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Leones enjaulados

Hay disciplinas en las que el acceso a la élite
internacional resulta de una complicación extrema. El poderío de varias
selecciones y la gran competitividad del resto, sin importar cuan recóndito sea
el lugar del que vengan, supone que conseguir uno de los pocos huecos que hay
en el Mundial se convierta en heroico. El rugby es una de ellas.

España, en este sentido, lleva muchos años haciendo las
cosas de forma sobresaliente. Un deporte asociado tradicionalmente al ámbito
universitario y a algunas zonas concretas del país ha comenzado a generar
cantera y a potenciar la rama femenina, abriendo incluso el abanico a la
disciplina de ‘sevens’. No solo eso sino que también puede presumir de tener
una figura como la de Alhambra Nievas, premiada como mejor árbitro del mundo.

Ese esfuerzo ha dado frutos. Los chicos y las chicas
estuvieron ambos en los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y en el caso
de estas últimas disputaron además el Mundial del 2017 que tuvo lugar en
Irlanda. Para coronar el proyecto faltaba la guinda de ver al conjunto
masculino participando en el mismo torneo, repitiendo así la gesta conseguida
en el año 1999.

Encabezados por el jugador de origen ucraniano Andriy
Kovalenco, un hombre que parecía tener una mira telescópica en el pie, el ‘XV
del León’ disfrutó por entonces del privilegio de poder enfrentarse en el mejor
escenario posible a Escocia y Sudáfrica dentro de un grupo donde estaba junto a
ellos Uruguay. Aquello fue, para muchos, la semilla de lo que se vive hoy.

El reto de repetir era tan complicado como estimulante. Con
Georgia ya clasificada Rumanía, Rusia, Alemania y Bélgica se cruzaban como
obstáculos hacia el sueño. Lograr el pase directo no solo implicaba colarse
entre los mejores sino que llevaba aparejado el premio de jugar el partido
inaugural ante Japón y de enfrentarse ni más ni menos que a Irlanda y Escocia.
Todas esas fotografías hubieran sido algo menor para cualquiera pero no para
España, que sigue necesitando de ellas para que el rugby tenga mayor calado en
la sociedad.

Y en esas circunstancias se vio la mejor versión del
combinado nacional, consciente este de la oportunidad que se planteaba. El
meritorio triunfo en Krasnodar dejó bien encarrillado el acceso, como mínimo, a
los playoffs pero los hombres de Santiago Santos querían el premio gordo y eso
pasaba por imponerse en casa ante Rumanía, el único contrario de los que
faltaban que parecía de verdad amenazante.

Dicho así, y para los profanos, era sencillo. La cosa se
complicaba sin embargo al revisar el historial. Presente el ‘XV del Roble’ en
todas y cada una de las Copas del Mundo, ante ellos habían jugado treinta y
cinco veces ganando únicamente dos de ellas. Dato desalentador que no desanimó
al público en uno de los partidos más importantes en la historia del país.

Ese día a España le salió todo bien y ‘El Central’ vibró con
un triunfo épico que ya es inolvidable. Pase lo que pase en el futuro, fue
quizás la mayor prueba de madurez y el paso hacia adelante más firme dado por
los ‘leones’. También una humillación para los rivales, representada
fidedignamente en la cara de su capitán durante la rueda de prensa posterior.
Al borde del llanto y tremendamente frustrado, tras intervenir dejó su sitio al
seleccionador español. Y surgió entonces una pregunta que en mitad de la
euforia nadie había pensado: «¿Qué le parece que el último partido ante
Bélgica lo pite un árbitro rumano?».

La Federación, por supuesto, ya contaba con ello. Y
obviamente planteó un cambio en ese sentido pues no tenía lógica que, en caso
de imponerse a Alemania como así sucedió posteriormente, el destino de los
españoles estuviese en manos de Vlad Iordachescu, un hombre de cuyas
decisiones  podía depender la presencia
de sus compatriotas en Japón. Lamentablemente al frente de organismo que tenía
que aceptar la permuta, Rugby Europe, se sitúa Octavian Morariu. Quizás lo
hayáis intuido por su apellido, también es rumano. La respuesta, sorpresa, fue
que no parecía necesario modificar las cosas.

Así pues España se encaminó a una jaula en Bélgica con su
rendimiento y los valores del rugby como único argumento para creer. Pero
cuando los intereses ajenos al juego saltan al verde, los ideales se hunden en
el fango. Muchas veces se escucha que si un árbitro quiere condicionar un
partido no se vale de fallos clamorosos en jugadas concretas sino que lo hace
desquiciando en situaciones de apariencia irrelevante, pitando cosas donde no
las hay. Sin dudar de la integridad y la capacidad de Iordachescu, lo cierto es
que todo lo que rodeó a su actuación incita a la sospecha independientemente de
que el ‘XV del León’ no firmara su mejor enfrentamiento.

Desquiciados por el panorama, los jugadores acabaron
persiguiendo al colegiado ansiosos por devorarle mientras los belgas intentaban
contenerles cómo podían. Unas imágenes lamentables, claro, pero en cierto modo
entendibles cuando te ves protagonista de una mofa que tira por tierra toda la
estructura que llevas levantando con tremendo sacrificio durante años.

Ahora, si nada lo remedia, espera un tortuoso camino que no
tiene visos de acabar bien. Primero Portugal. Si la eliminan, Samoa. Y si no
ganan a los samoanos, un cuadrangular en el que estará ente otros Canadá y
donde deberían quedar primeros.  El
arbitraje ante Bélgica se revisará y puede incluso que el clamor general de
todos aquellos que asistieron desde fuera a lo acontecido ayude a que se repita
el duelo, aunque parece bastante poco probable. 
En cualquier caso en Bruselas el rugby dejó de ser menos rugby. Y España
pagó el pato.

"Periodista deportivo en la Agencia EFE, colaborador en 'This is futbol' y autor del blog 'De paradinha'. Antes en Telemadrid, Radio Marca y Radiogoles. Narro, presento, comento, produzco, edito, redacto y hago un guacamole bastante digno"

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