Un hombre bien puede ser una isla. Las emociones escenificadas a modo de océano te envuelven, alejándote de la realidad alternativa fabricada por unos pocos, con el único objetivo de descalificar una obra de gran tamaño. En el césped del Vicente Calderón, con los ojos vidriosos y el gesto desencajado, Luis Enrique observa el fin de sus días como técnico culé. Metáfora sobre metáfora, pues el templo rojiblanco vive sus últimos días de vida tras más de cinco décadas de emociones y fútbol.
Le llaman, le gritan, pero él no reacciona. Nada ni nadie puede hacer variar su estado mental. Nueve títulos en tres temporadas, siguiendo una línea de excelencia decreciente. Un primer año culminado con un triplete inesperado, un segundo año con un doblete justificado y un último acto con más emociones que éxitos. No obstante, esta Copa del Rey viajará a las vitrinas del Camp Nou, la 29º de la historia culé y tercera de manera consecutiva. Es difícil descifrar las líneas de pensamiento de un tipo tan especial, asomarse al carácter de un salvador al que jamás rezarán los aficionados azulgranas.
En mayo de 2014, el Barça es una colmena en llamas. Un gol de Godín impidió revalidar una Liga maldita, un último partido que cerró un año ridículo hasta la extenuación. Antes una cabalgada de Bale sirvió de primera estocada…y antes, el Atlético negó la posibilidad de avanzar más en la Champions League.
El ‘Tata’ salió con dignidad pero sin orgullo, no digamos gloria. Un gran tipo incapacitado para los banquillos de élite. La plantilla parecía condenada a la mediocridad tras unos años de gloria. Se quería recuperar el estilo y los títulos, difícil operación cuando has dejado atrás tus mejores noches. Un tipo en Vigo parecía erigirse como solución final. Luis Enrique Martínez García. Asturiano, tránsfuga y mito. La historia, como con todo en la vida, depende del prisma que elijas para observarla. Figo vivirá en el infierno culé por su traición, y Luis Enrique, aunque en una situación un tanto diferente, es dueño del imaginario barcelonista por abrazar el escudo rival.
Con aires de superioridad e ideas irreductibles, ‘Lucho’ aterrizó en su casa. Su pasado como técnico no le acompañaba, si bien hizo una gran labor en el Celta, su año en la Roma estuvo empañado por ciertos problemas de autoridad que generaban ciertas dudas a la hora de gestionar egos. Luis Enrique quería un Barça flexible, capaz de dominar el libro de estilo clásico que tantos éxitos ha dado, pero también con capacidad para mutar y adaptarse a las circunstancias de unos rivales cada vez más preparados para frenar el fútbol preciosista culé.
Igual que el valor se le presupone al soldado, de un grupo dirigido por un atleta como el asturiano se esperaba una forma física envidiable, un plus que otorgase una ventaja clave en los momentos cumbres de la temporada. Pues, de primeras, nada de nada. Un fútbol sin identidad perdido en la mediocridad y un físico, por el momento, simplón. El equipo encadena varias derrotas donde evidencia una falta de carácter y juego preocupante. Llegó Anoeta y Luis Enrique sublimó el síntoma conocido como ataque de entrenador. Con las estrellas en el banco, un autogol de Jordi Alba al minuto guió aquella noche a la tragedia.
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El Barça se abrió en canal. Saltaron al ojo público los problemas y divisiones entre cuerpo técnico y plantilla, dejando a Luis Enrique al borde del despido. La entidad culé siempre ha tendido hacia la autodestrucción, más si cabe cuando está gestionada por quien lo está. Sin embargo, tras intervenir los capitanes y poner un torniquete a la herida, las dos partes implicadas, especialmente Luis Enrique, encontraron una vía de escape.
Había que dejarse de imitaciones baratas, de intentar resucitar un estilo al que se había dejado morir y al que no se había dado recambios de calidad tras el inicio del declive de Iniesta y, sobre todo, Xavi. ¿Traicionar todo un legado compensaba si se traían títulos a las vitrinas? En el fútbol, especialmente en Barcelona, la manera de ganar es lo primero. No vale con triunfar, hay que hacerlo mostrando al mundo un modelo de fútbol que es casi una forma de vida.
La dinámica cambió por completo y el Barça empezó a arrasar a sus rivales aprovechando, casi exclusivamente, el talento desbocado de una delantera irrepetible. Encaminó la Liga ganando al Madrid en el Camp Nou, rematada posteriormente en el Calderón, ganó la UCL tras eliminar a varios de los campeones de las grandes ligas europeas y apabulló al Athletic en la final de Copa del Rey con un gol antológico de Messi. Cinco temporadas después, el segundo triplete era una realidad.
Arrancó la 2015/2016, y el Barça arrastró hasta mitad de año el buen hacer goleador del curso anterior, dejando la Liga casi sentenciada en enero (se acabó ganando en la última jornada…). Sin embargo, se dejó de competir en Champions frente al Atlético, cayendo antes de lo esperado en una eliminatoria calcada a la de 2014 con Martino. En Copa se llegó a la final sin mayores problemas gracias, precisamente, a ese impulso que tuvo el equipo hasta febrero. En la final contra el Sevilla se compitió y se ganó un partido muy difícil. *Títulos fruto de éxitos anteriores no incluidos.
Al equipo se le podía echar en cara muchas cosas, la más grave el maltrato al estilo, pero competía casi siempre y luchaba. Pero esto no sucedió en la última temporada. Ni una cosa ni la otra. Una Liga perdida en campos improbables, simplemente por no tener la concentración adecuada. De qué vale ganar en los campos TOP si no das la talla en los demás. La Liga son 38 partidos y todos valen tres puntos. Luis Enrique se mantuvo en su pensamiento, eligió fichar esta temporada unos suplentes de oro, que finalmente no resultaron serlo.
Empecinado en mantener a un André Gomes que en la final frente al Alavés hizo su mejor partido como culé, quien sabe si como homenaje póstumo al entrenador que apostó por él, no supo acertar con los fichajes de su última campaña, a excepción de Umtiti. Recuperó a Aleix Vidal para la causa antes de que una brutal patada en Mendizorroza lo dejase en el dique seco unos cuantos meses. Con el partido encarrilado en el Calderón, Luis Enrique dio entrada a un emocionado Vidal, símbolo impertérrito de una relación salvada a tiempo.
Un esquema muy justo, sin fútbol, que quedaba desnudo fuera de casa, donde recibió tremendas palizas en París y Turín. Busquets resucitó a tiempo, Messi aguantó la nave y Ter Stegen creció exponencialmente…pero no fue suficiente. Al final, una Copa del Rey frente al Alavés más grande de la década.
Luis Enrique ya no estaba concentrado en su misión como al inicio. Un desgaste innecesario, una falta de cintura para ejercer como hombre de club, el cansancio propio del cargo ejercido y el declive evidente en los terrenos de juego hizo que, con mucha temporada por delante, anunciase su marcha a final del curso, dejando así un vacío de poder y convicción impropio de un club así. Un adiós bastante mal gestionado.
Al asturiano se le puede reprochar algunas cosas, pero dejaré que los analistas se lo dejen por escrito en su epíteto. Yo quiero agradecerte, ‘Lucho’, tu llegada. Llegaste a un club en ruinas, lo elevaste de nuevo a la élite, llenaste las vitrinas de títulos y uniste a la afición, haciendo que aprendieran que en la derrota también se puede ser del Barça, no sólo en el goce.
A tu Barça le infundiste carácter y una competitividad que creíamos perdida. Renunciamos al estilo, ¿y qué? Yo creo, a nivel personal, que es importante ganar con tu estilo, pero creo que es más importante ganar. Sobre todo cuando el enfermo estaba tan terminal como se encontraba el Barça cuando entraste por la puerta. Por ello, sólo agradecimiento y mis mejores deseos. Suerte, míster. Eres historia de este club.
Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.
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