Barcelona vivía en la más amarga y triste oscuridad. Barcelona, aquella ciudad que vive desde hace años iluminada por una fuerte luz que parecía indiscutible, inapagable. Es aquella ciudad que, sobre todo desde la llegada de Pep, es sinónimo de triunfos y éxitos, de victorias y de trofeos, es sinónimo de luz, de felicidad.
Y es que en el mundo del fútbol, cuando acostumbras a una afición a ganarlo prácticamente todo, es precisamente cuando peor sientan las derrotas. Las ciudades se tiñen de negro por unos días tratando de buscar explicaciones: “El entrenador está ya desgastado, ese chaval por el que pagamos tantos millones no corre, la directiva se tiene que ir pero ya.” Palabras. Palabras que fluyen, vienen y van, de oído a oído, palabras que acabaran en forma de especulación, palabras que darán más fuerza aún al color negro que destaca en la oscuridad, palabras que tiñen y manchan.
Barcelona estaba teñida de ese triste color por un motivo evidente. París le había robado el esplendor, la luz, la felicidad. Una noche de miércoles, perdía el Barça 0-4 en París. El jueves por la mañana ya todo estaba oscuro, la luz se había ido, y ahora habitaba a 1.037 km, en la capital Francesa.
Es increíble la capacidad que tiene le fútbol de cambiar todo de una forma fugaz, de un segundo a otro, como un chasquido o como se hace la luz en la bombilla. La gente por si sola se desanima y se vuelve pesimista, más de lo que debería, pero es algo inevitable cuando el fútbol se mama y se siente.
Además, el Barça jugaba el fin de semana después del miércoles trágico, y jugaba de una forma terrible, que empeoraba la situación. Parecía que el equipo estaba roto, no se celebraban los goles. Y la afición, vestida de negro a la espera de luz, llegaba a pitar. Ya no se vivía esa alegría característica en la ciudad en los últimos años, ya no se apreciaba una sonrisa en cada butaca, en cada niño, en cada padre.
Esta semana, el Barça iba a tener la oportunidad de iluminar de nuevo la ciudad, llanearla de nuevo de vida y de color, antes de la importantísima cita que le espera la semana que viene, en la que recibe al equipo que les robo lo que ahora ansían, la luz portadora de esplendor, el Paris Saint Germain.
Hay un hombre en Barcelona que lleva regalando felicidad desde 2004. Un hombre que siempre se ha asegurado de que hubiera luz en cada pequeño rincón de Barcelona, cada mínimo detalle, cada aficionado con una sonrisa, sonrisas regaladas y repartidas, de las que ahora faltaban. Messi ha estado en el Barça toda su carrera, y vivió el cambio del gris neutral a la total luz significativa de éxito traída por Guardiola. Esa luz que hacía unos días que naufragaba en París.
Él, el único por el que nunca se perderá la fe en la ciudad condal. Él, que desprende luz de la que tanta gente necesitaba, decidió poner fin a la triste situación en la que se encontraba Barcelona.
Leo ya había mandando el primer rayo de luz que empezaría a cambiar todo desde Madrid, el pasado fin de semana, anotando el gol que mantiene vivo al Barcelona en la lucha por La Liga., frente al Atlético de Madrid. Un importante rayo de luz, que levantaba el ánimo en Barcelona. Un rayo de luz que transformaba las especulaciones en esperanza, los rumores en susurros que comenzaban a creer.
Pero aquello no le parecía suficiente, quería acabar de pintar la ciudad con una luz imborrable.
El miércoles, en el Camp Nou, el Barcelona se enfrentaba al Sporting de Gijón, y Leo comenzaría anotando ya en el minuto 9, la ciudad comenzaba a cambiar de tono, volvían a apreciarse sonrisas, se empezaba a respirar esperanza. El 10, también daría una asistencia a Alcacer antes de salir substituido por André Gomes.
El partido termino 6-1, y la situación comenzaba a mejorar.
El sábado, también en Barcelona, se iba a vivir el último partido antes del miércoles mágico y reservado que se vivirá en Barcelona. El Barça se enfrentaba al Celta, y tenía que acabar de convencer a la gente. Messi se calzaba las botas dispuesto a seguir en su línea, dispuesta a seguir regalando sonrisas.
Y fue en el minuto 24 cuando Messi paraba el tiempo. Se sentía, se olía y se percibía. Iba a volver a hacer magia. Cogió el balón en el centro del campo, y deshaciéndose de hasta 4 jugadores, llegaba a la frontal del área y anotaba el primer gol de la noche. Con su zurda como lápiz de colores, Leo coloreaba de nuevo la ciudad, que dejaba ya ese negro, oscuro y pesimista, y empezaba a coger color.
En el minuto 40, entre Messi y Neymar, entre zurda y diestra, seguían coloreando. El argentino asistió al brasileño que picaba el balón haciéndolo levitar, y hacia el segundo.
Y otra vez más, Leo volvía a asistir, esta vez a Samuel Umtiti, que anotaba su primer gol como blaugrana.
Prácticamente unos minutos después, Messi cogía el balón en la banda derecha. Barcelona, ya consciente de lo que iba a pasar, se preparaba para ser coloreada por completo con la luz inagotable de Leo. El argentino, con la velocidad de un rayo de luz, se colaba entre la defensa, se perfilaba hacia su bota izquierda, y engañaba de forma total al portero, que no podía hacer nada. Leo metía el cuarto, y así hacia que un rayo de luz se colara por cada corazón blaugrana que se llenaba de vida de nuevo, y abandonaba ese negro de forma definitiva.
El partido acababa 5-0. Dos resultados en una semana que servían para remontar la eliminatoria a aquel equipo que poseía luz a costa de la capital catalana. Dos resultados que servían como venganza el miércoles, para nutrirse aun más de la luz que les pertenecía.
Leo, una vez más, hacia su trabajo, que no es solo jugar al futbol. Hablo de regalar felicidad por cada rincón de Barcelona, que le debe mucho al pequeño Argentino, un rayo de luz lleno de esperanza.
Luz que invita a soñar, luz que invita a creer.
Entro a escribir en Sphera Sports con muchas ganas, es como un sueño que vivo despierto y un gran reto. Prometo poner muchas ganas, esfuerzo y dedicación. Creo que tengo mucho que aportar, pero sobre todo y a lo que más importancia doy, mucho que aprender.
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