Ha vuelto la ilusión. A falta de que Peter Lim llegue un acuerdo con Bankia para considerarse oficialmente nuevo propietario de la entidad de Mestalla, se ha disparado el optimismo. Comienzan los debates, se verá en el tiempo si estériles o no, sobre los posibles jugadores a los que el Valencia podría acceder. Nombres como Garay, Dzeko, Negredo o Jackson Martínez, entre otros, están en boca de todos y en la cabeza de algunos. Tanto el magnate singapurense como Rufete tienen trazado un plan para hacer una revolución en la plantilla y dotarla de un alto nivel competitivo. Pero como todo en la vida, el tiempo dará y quitará razones.
Aurelio Martínez, presidente de la Fundación VCF, afirmó el pasado sábado en la comparecencia pública que el acuerdo entre el asiático y el banco “podría estar cerrado en una semana”. Aunque parece que no será así. Puede que se alargue más de lo deseado al tratarse de una operación con muchos millones de euros y enfoques e intereses opuestos, pero existe en el club el convencimiento pleno de que “están condenados a entenderse”. De ese arreglo depende la planificación deportiva de la temporada 2014-2015.
Aunque el ruido sobre el proceso de venta sigue sin cesar, el valencianismo vive entre el aguardo, la curiosidad y la expectación. Transitando por la semana donde se ha cumplido una década del nostálgico doblete de 2004, su gente quiere volver a engancharse. Molida a lo largo de estos años por tener que aceptar la venta indefectible de sus mejores jugadores, llegó por momentos al letargo. A la modorra y sopor de una realidad destrozada por la irresponsabilidad de unos gestores muy por debajo del club al que representaban. Esa burguesía valenciana casposa que no quería desaparecer ni con aguarrás. Encontraron en el Valencia CF un filón para desarrollar sus inutilidades, sin importarles lo más mínimo qué estaban provocando en las cuentas del club y en los cerebros del mejor patrimonio que tiene la entidad: su afición.
Ni siquiera la Copa del Rey de 2008 en el Calderón ante el Getafe tapó las nulidades e incompetencias a lo largo de este retazo temporal. Se dejó pasar tras el doblete de 2004 una oportunidad histórica para situar al Valencia CF en el panorama internacional a todos los niveles. Pero se siguió apostando por cerrar luces en los despachos, por dejar que los viajes en búsqueda de oro fuera cosa de los intrépidos y por utilizar la salida de los mejores activos como arma necesaria para la cuadratura de cuentas. Todo ello, olisqueando que la venta y el ingreso de capital extranjero era la única vereda posible. Pero prefirieron seguir con las torpezas e incapacidades.
Por ello, la llegada de Peter Lim es una puerta abierta de par en par en un búnker sin oxígeno, la posibilidad de respirar con bombona debajo del agua en “La Granadella”, el boleto ganador de la quiniela que te sonsaca de una vida callejera peligrosa para alimentar a los tuyos y la activación de un interruptor atrofiado, oxidado y enmohecido en los últimos años: el de la ilusión. El valencianismo, que es lógico que barrunte dudas al respecto por el desconocimiento del proyecto, necesitaba una jeringa de ese diámetro. Un antídoto que le despertara del aturdimiento y somnolencia para volver a activarse y sentir como merece una entidad de la solera del Valencia CF.
Atrapada en el desasosiego, la afición che sigue esperando el acuerdo de Lim con Bankia para desatrancar todo lo acumulado estos años. Que no ha sido poco. Tras una década de sinsabores, a excepción de pequeñas descargas de luz, si alguien merece tormentas de deseo y esperanza, es la afición blanquinegra. Lo tienen
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