Casi todo el mundo tiene el Gamper de 2005 frente a la Juventus como primera referencia de Leo Messi. El argentino, que ya había debutado en el primer equipo del Barça ante el Espanyol el 16 de octubre de 2004, con apenas 17 años, dio un recital que provocó que el mismísimo Fabio Capello pidiese, medio en broma muy en serio, su cesión para la temporada que iba a iniciarse. Fue en ese momento cuando aquellas señales en forma de halagos por parte de compañeros como Ronaldinho, entonces el mejor jugador del mundo sin discusión, cobraban sentido. En aquel tiempo Leo aún no había sido reclutado por Adidas y Nike, que en ese momento calzaba al genio de Rosario tras firmarlo con 14 años, hizo un anuncio con varias promesas de la cantera culé y el lema “recuerda mi nombre”. El último, en ese spot, era Leo. Los cuatro segundos del cierre para la mayor esperanza de La Masía.
Lejos aún de imaginar lo que se venía por delante, nadie criticaba a aquel pequeño muchacho. El 1 de mayo de 2005 anotaba su primer gol, sin haber alcanzado la mayoría de edad. Y todo eran aplausos. Ganaba el mundial sub-20 y en diciembre recibía el premio al mejor jugador joven del mundo. Y todo eran aplausos. Poco a poco se iba haciendo hueco en una delantera formada por Giuly, Eto’o y Ronaldinho. Y todo eran aplausos. Y es que aún no molestaba. El Gaucho no había abdicado y los focos estaban puestos en su figura. Aquellas ligas, aquella Champions, tuvieron en el brasileño a su mayor responsable. Pero a su sombra iba creciendo un monstruo que todavía no parecía amenaza para reinar en un mundo de adultos, a pesar de que partidos como el de Stamford Bridge ante el Chelsea ya daba pistas de lo que podría venirse. Claro que, según para quién, no era para tanto. La lesión en el duelo de vuelta de aquella eliminatoria quizá no le dejó ocupar un espacio más importante.
La decadencia del Barça de Rijkaard coincidió con su eclosión. Contra el Real Madrid y en inferioridad numérica, hat trick para salvar a los suyos. Contra el Getafe en copa, el gol de Maradona. Con su selección, los Juegos Olímpicos. Antes de la llegada de Pep Guardiola, tercero en el Balón de Oro. Bien, muy bien. Pero aún podía pegársela, como deseaban ciertos sectores que rodean este espectáculo. Sólo que después vino Pep. Y tras él, las excusas.
Las excusas cuando en el Olímpico de Roma el Barça arrasó al Manchester United. Excusas cuando Alfredo Di Stéfano, al entregarle el trofeo al mejor jugador de la liga, dijo que ya era el mejor del mundo. Excusas cuando el equipo de la ciudad condal llevó a cabo una hazaña que hasta ese momento ningún club había alcanzado: ganar un sextete. Pero la lógica aplastante de los hechos y certezas continuas hizo que las excusas se fueran desvaneciendo ante las evidencias y pasamos a LA EXCUSA, con mayúsculas. Si tan bueno era Leo, ¿por qué con Argentina no había ganado nada? (los Juegos Olímpicos siempre se obviaron).
No, Leo Messi no era el mejor.
En 2009, como ya apuntamos, el Barça logró los seis títulos en juego y esto impulsó a Leo Messi hacia su primer Balón de Oro. ¿Era el mejor? Bueno, quizá del momento. Pero aquel equipo de Guardiola era tan bueno que sus detractores tenían (otra) excusa. Aquel equipo jugaba demasiado bien, decían. Como si él no tuviese muchísimo que ver en ello.
No. Leo Messi no era el mejor.
En 2010 comenzaron las comparaciones reales con Maradona. Estaba en un lugar tan alto que ya no podían ser otros futbolistas contemporáneos. Semejante grandeza estaba en otro tiempo. Nivel de excelencia imposible. Al menos individualmente. La selección española conquistaba el mundial de Sudáfrica y a él le cayeron palos. Por los logros de otros, no por deméritos propios. Por aquella Roja inigualable. Por aquel Inter inexplicable. No había ganado un mundial. No había ganado nada con Argentina. Y, además, era un pechofrío. El chico tenía 22 años.
No, Leo Messi no era el mejor.
Un año después, la revancha del mejor Barça de siempre, de, posiblemente, el equipo que mejor ha tratado jamás al esférico. Y Leo como líder. Pero 53 goles y 24 asistencias no eran suficientes. Cristiano Ronaldo se alzaría con la Bota de Oro y el ciclón mediático de la capital del reino reclamaría el cetro para su jugador fetiche. Hay que meter más goles. Daba lo mismo que hubiese anotado en 7 competiciones diferentes (algo que nadie ha repetido salvo él, que lo hizo de nuevo en 2015). Y, sobre todo, no había ganado un mundial. No había ganado nada con Argentina. Y era un pechofrío.
No, Leo Messi no era el mejor.
En 2012, la revolución. 50 goles en liga, 91 en el año natural entre club y selección. 82 en la temporada 2011-12. 5 goles en un partido de Champions. Y la maravillosa nota de Hernán Casciari, ‘Messi es un perro’. Esa que se hizo viral en YouTube relatada sobre una colección de jugadas imposibles que no acaban en gol, pero que muestran lo que es el 10 de Argentina. Compilación que es recomendación absoluta para cortar de raíz debates. Esos que creaban quienes querían equipararlo con jugadores coetáneos. La discusión ya era con la historia. Porque mientras a los (muy) buenos de ese presente lo cotejaban con él, a él lo equiparaban a los que ya no pisaban el verde. Pero no hubo Champions. Y ya saben, no había ganado un mundial. No había ganado nada con Argentina. Y era un pechofrío.
No, Leo Messi no era el mejor.
Y así fueron pasando los años. Llegamos a la cita de Brasil donde condujo a una selección (y que me perdone Argentina) del montón a la final. Yo, que soy muy de baloncesto también, siempre comparo esa hazaña con la de LeBron James en 2007, cuando se presentó con aquellos Cavaliers de medio pelo en la final de la NBA. Derrota con gol germano en el minuto 113. Aquella Alemania imparable, la que había arrollado a Brasil haciéndole un siete, estuvo a menos de 10 minutos de jugárselo a cara o cruz. Balón de Oro del Mundial y esa instantánea para la eternidad, mirando fijamente una copa que no iba a levantar. Resumen: todo eso no valía. No era suficiente. Porque no había ganado el mundial. No había ganado nada con Argentina. Y era un pechofrío.
No, Leo Messi no era el mejor.
Más ligas en su club, más récords por el camino. Otro triplete. Los highlights del mejor tridente del mundo de azulgrana. Quinto Balón de Oro. Y dos finales más de albiceleste. Las dos saldadas con nuevas derrotas. Lo de menos, que ambas fueran tras tandas de penaltis. La sombra de Maradona cada vez más extensa, con el Pelusa (tal vez viéndose amenazado) queriendo marcar distancias, como siempre hizo. Con Pelé antes, con Leo ahora. Con todos. Se lo creyó tanto la pulga que se negó a recibir el premio al mejor jugador del torneo. Se lo creyó tanto que, tras cuatro finales (tres consecutivas), renunció a la selección. Sin haber cumplido los 30. No había ganado un mundial. No había ganado nada con Argentina. Y era un pechofrío.
No, Leo Messi no era el mejor.
Los siguientes cursos, más de lo mismo. Y peor, aunque todavía mejor (sí, ya sé a qué suena, pero creo que me entienden). Un Barcelona en declive y una Argentina insuficiente a pesar de su regreso. Y a la vez un Messi que cada vez hacía más cosas en el terreno de juego. Un Messi que baja a la zona de medios para iniciar jugada, un Messi que distribuye, pero que no se olvida de definir. Un Messi distinto, aunque del mismo modo superior. Un Messi que continúa ganando para su club, sumando hasta 10 ligas, 7 copas y 8 supercopas domésticas, que añadidas a las 4 Champions, 4 mundialitos y 3 supercopas de Europa que ya atesoraba, lo sitúan como el segundo futbolista con más títulos en un mismo equipo, solo por detrás de Ryan Giggs. Desempata y aleja a Cristiano Ronaldo en balones de oro y lo sobrepasa en botas doradas. Mantiene a un club en descomposición en la élite y soporta las críticas por las debacles europeas que poco tuvieron que ver con él. De hecho, si llegaban hasta donde llegaban, era por el empuje de un tipo capaz de hacer parecer buenos a quienes no alcanzan. Pero no había ganado un mundial. No había ganado nada con Argentina. Y seguía siendo un pechofrío, aunque menos. Porque hay gente que se da cuenta de que se está acabando y recula. Porque en Argentina vieron el abismo en el corto tiempo en el que no se puso la elástica albiceleste.
En cualquier caso, no. Leo Messi no era el mejor.
Verano de 2021. La Copa América no se celebra en Argentina, como debía, sino en Brasil. La canarinha es la favorita y sus vecinos son la alternativa. Antes de la final, el pechofrío suelta una de las mejores arengas que se recuerden. Pelos de punta para todo amante del deporte rey. Es capitán, es líder, es jefe. Los suyos ganan y él eleva al cielo de Maracaná el trofeo que les acredita como los mejores del continente sudamericano. El torneo del rosarino es glorioso, como los anteriores. Pero esta vez la suerte cae de su lado. Lo del pechofrío se acabó. Lo de no haber ganado nada con su nación, se acabó. Pero ya sabemos, el mundial permanece en su debe. Y por eso el otro 10 es mejor. Los y las haters se agarran a ese clavo ardiendo.
No. Leo Messi no es el mejor.
Un día las excusas palidecieron ante sus registros, momentos, preeminencia mostrada. Las excusas acabaron. Sucumbieron frente la escandalosa longevidad de su carrera, su vigencia. Nunca otro profesional de este deporte se ha mantenido en lo más alto tanto tiempo. Perecieron enfrentadas a todas esas cosas que solo él puede hacer, a esa superioridad desde cualquier posición del campo, a su continua evolución como jugador. Palidecieron a medida que se ha ido acercando a ser el futbolista con más títulos de su deporte. Cedieron ante sus regates, pases, paredes, arrancadas, faltas, disparos desde la frontal, controles. Ante su prodigiosa visión de juego y el dominio de todo lo que ocurre en el bendito rectángulo. Cayeron humilladas por las emociones que generó tantas veces en quienes pudimos disfrutar de su arte. En cada ocasión que vestía (viste) de corto. Una vez dijo Valdano que Leo Messi era (es) Diego Maradona todos los días. La frase cobra más sentido, porque ahora, también, Messi ha ganado un mundial.
Un mundial en el que ha alcanzado gestas tremendas. Marcar en octavos, cuartos, semis y final. Ser el máximo asistente de la competición. El mejor del torneo, de largo. A sus 35 años. Absolutamente vigente.
Seguramente esto último ha provocado que le hayan entregado el premio ‘The Best’. Otro premio más que irá a una vitrina en la que difícilmente caben más trofeos. Y yo pregunto… ¿es Messi por fin el mejor? ¿O se nos ocurre otra excusa?
PD: ya lo era. El mejor de siempre. Desde hace mucho tiempo. Aún sin mundial. Aún sin más premios individuales.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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