Cuando Thomas Lemar aterrizó en el Atlético de Madrid, todo apuntaba a que el equipo de Diego Pablo Simeone ya había terminado una búsqueda que se había alargado mucho en el tiempo.Ttras la salida de Arda Turan al Barcelona en su día, los rojiblancos no daban con la tecla de quién era el encargado de hacer las funciones de 10 sobre el campo. Habían probado, sin éxito, jugadores de la talla de Nico Gaitán, Óliver Torres o Vitolo e incluso se había tratado de convenir la situación con futbolistas de otras cualidades como Carrasco.
Con Lemar, sobre el papel, los problemas se solventaban. Tirando de talonario (70 millones por el 70% del pase), el Atlético adelantó en la carrera por el fichaje a todo un Liverpool, mucho más pudiente, para hacerse con el futbolista que firmó su contrato justo antes de ser campeón del mundo con Francia.
Avalado por Griezmann, o más bien petición expresa suya para continuar de rojiblanco en un verano que empezó con ‘La Decisión’, quienes lo habían visto con el Monaco aseguraban que era el último bastión de aquel equipo liderado por Falcao y Moutinho y que se plantó en semifinales de Champions League tras ganarle la liga al PSG. De ahí conocimos, y volaron, Benjamin Mendy, Bakayoko, Fabinho, Bernardo Silva y Mbappé, entre otros.
El primer partido oficial de Lemar no pudo ser mejor y más esperanzador. El futbolista acortó sus vacaciones para llegar a tope a la Supercopa de Europa, que se jugaba en Estonia frente al Real Madrid, y el Atlético no solo conquistó el título, sino que el francés dejó una imagen de notable y casi sobresaliente. Sin casi adaptación, en su primer partido y siendo éste con un título en juego… ¿qué no haría cuando llevara unos meses con el equipo rodado?
La realidad, cruda, es que ese es hasta la fecha el mejor partido de Thomas Lemar como jugador del Atlético. No el único, pues ha tenido un par más rozando ese nivel, pero pocos más. Anclado en la banda izquierda, posición donde maravilló en Francia pese a quienes desean verle más arriba (donde ha jugado también con un rendimiento nulo), Lemar entiende bien el juego defensivo, pero en ataque se atropella y esa claridad que se le presuponía brilla por su ausencia. Pierde demasiados balones en una zona donde eso condena y se acaba liando él solo cuando es la hora de regatear.
Puede que la etiqueta que lleva colgando el futbolista donde queda bien marcado el precio haya sido su mayor enemigo y le haya puesto el listón demasiado alto desde el primer día. El caso es que hoy, un año y medio después de su fichaje, la afición se ha cansado de ver cómo tiene que tragar casi a diario con un futbolista que es más o menos que la nada absoluta. Y lo peor es que uno ve su trato de balón, y los detalles puntuales que deja muy de vez en cuando, y puede tener la esperanza de ver algo de luz al final del túnel. Pero eso sucede en uno de cada 20 duelos.
La losa que parece nunca va a levantar es la de su pasotismo al que acompaña un lenguaje gestual difícil de digerir. Porque Lemar es ese futbolista que difícilmente va al choque, pero también es el jugador que sale del campo andando, al trote, casi como perdiendo tiempo, mientras es sustituido con su equipo por debajo en el marcador. Su gesto, jugada tras jugada, es el del futbolista que no entiende absolutamente nada de lo que está pasando y su actitud es la de la persona a la que nada le importa lo que haya alrededor.
Lo cierto es que el francés sigue entrando en los planes de Simeone. No se sabe muy bien si como última esperanza o más bien como escaparate a una próxima venta ahora en enero, donde el Atlético busca desesperadamente un delantero para el que habrá que hacer sitio dejando salir a alguien y su ficha es de las más jugosas. Todos los focos apuntan al francés, que al menos y salvo pérdidas de balón inoportunas (como en Turín y Barcelona, vaya dos escenarios) suele cumplir bastante bien en una faceta defensiva en la que no ha cuajado Vitolo, posiblemente su competencia directa por un puesto.
Tras su error grave ante el líder, que acabó en gol de Messi para victoria culé cuando todo apuntaba a empate en tablas, la hinchada rojiblanca se ha hartado de un futbolista que ha costado mucho y ha demostrado poco. La música de viento cada vez que se le anuncia en el videomarcador o que entra o sale del campo es notoria de una grada molesta con un jugador al que no se desea ver mucho más por el Metropolitano. Mucho tendrá que remar el galo para cambiar los pitos por aplausos, si es que tiene tiempo para ello.
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