaban en sus posibilidades de remontada y lo plasmaban en un 2-0 que hacía temblar los cimientos madridistas, más incluso por las sensaciones que por el marcador.
Hasta entonces, el equipo merengue parecía superado por los acontecimientos, aplastado por un rival crecido y un ambiente tremendamente intimidatorio. Sin embargo, desde ese momento, todo lo acaecido en un espacio temporal tan reducido aparentó ser un espejismo. El origen de la mutación experimentada en el curso de los acontemientos podría residir en dos factores. Por una parte, el vértigo experimentado por el equipo local, que se vio tan próximo a su objetivo, sólo un gol condicionado a no ver perforada su meta, que creyó que debía gestionar su ventaja con una calma que alimentó la reacción de su contrincante. De otra, la aparición de dos figuras fundamentales en el conjunto blanco. Isco y Modric, el orden de los factores no altera el producto, dieron un paso al frente y se adueñaron del centro del campo y con ello, del control del partido. Desde ese momento, aquel en el que el Real Madrid tomó conciencia de que podía caer eliminado tras presentarse en el Calderón con una renta excelente, el panorama del encuentro dio un giro absoluto. Desde la posesión, el control y el criterio aportado por los dos menudos centrocampistas, el Madrid se adueñó del partido y de su destino.
Y entonces, apareció él. El genio incomprendido. El talento innato convertido en magia. El artista que genera goles en jugadas inexistentes. Un jugador diferente en una posición que demanda ejecución y gol. Por fortuna, el fútbol es mucho más que eso. Karim Benzema se inventó una obra de arte indescriptible, una lunática maniobra al alcance únicamente de futbolistas brillantes. Una locura de jugada, en la que se deshizo de tres rivales reconocidos como marcadores férreos eludiendo igualmente la línea de fondo que aprisionaba su avance. El francés nos recordó que, pese a su frecuente falta de consistencia y actitud, continúa siendo ese jugador brillante capaz de mejorar al resto. Su jugada en el gol que suponía la tranquilidad para el Madrid en su caminar hacia Cardiff será recordada como magia eterna en la historia de una competición en la que Benzema brilla tanto como el club madridista. Kroos agradeció el regalo del francés con un disparo seco que sólo Oblak podía salvar, e Isco aprovechó el rechace para engrandecer y elevar al altar la exhibición de Karim en aquel maravilloso momento.
El gol y el psicológico factor del momento en que se produjo, terminó por apagar el ímpetu colchonero y derribar el muro psicológico que aprisionaba el fútbol madridista. Tras la renaudación, todo acabó siendo un trámite dominado por la calidad de los centrocampistas merengues en el que cualquier posibilidad rojiblanca de reengancharse a la eliminatoria fue apagada por dos majestuosas paradas de un Keylor Navas criticado durante la temporada aunque sublime en las últimas grandes citas del Real Madrid.
Cardiff parecía REAL, y aunque el Atlético de Madrid se convenciera de poder evitarlo, terminó claudicando a la evidencia. El Real Madrid ya ha hecho historia: repite final sólo un año después. Sin embargo, para los blancos la historia no se escribe con derrotas, y buscará en Cardiff colocar su nombre con tinta de oro en el Olimpo Europeo.