No sé cómo vivirán los que detestan el balompié. Debe ser muy complicado. Hace tiempo creo que le oí una frase a Jorge Valdano -no podía ser otro- que representa perfectamente lo que significa este bello deporte: “El fútbol convierte un martes cualquiera en un día muy especial”. La Champions League lo ha conseguido. Hay partidos, especialmente a partir de marzo, que tienen un valor incalculable: cuando te levantas de la cama esa mañana, aunque sea muy pronto, ya estás con la idea del maravilloso encuentro que verás esa noche. Tu día ya es distinto.
Los jueves europeos llevan años levantando el dedo para decir, alto y claro, que están ahí. Además, la aparición de la Conference League ha hecho enloquecer más a esos seguidores -y sobre todo a los comentaristas- que encienden el televisor por la tarde y que reconocen la competición que se está jugando por el color del marcador. Anda, que este año el Ludorogets está jugando la Europa League. Fantástico.
Si bien es cierto que la UEFA lleva lustros cometiendo errores mayúsculos, sin rubor alguno, hay que reconocer que los dos hermanos pequeños de la Champions están dando mucho placer. En una tarde te puedes emocionar con la defensa del Hearts, un histórico escocés venido a menos, ante la Fiorentina y a la vez quedarte alucinado con el nivel de un Roma-Betis.
Estas competiciones sí representan los valores europeos. Sin cupos cerrados, con muchos clubes de todos los países, y sabiendo que si te despistas una tarde tonta te puede caer una buena paliza. Que se lo pregunten al equipo que entrena José Mourinho: el curso pasado recibió una buena paliza del Bodø/Glimt, una entidad noruega completamente desconocida. Unos meses más tarde, sin embargo, los romanos terminaron levantando la Conference. Bendito fútbol. Incluso el que se juega entre semana ya que endulza las abyecciones que nos presenta la vida.
Imagen de cabecera: Europa League