«Sabía que era el momento, que era la competición, pero había que hacerla y en todo momento estaba convencida. Sabía que si luchaba por ello iba a ganar». Fueron las palabras de una Lydia Valentín emocionada, que bajaba del podio tras haber conseguido tres medallas de oro en el Campeonato del Mundo celebrado en Anaheim, California.
Era el único título que le faltaba para redondear una carrera inigualable en la halterofilia española. Una carrera en la que ha tenido que sudar y pelear contra los elementos y las trampas de sus rivales, ahora destapadas. ¿Cómo habría sido la vida de la deportista berciana si hubiera conquistado todas las medallas que le arrebataron en su momento? Valentín ganó su primer metal en Río 2016, el primero que se colgaba en el cuello con ‘momento incluído’, con el himno de España y la bandera hondeando mientras su familia, sus amigos y un país entero le aplaudía.
Antes, ya le habían otorgado las medallas de plata en Pekín 2008 y Londres 2012 por dopaje de sus rivales. En los primeros Juegos cayeron tres de las cuatro primeras. En los segundos, el podio al completo. Se enteró muchos años después, lejos de los focos, lejos del podio. Todavía no las tiene en su poder. Aquellos momentos se los arrebataron, y nunca volverán. «Mienten al público, al espectador, a la sociedad, a sus rivales, a ellas mismas…a su propio país, con tal de escuchar su himno, el aplauso del público y ver su bandera en lo más alto… a sabiendas que es todo mentira», escribió en el quinto aniversario de su primera medalla, la de Pekín.
Palmarés envidiable
Lydia llegó a Anaheim como máxima favorita. Ni estaba la campeona olímpica (la coreana Rim Jong-Sim) ni muchas de las que solían estar en las quinielas, todas descalificadas por dopaje (hasta nueve países). Por primera vez en mucho tiempo, se iba a vivir un torneo oficial sin manchas. Casualmente, el campeonato del mundo era el único trofeo que le faltaba a la de Ponferrada. Tres veces medallista en los Juegos y tres veces campeona de Europa, una lesión en 2015 le privó de estar en el Mundial de Houston. Ahora tendría la reválida.
Valentín cumplió las expectativas. Firmó un concurso perfecto, una exhibición de superioridad difícil de ver en otras ediciones. Esperó a que todas sus rivales realizaran los intentos pertinentes en Arrancada para después levantar 110, 115 y 118 kilos, diez más que la ecuatoriana Neisi Dajomes. Lo mismo sucedió en dos tiempos, levantando 140 (de nuevo, ocho más que Dajomes). A sus 32 años se convertía en la campeona mundial más veterana y en la décima atleta (entre hombres y mujeres) capaz de conquistar oros en las tres competiciones de mayor prestigio.
Esta vez nadie pudo arrebatarle su momento. El antideporte no se presentó y nadie le esperó. Lydia, emocionada, rompió a llorar en lo más alto del podio mientras escuchaba el himno español. «Quería sentirlo, estaba deseándolo». Una vez más, se coronó como reina de la halterofilia, un deporte que trata de limpiar a base de sacrificio. Y no hay campeona mejor para representar ese cambio.
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