El Santiago Bernabéu acogió el choque frente al CSKA de Moscú con una amalgama de ingredientes insípidos y venenosos en la receta, por lo poco que tenían que ganar los anfitriones y lo mucho que perder. Aun así, en el verde había una serie de jugadores tocados por la varita del dios del fútbol dispuestos a hacer dudar a los demás si realmente son terrícolas. Aquellos que son llamados a convertir una fría tarde de la capital, en una para el recuerdo en el día más intrascendente de la competición más trascedente. Tocaba disfrutar.
Quizás por ello, el conjunto blanco salió con un 4-2-3-1 en el que Isco tenía libertad para moverse por donde quisiera. Normalmente, el ex del Málaga arrancaba todas las jugadas por detrás del doble pivote por lo que su llegada al área era limitadísima, una manía que no le acaba de favorecer. Fue una de las primeras veces, por otro lado, en las que Santiago Solari decidió colocar a sus extremos a pie cambiado en busca de algo más de fútbol por dentro. Un bumerán para el Madrid ya que aglutinó muchísimo jugador en la zona interior que suspiraba por un balón al pie pero que le explotó de vuelta en la cara, ya que Vinicius era el único que se atrevía a desafiar a la adelantada defensa rusa. Otro de los más activos fue Marco Asensio que se colocó en derecha para encontrar de una vez su fina zurda, en peligro de extinción.
El mallorquín quiso demostrar a sus detractores la facilidad que tiene para destacar pese encontrarse en un agujero negro en los últimos meses. Es verdad que solo necesita unos centímetros para preparar su disparo y así hizo trabajar a Igor Akinfeev en tres ocasiones en muy pocos minutos. El Madrid dominaba, pero los rusos se pusieron en un santiamén 0-2, casi en un abrir de cerrar de ojos. La bisoñez de la defensa local y la calidad de Fiodor Chalov concibieron un cóctel molotov con el que explotaron el partido en mil pedazos. Tocaba remontar.
El segundo acto trajo consigo una decisión igual de chocante que singular. Solari decidió acabar con las cordialidades, con los buenos días y agradecimientos varios, quitando la fina prosa que destapa Benzema en un campo de fútbol por el arrebato de Gareth Bale. El galés nunca fue punta de lanza en Inglaterra ni en España pero su certero remate de cabeza era la única razón. Una teoría que nunca salió en la práctica.
Todo lo que planteó Solari fue un cuadro, exactamente el de Edvard Munch pintado hace más de un siglo. Sus pupilos querían centrar, pero nadie habitaba al área mientras su juego seguía palideciendo cada minuto que pasaba. Para más inri, los problemas físicos de Bale acabaron de encender al socio madridista, cansado de la posesión sin porterías y de los achaques del ex del Tottenham. Y los moscovitas, sin despeinarse, cerraron el acta de un duelo muy doloroso para la parroquia blanca.
Todo lo que acabó dando el partido fue una sinfonía de pitos para algunos de aquellos futbolistas que necesitaban goles y aplausos, por la poca confianza que atesoraban. Un duelo insignificante en la clasificación que dejó mal parados a los futbolistas más consagrados y a los jóvenes que empiezan a asomar la cabeza. Les tocará esconderse unos días.
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