Buena parte de la soberbia madurez táctica que ha alcanzado el Betis de Manuel Pellegrini se puede extraer del hecho de que tanto William Carvalho como Juanmi, dos futbolistas a priori controvertidos a nivel de encaje ideal en el 4-2-3-1 del técnico chileno y hasta hace bien poco muy discutidos por el grueso de la grada, se hayan erigido en piezas de enorme valor en la excelente dinámica de resultados y rendimiento en la que se ha instalado el cuadro bético.
En el caso del portugués, el colectivo ha logrado asimilar por fin su pasividad sin balón, especialmente a la hora de retornar, sin que ello repercuta en la aparición de agujeros en la transición defensiva. Es más, ese equilibrio tan conseguido a nivel colectivo, una presión tras pérdida muy interiorizada y una cobertura coral de todo el campo muy ajustada, le está permitiendo estar más cerca del balón y del duelo y defender hacia delante y no hacia atrás.
Al lado del gran péndulo y apagafuegos que es Guido Rodríguez, caído normalmente al sector izquierdo y con un extremo disciplinado en lo posicional de su lado, el luso no ha parado de crecer desde el inicio de la temporada. Un nivel al alza que permite a su vez al propio Guido hacer lo que mejor saber hacer —posicionarse— y que repercute muy positivamente en la fluidez de la salida gracias a la facilidad natural con la que Carvalho distribuye el cuero, sobre todo en el particular arte de filtrar balones hacia recepciones entre líneas de forma vertical.
Un camino recto, muchas veces después de haber combinado en corto para mover al rival o de eludir la presión con su buena capacidad para proteger la pelota, con el que activar de manera más rápida y directa a Nabil Fekir allí donde más daño hace al aparato defensivo rival. Carvalho es clave para que el galo pueda girarse y girar al contrario con su espectacular giro de tobillo —valga la redundancia de giros—, transitar, ganar metros, asomarse al área, arrimarse a los picos para asociarse, filtrar hacia las rupturas del nueve en los intervalos entre lateral y central o de dentro hacia fuera, permitir que los extremos vengan a sumar a zonas interiores, que los laterales suban y que el Betis pueda colocar muchos efectivos en el último tercio para atacar, tocar, encontrar alternativas, ganar la segunda acción o para cargar y flanquear el área.
Más allá de su compromiso y de la ya comentada disciplina táctica a la hora de recuperar la posición y de su gran labor de cara a dotar de dinamismo ofensivo a la maniobra incorporándose puntualmente al carril central y amenazando al espacio para estirar la distancia entre líneas del equipo contrario y ser una opción siempre disponible para el excelso juego de pies en largo de Claudio Bravo, es justamente en este tipo de tareas, en aparecer desde atrás, en liberarse en el pico de área del lado débil o en atacar el punto de penalti o el segundo palo desde allí, donde más florece el otro gran renacido de este Betis, el protagonista de uno de los mejores nuevos cánticos que se podrán escuchar este curso en los campos de toda La Liga: “oh, Juan Miguel, oh, Juan Miguel, todos queremos que marque Juan Miguel”.
Juanmi le está dando al Betis el perfil ideal de segundo goleador del equipo que el cuadro de Pellegrini necesitaba desde su génesis. Un atacante que ayude a convertir el alto volumen de ocasiones que los verdiblancos casi siempre han sido capaces de generar pero que muchas veces no terminaban de reflejar en el marcador, que se retroalimente con el nueve, que se aproveche de su trabajo, que sepa utilizar para beneficio propio las atenciones que el delantero centro o que Fekir generan en pleno carril central para ser agresivo, aunque de forma sibilina, en los metros finales, para anticiparse a su marca, para finalizar y sumar cifras.
El malagueño, después de dos campañas marcadas por las lesiones y una enorme falta de continuidad, está promediando un gol anotado cada 100 minutos disputados entre todas las competiciones. Números de goleador puro y no solo de la segunda fuente productiva que ha sido en los mejores momentos de su carrera. Con su circunspecto sentido del juego —apenas pasa la pelota una docena de veces por partido como promedio—, pero con un instinto para moverse sin balón hacia las situaciones y las zonas de gol de primerísimo nivel, acompañado ahora por un gran estado de forma y una responsabilidad con el colectivo para presionar tras pérdida, para cerrar la posición de extremo izquierdo cuando el equipo pierde la pelota y toca replegar y para ayudar a su lateral dándole ayuda o carril según la situación, Juanmi está permitiendo al Betis elevar su techo y llenar con la gasolina del gol su depósito competitivo.
Hay un dato que ya dice todo por sí mismo sobre el tipo de competidor en el día a día en el que se ha erigido este Betis de Pellegrini: es el equipo que menos partidos ha perdido en el año 2021 de las cinco grandes ligas. Solamente cuatro. Cuando no gana, siempre está muy cerca de hacerlo. Mucho más que de perder. De hecho, únicamente FC Barcelona, Sevilla, Real Madrid y Villarreal han conseguido batirlo desde el pasado mes de enero en 39 encuentros.
Una regularidad que ahora ha encontrado en William Carvalho y en Juanmi, cuando ya casi nadie confiaba en que podían hacerlo, dos argumentos de un peso mayúsculo en la distribución y en la finalización respectivamente, en el funcionamiento colectivo, incluso en las tareas sin balón, en ser mejores futbolistas y en hacer mejores futbolistas al resto con el impacto de sus virtudes y el disimulo de sus limitaciones. Dos argumentos de un peso mayúsculo para seguir extendiendo en el tiempo un rendimiento sostenido que ya puede considerarse como una seña de identidad de todo el equipo verdiblanco, como una seña de identidad de su entrenador. Dos argumentos renovados por parte de dos futbolistas renacidos.
Imagen de cabecera: Real Betis Balompié
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