Fede Valverde, Maxi Gómez, Nahitan Nández, Rodrigo Bentancur, Gastón Pereiro, Mauricio Lemos… Algo está cambiando en Uruguay. Una nueva generación mucho más técnica pero con la misma garra de siempre se está abriendo paso de la mano de un entrenador tan generalmente conservador con ‘su’ proceso al frente de la selección charrúa como es Óscar Washington Tabárez. Sin embargo, un misterio recorre a La Celeste: que el cinco más completo de una gran liga como la Serie A y uno de los mediocentros con mayor proyección y mejores hechuras del fútbol mundial no haya ni siquiera llegado a debutar todavía con Uruguay siendo por edad (21) miembro de esa misma generación, es una circunstancia francamente inexplicable.
Es evidente que a Lucas Torreira le ha penalizado y le está penalizando no haber formado del famoso proceso uruguayo del maestro Tabárez por haber salido pronto de Uruguay y haberse formado desde los 17 años en el Calcio, tal y como le sucedió a su colega de demarcación Jorginho y motivo por el cual también el charrúa -que tiene pasaporte español- está siendo observado atentamente por Italia para una posible futura nacionalización si la situación persiste. Pese a que Torreira sigue conservando su sueño de jugar con Uruguay, ese periodo de última formación y primera maduración en el país transalpino, junto a su innato carácter competitivo marcado por su nacimiento, le ha dado la base táctica de primer nivel para convertirse en el jugador que ya es y también en el que será.
Torreira llegó a Pescara en 2013, para jugar en la Primavera del club biancoazurro que entrenaba Federico Giampaolo, el hermano de su actual entrenador, quien lo situaba de trequartista -su posición en Uruguay- e incluso de segundo punta. Fue con la llegada de Massimo Oddo al banquillo del filial en el verano de 2014 y su posterior salto al primer equipo a final de temporada, cuando Torreira bajó un escalón en su posicionamiento para subir muchísimos más en su nivel futbolístico y en su proyección. El charrúa debutó como cinco en el fútbol profesional nada más y nada menos que en la última jornada de la Serie B 2014/2015, previa al playoff de ascenso en el que demostró desde el primer día su enorme capacidad para ordenar al equipo a partir de su figura neurálgica en estructuras de juego siempre altamente propositivas.
Con él ya como perno, al año siguiente, el Pescara de Oddo volvió a estar presente en la liguilla de ascenso, pero esta vez para alcanzar la Serie A. Con el deber cumplido, un ‘sarrista’ como Marco Giampaolo y un técnico de un sello muy similar al que tenía aquel Pescara de los Lapadula, Caprari o Verre lo pidió para su nuevo proyecto en la Sampdoria, que pagó solamente dos millones de euros por hacerse con un futbolista fundamental en la idea de juego de su técnico desde el inicio, un fijador de estilo que sentó desde el minuto uno a un respetado regista en el Calcio como Luca Cigarini.
Torreira non so se ha 20 anni o è da 20 anni che gioca calcio in serie A #SampFiorentina #SampdoriaFiorentina
— Luis Muriel (@luisfmuriel09) 9 de abril de 2017
Su citada eclosión en Pescara desató la comparación con Marco Verratti, pero aunque el uruguayo tiene su misma fisonomía, es un muy buen pasador, sabe perfectamente proteger, atraer y soltar y puede adaptarse totalmente a la posición de interior, no tiene seguramente características de pura élite para ser un futbolista de tanto poso y de tanta posesión por el carril intermedio, de asociación pura y de tan creativo penúltimo pase (al menos no todavía), sino que es más bien un especialista defensivo muy particular y efectivo y un genial gestor de ambas fases del juego desde la demarcación de mediocentro único.
Lo que más destaca de Torreira en un primer vistazo es la garra y la fortaleza física -es un muro al choque pese a sus 167 centímetros de altura-, y su increíble atrevimiento y lectura para acudir al anticipo a alturas impensables para cualquier otro mediocentro posicional de la Serie A. No en vano, fue el jugador que más balones recuperó en el tercio final para su equipo durante la pasada temporada. Pero lo que lo convierte en el cinco más completo de Italia y en un futbolista ya totalmente capacitado para dar el salto de un buen equipo a un equipo de Champions League es la combinación casi perfecta de talento físico, táctico y técnico.
Lucas Torreira es uno de esos escasos jugadores que ven el fútbol a 360 grados, que derrochan personalidad, que siempre están bien orientados y que ven la jugada -sobre todo la del rival para acometer la anticipación en campo rival marca de la casa- instantes antes de que esta se produzca. En salida de pelota, el uruguayo es un cinco clásico, que sabe insertarse entre centrales o que siempre ofrece una línea de pase por detrás de la primera presión, para posteriormente poner a funcionar su radar, su buen pie y su excelente capacidad decisora para asentar la posesión en corto en busca de los interiores o, su opción predilecta, lanzar el balón raso de forma vertical para encontrar entre líneas al mediapunta o a uno de los miembros de la dupla ofensiva sampdoriana.
Tales características, su cerebral concentración, su ascendencia total como punto de referencia en la estructura de juego de su equipo y su inmaculada facultad para el pase, para generar ventajas con muy pocos y muy limpios toques, para la colocación y para arrastrar al equipo de atrás y conducirlo hasta tres cuartos de campo del rival lo asemejan a un jugador como su tocayo Biglia -en el que el propio Torreira ha declarado fijarse mucho-, aunque el ex de Montevideo Wanderers tiene un ratio de acción mucho mayor, una destreza superior para escaparse cuando lo enciman y un techo potencial todavía más alto por sus condiciones naturales.
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En el debe de su fútbol están un colmillo mucho más afilado cuando pisa balcón de área, construirse movimientos de desmarque que lo porten hasta allí de forma más habitual, atreverse con el lanzamiento lejano de vez en cuando e incidir más con el pase filtrado definitivo a esa altura de la jugada. Piernas, cerebro y sentido posicional le sobran para poder ser también importante cuando alcance posiciones elevadas sin descompensarse.
Dicha contención es seguramente lógica para un mediapunta reconvertido tan vital y responsable para con su nueva tarea como él, pero sí aprende a compaginarlo su fútbol no tiene límites y su polivalencia aumentaría de forma exponencial, lo que le abriría aun más puertas de jugar con continuidad en un grande de Europa en un futuro cercano. Todo este compendio de virtudes asombra, pero hay un dato que lo hace aún más: Lucas Torreira tiene 21 años. Acaba de empezar a jugar a esto y ya parece un pequeño maestro. Un pequeño maestro con todo para convertirse en un gigante.
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