La confirmación definitiva de que el fútbol africano estaba aquí para quedarse llegó en 1990. Los Leones Indomables de Camerún fueron uno de los pocos equipos que jugaron un fútbol entretenido en el Mundial celebrado en Italia. A pesar de su indudable carga dramática, esta fue una Copa del Mundo bastante ramplona, con equipos extremadamente encorsetados en un fútbol (y un mundo), que estaba atrapado entre dos eras. A nivel político-social, la confirmación del cambio había llegado ya a finales de 1989, mientras que en lo futbolístico se estaba produciendo el paso de un juego dominado por el marcaje al hombre a uno en el que la zona se convertiría en norma. Poco después llegarían el adiós a la cesión al portero y las variaciones en la regla del fuera de juego o el castigo mucho más duro a las entradas por detrás. Se aceleraba y dulcificaba el juego. No podía repetirse el espectáculo de Italia 90.
El fútbol africano había mostrado durante la década de los 80 su capacidad para competir con naciones más establecidas, como fue el caso de Argelia derrotando a Alemania Occidental o Camerún empatando con Italia en 1982, o Marruecos ganando su grupo y llegando a octavos de final en México 86. Sin embargo, estos resultados no eran tomados más que como una anécdota debida a la relajación o a un mal partido de los grandes equipos.
Nadie daba posibilidades a Camerún en Italia 90 a pesar de ser doble campeona africana a finales de los 80, incluso sabiendo que los mejores terceros tenían la posibilidad de pasar a octavos de final. Fueron encuadrados en un grupo difícil con Argentina, campeona mundial, la Unión Soviética, subcampeona europea, y Rumanía, que tenía una buena generación de jugadores y había eliminado a Dinamarca, selección de moda durante buena parte de la década anterior. Los cameruneses aún contaban con algunos supervivientes de su anterior participación ocho años antes. El portero era Thomas N´kono, aunque en principio no partiría como titular, algo que sí tenía asegurado Emmanuel Kunde. La preparación para el torneo no había estado exenta de polémicas, como casi siempre suele ocurrir en las selecciones africanas. Joseph Antoine Bell, que se había hecho con el puesto de titular en la portería, cometió el error de afirmar en una entrevista que Camerún no tenía muchas posibilidades en el grupo, y que solo podían centrarse en confirmar una eliminación digna. Esas palabras le costaron el puesto. N´kono, que había perdido la titularidad tras una horrible actuación en la Copa de África en marzo de ese mismo año, se vio de nuevo como número uno del combinado nacional.
Por si fuera poco, el presidente camerunés, Paul Biya, insistió en que el seleccionador, el soviético Valeri Nepomniaschi, llamase de nuevo al veterano Roger Milla, dada la juventud y falta de experiencia y liderazgo que tenía el equipo. Milla, veterano de España 82 y que había tenido una buena carrera en Francia, se encontraba por aquel entonces semiretirado, jugando al fútbol en la isla de Reunión. A Nepomniaschi, que había tomado las riendas de la selección dos años antes y se comunicaba con los jugadores mediante un intérprete, no le disgustó la idea. Aunque nunca se sabía con el hierático Valeri, un tipo que raramente mostraba sus emociones.
Así pues, Camerún se plantó en San Siro para ser la oponente de Argentina en el encuentro inaugural de la Copa del Mundo. Los cameruneses eran en aquel momento el único equipo que jamás había perdido un encuentro en sus participaciones en el Mundial, merced a sus tres empates en España 82. Parecía poco más que una clásica pregunta de Trivial, pero los Leones se encargaron de aumentar esa racha de manera sorprendente. Françoise Omam-Biyick, hermano pequeño del central Kana-Biyick, se elevó sobre Néstor Sensini y conectó un cabezazo picado que Nery Pumpido, el guardameta argentino, fue incapaz de atrapar. El salto fue impresionante, la acción del arquero albiceleste francamente mejorable. Era el minuto 66 y una de las mayores sorpresas de la historia de las copas del mundo se estaba fraguando. Todavía dejarían otro par de imágenes para la historia los cameruneses. Ambas asociadas al juego tremendamente duro y descontrolado que marcará su participación en el Mundial. La primera fue una patada a la altura del hombro a Maradona, la segunda, un tantarantán tremebundo de Benjamin Massing a Claudio Caniggia cuando el hijo del viento iba a toda velocidad esquivando entradas mortales. Massing le invitó a intentarlo sin piernas, como decía la propia película oficial de la FIFA sobre este Mundial. Con dos hombres menos, los cameruneses fueron capaces de aguantar el resultado y firmar una victoria legendaria. El mundo abría los ojos a los Leones Indomables, y ahora tocaba demostrar que no había sido casualidad.
En su segundo encuentro los africanos se enfrentaron a una Rumanía llena de confianza tras haber derrotado a la Unión Soviética. Los rumanos poseían una interesante combinación de dos generaciones. Todavía había veteranos de los 80, principalmente provenientes de Dinamo y Steaua de Bucarest, que habían sido dos equipos a tener en cuenta en Europa durante toda la década, especialmente los del club del ejército, con una Copa de Europa, una final y una semifinal en su haber. Y también contaba el entrenador Emerich Jenei con un nuevo grupo de jugadores jóvenes, liderados por el brillante Gica Hagi, que había llegado al primer nivel en los últimos dos años. No era un partido fácil para Camerún. Más aún cuando los rumanos se adelantaron en el marcador. Pero esta fue la primera actuación de uno de los super héroes de esta Copa del Mundo. Roger Milla entró en la segunda parte y cambió el curso del encuentro, marcando dos brillantes goles que permitieron a los africanos darle la vuelta al resultado. Segunda victoria en otros tantos partidos y Camerún era el primer equipo clasificado para los octavos de final. Faltaba todavía el encuentro contra los soviéticos, sin duda especial para Nepomniaschi, pero los Leones ya se habían convertido en el equipo favorito de todos. Su fútbol desenfadado, técnico, a veces deslavazado, a veces brutal, los convertía en la sensación del torneo. ¡Y lo que quedaba!
En el último duelo del grupo el morbo estaba servido. Nepomniaschi se enfrentaba a su país. Hasta ese momento la Copa del Mundo realizada por los soviéticos había sido una total decepción. La URSS llegaba a Italia como uno de los outsiders de la competición, pero la derrota contra los rumanos en la primera jornada lo cambió todo. Lobanovskyi sentó a Dasaev tras lo que él consideró una actuación inaceptable del hombre al que había confiado la puerta soviética durante toda su etapa como seleccionador. Algunos argumentan que la salida del guardameta de Astracán hacia Sevilla no le generó amigos en el cuerpo técnico de la selección y tampoco le hizo bien a su estado de forma. En todo caso, el portero no fue la única víctima. En el partido contra Argentina en Nápoles los soviéticos se reencontraron con Frederiksson, el árbitro sueco que había sido decisivo en su eliminación contra Bélgica cuatro años antes. De nuevo el trencilla nórdico martirizó a los de Lobanovskyi, obviando una descarada mano de Maradona en la línea de gol y expulsando posteriormente a Vladimir Bessonov. La segunda derrota en dos partidos dejaba a la URSS casi fuera, y solo una goleada contra Camerún podía darles un hilo de esperanza. No sabemos si Nepomniaschi les dijo a sus jugadores que se lo tomasen con calma, pero lo cierto es que Camerún, jugando con todos los titulares posibles, fue arrasada por un equipo soviético totalmente renovado y rejuvenecido. El 4-0 final no permitió a la URSS lograr el pase a los octavos de final, merced al empate entre Rumanía y Argentina en el otro encuentro, donde por cierto, el esperado duelo entre dos de los mejores números diez del panorama internacional se saldó con Maradona y Hagi dándose palos durante todo el encuentro. De repente, había ciertas dudas sobre la capacidad de Camerún para seguir sorprendiendo al mundo. ¿Se les había acabado el fuelle?
En todo caso, los africanos se quedaron en el sur de Italia, ya que Nápoles era la sede para el ganador del grupo, una casualidad sin duda diseñada esperando que Argentina hubiese hecho los deberes. Pero los albicelestes estaban ya camino de Turín para jugar contra Brasil y era Camerún quien se había puesto cómoda en la ciudad adoptiva de Maradona. No viajarían más hasta la hipotética final. Quedaba mucho y ni los más optimistas pensaban en ello.
El partido contra Colombia fue bastante parecido al jugado contra Rumanía. Colombia, uno de los equipos a la vanguardia táctica del fútbol internacional, se dedicó a mantener la posesión de la pelota, pero sin crear gran peligro. Su punto más débil era la falta de un auténtico goleador que pudiese rematar el trabajo hecho por el resto del equipo. No fue hasta la entrada de un suplente de 38 años que el encuentro cobró vida. Roger Milla marcó dos veces en el espacio de tres minutos en la prórroga para enviar a Camerún, y a toda África, por primera vez a los cuartos de final de la Copa del Mundo. Su primer gol fue excelente, partiendo desde el costado derecho de la defensa colombiana, eludió a dos defensores antes de rematar con un tiro potente a la escuadra de René Higuita. El guardameta colombiano encajó el gol por su palo corto, en un lance bien parecido al que supuso el tanto de Alemania Occidental en el último encuentro de la primera fase. El Loco se había convertido ya a esas alturas en uno de los grandes personajes del Mundial. Su manera de jugar, adelantadísimo, le permitía actuar como un líbero para la defensa del conjunto de Maturana. Ya había tenido algún pequeño susto durante la fase de grupos, provocando dos o tres microinfartos a sus compañeros y aficionados, a los que sumar aquellos que llevaba provocando durante años con Atlético Nacional. En el segundo gol camerunés, Higuita recibió la pelota a unos cuarenta metros de su portería, intentó pisar la pelota para librarse de la presión de Milla, pero el atacante le robó el esférico y tras una corta carrera perseguido por el desesperado guardameta, disparó a puerta vacía, sellando la derrota colombiana y deleitando a la afición con otro de sus bailes junto al banderín de córner. Todo su equipo, receloso como había estado de su presencia apenas un mes antes, se apiñó junto a él en una celebración plena de alegría e incredulidad a partes iguales. El postrero gol de Redín ofreció poco consuelo a los de Maturana, como tampoco ofreció mucha alegría la actuación del colegiado italiano Tullio Lanese. En un partido poco violento, quizá ya influido por lo visto en la primera fase, el árbitro amonestó sin demasiado remordimiento a varios jugadores cameruneses. Hasta cuatro titulares se perderían el mayor partido de la historia del fútbol africano.
Ese Camerún-Inglaterra fue seguramente el partido más entretenido de ese Mundial. Los aficionados en el estadio y en todo el mundo iban claramente con Camerún. Nápoles los había adoptado y los ingleses no caían bien en general. El miedo al hooliganismo estaba siempre presente en esta época, y las autoridades italianas lo dejaron bien a las claras cuando asignaron a Inglaterra la sede de Cagliari, donde sus seguidores estarían bien aislados, nunca mejor dicho. Camerún, con bastantes bajas, salió con una alineación en la que aparecían seis defensas nominales. La realidad era un 4-4-2 que permitía a sus dos mejores centrocampistas, M´fede y Makanaky, tener libertad para crear, sabiendo que había seis jugadores eminentemente defensivos por detrás. Arriba, Maboang y Omam-Biyick formaban la pareja atacante. Fue precisamente este último quien tuvo la primera ocasión clara de gol, pero la desaprovechó. Algo que no hizo David Platt para Inglaterra. El jugador del Aston Villa estaba siendo una de las revelaciones del Mundial y, tras marcar el gol de la victoria ante Bélgica en el minuto 120, seguía donde lo había dejado, adelantando a su selección en el minuto 26 con un cabezazo llegando desde atrás. Sólo en este momento pudo Inglaterra calmar el partido y asentarse mínimamente. Pero aun así a los de Bobby Robson les costó una barbaridad contener las combinaciones camerunesas. El entrenador inglés había planteado una defensa de cinco hombres, con carrileros larguísimos (Paul Parker y Stuart Pearce), líbero (Mark Wright) y dos marcadores (Terry Butcher y Des Walker). El medio del campo, sin un centrocampista defensivo, contaba con Paul Gascoigne, Chris Waddle y David Platt. Los cameruneses se aprovecharon de ello y explotaron el espacio entre defensa y medio, principalmente porque Wright no tenía claro si dedicarse a cubrir las espaldas de sus marcadores o salir a ocupar ese espacio por delante, dado que el verdadero peligro de los africanos estribaba en la llegada de sus centrocampistas desde segunda línea, normalmente libres ya que los medios ingleses no los seguían. De hecho, incluso la salida de balón supone un problema para los de Robson, que emplean una especie de salida lavolpiana muy curiosa. Waddle se incrustaba entre Parker y Walker en la derecha, mientras Gascoigne hacía lo mismo entre Butcher y Pearce en la izquierda. Era la única manera de que la pelota saliese relativamente limpia. Los cameruneses, tremendamente anárquicos, tienen en ese continuo movimiento e intercambio de posiciones su mayor arma contra los ingleses. Un enemigo que no atiende a un posicionamiento fijo, el mayor enemigo del fútbol inglés, uno que los atormenta cada veinte años y del que nunca aprenden nada. La ventaja mínima al descanso era la mejor noticia que podían tener los de Robson.
A la vuelta del descanso el run-run que se había extendido por las gradas de San Paolo cuando Milla comenzó a calentar se convirtió en una ovación. El veterano delantero entraba por Maboang y la gente esperaba otro milagro. Milla, el más listo de todos los que estaban en el campo, supo ver que ese espacio entre defensa y mediocampo era la perdición de Inglaterra. Dejó a Omam-Biyick actuando de boya e incordiando a los centrales ingleses y se hizo dueño de la espalda del centro del campo británico. Como si fuese un Hidegkuti noventero, Milla comenzó a hacer girar el equipo a su alrededor y el ataque de Camerún sobre ese espacio. Sobre la hora de juego, Gascoigne lo derribó en el área. Kunde, el hombre que había marcado el gol de la victoria en la Copa de África un par de años antes, batió sin problemas a Peter Shilton. Tardó, pero el gol camerunés tenía que llegar. Sin apenas tiempo para reaccionar, los ingleses se vieron envueltos en otro torbellino originado por Milla. Una pared rápida con Ekeke, que había entrado por M’Fede, permitió al jugador del Valenciennes superar a la defensa y picar la pelota sobre la salida de Shilton.
Inglaterra estaba hecha unos zorros y parecía que Camerún estaba a punto de firmar otra gesta histórica. Aun así, los de Robson fueron poco a poco recuperando el aliento, y retomaron el control del juego. Camerún, que había hecho todo el trabajo durante setenta minutos, en lugar de retrasar un poco sus líneas, esperar e intentar matar al contragolpe, siguió atacando. El cansancio empezaba a hacer mella y sus combinaciones eran menos finas que antes. Para Inglaterra ese era un escenario en el que se encontraban cómodos. Con menos de diez minutos por jugarse, Gary Lineker fue zancadilleado por partida doble en el área y Codesal, el árbitro mexicano, no dudó en señalar la pena máxima. Debemos decir que estaba loco por la música. Lineker, el líder de este equipo inglés, no falló y envió el encuentro a la prórroga. Lo haría de nuevo en el tiempo extra. Otro penalti acababa con el sueño de los hombres de Nepomniaschi.
Los cameruneses, vistiendo las camisetas recién intercambiadas, dieron una vuelta olímpica saludando al público que los había animado durante todo el partido. Otro equipo se llevaría la Copa del Mundo, pero en Italia 90, cuando hablamos de ganadores, hay que nombrar a los Leones Indomables. Su epopeya hasta los cuartos de final cautivó al gran público y tuvo consecuencias más duraderas que una moda pasajera. Esa actuación en los campos italianos llevó a la FIFA a ampliar el número de cupos africanos para el Mundial 94. En Estados Unidos vimos tres representantes de ese continente, donde Nigeria tomó el relevo de Camerún como portaestandartes de la evolución del juego en África. Milla aún realizará otro estelar cameo en los estadios estadounidenses, convirtiéndose en el goleador más veterano de las copas del mundo y certificando para siempre el lugar especial que los Leones Indomables tendrán en el planeta fútbol.
Imagen de cabecera: ImagoImages
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