Escribo estas líneas el día después de que los Warriors hayan asaltado ‘The Q’. Las finales de la NBA reflejan un 3-0 inapelable. Jamás se ha remontado ese marcador, así que podemos dar prácticamente por concluido el curso de 2016-17. Los de la Bahía han sido los mejores en una liga en la que realmente solo dos equipos (tres, si añadimos a los Spurs, que antes de perder a Kawhi estaban próximos a dar la campanada en el ‘Oracle’, y en Regular Season presentaban un balance favorable frente a los californianos) eran candidatos reales al anillo. Porque, no nos engañemos, ni los Celtics, ni los Rockets, ni los Raptors, ni cualquier otro conjunto que se nos pase por la mente tienen el nivel suficiente para pelear de tú a tú con los dos finalistas.
Yo, independientemente de que me pueda gustar más o menos (en este caso menos, no voy a mentir), asumo y reconozco que estamos siendo testigos de algo histórico. Jamás un equipo de las grandes ligas norteamericanas había alcanzado un 15-0 en post temporada. Algunas voces autorizadas restan mérito al logro, alegando que en sus tiempos (Lakers/Celtics de los 80 o Bulls de los 90) la competitividad era mayor. Posiblemente no les falte razón. Sin embargo, no deja de ser asombroso el registro alcanzado en Oakland. E inédito. Así que ni un pero a Golden State.
Como tampoco cabe un pero sobre la figura de LeBron James. Y antes de continuar, voy a aclarar algo: pese a lo que piensa mucha gente (en las redes no paran insistir con ello), jamás he sido yo fan declarado del ‘23’. ¿Cómo podría serlo? Sus primeras finales lo enfrentaron a los Spurs (mis Spurs, y esto sí que no es novedad, ya quien me conoce sabe de qué pata cojeo desde antes de Robinson), así que era imposible que me alinease con él. Después, la rivalidad con Celtics (franquicia que siempre ha despertado mi simpatía) lo alejó un poco más de mi persona. Y cuando decidió embarcarse en el faraónico proyecto de los Heat, terminé por verlo como un enemigo, hasta el punto de ir en las finales de principios de decenio con Dallas primero, y Oklahoma City más tarde. A esto debo añadir que tantas portadas previas a su aterrizaje en la liga, sus gestos de sus primeros años (achacables a su juventud), una suficiencia hasta molesta, o las eternas comparaciones con Michael Jordan, no ayudaban en nada a que alguien declarado ‘soldado de Popovich’ diera el visto bueno cuando le colocaban el tan lógico como merecido cartel de mejor jugador del mundo.
Porque lo es. LeBron James es el mejor jugador del mundo. Sé que las voces contrarias estaban esperando esto: la caída del Rey en la corte de los Warriors. Se apresurarán a sacar ese balance que dice que ha perdido más finales de las que ha ganado y a insistir en que no ha sido capaz de llevar a su equipo al campeonato. Hechos como el que haya disputado tantas series definitivas (nada menos que ocho), o como que se presentase por primera vez en ellas liderando una banda, no interesa recordarlo. Por supuesto, tampoco poner en contexto la verdadera magnitud del rival que le hace hincar la rodilla ahora. Hace poco más de un año, las masas se llenaban la boca con aquel brutal registro (73-9) de sus adversarios. El mejor equipo de la historia, decían. Pues fue precisamente ese equipo el que cedió una ventaja de 3-1 hace doce meses. Y es ese equipo, tan exageradamente bueno, el que además sumó al mejor jugador ofensivo de los últimos tiempos: Kevin Durant. Contra eso ha peleado Cleveland en 2017. Ni más, ni menos.
¿Sabéis una cosa? Estas finales no van a cambiar mi percepción sobre LeBron James. Si acaso, van a aumentar mi admiración por él. Porque eso es lo que siento, admiración. Con el tiempo ha conseguido que me rinda ante su capacidad, que lo incluya en un top3 histórico. Como baloncestista, como líder. Yo, que renegaba de él. Y es que se trata de separar conceptos. De alejarse de fanatismos. Que se puede ‘hatear’, pero desde la consciencia. Y aprovecho este punto para puntualizar: es absurdo que tantos puedan creer que, por haber escrito un artículo dando motivos para no ir con los Warriors, no reconozca las capacidades de los mismos. Quería dejar constancia, porque me dais muchos palos a partir de aquel texto. Es sano saber separar.
La derrota de los Cavs, que será utilizada por los detractores para hurgar en una herida que en realidad cicatrizó el 2016, no modifica nada con respecto a LeBron James. Él ya cumplió su objetivo, ganando primero en South Beach, y luego haciéndolo con el equipo de su ciudad, en casa. Teniendo la valentía de regresar al hogar para liderar un proyecto que se culminó el 19 de junio de 2016. Todo lo demás es un añadido. Es más, la forma en la que ese logro se llevó a cabo está a la altura de cualquier gesta que queramos rememorar. Insisto, jamás se había levantado un 3-1 en unas finales, como jamás un equipo presente en ellas ganó 73 duelos de 82. 41-16-7, 41-8-11. Son los números de James en los games 5 y 6 del año pasado. Del séptimo nos basta con recordar un tapón. Una muestra de autoridad como pocas antes, y la causa más certera de provocar que los Warriors y Durant uniesen sus fuerzas para contrarrestar a un equipo jugador.
¿Sabéis? Otros grandes han caído antes. Magic y Kareem fueron arrasados en 1983 por los Sixers (omito por razones obvias 1989). Y no mermó su leyenda. También Kobe y Shaq (y los Lakers del Big Four) se dieron de bruces en 2004, cuando los Pistons, contra todo pronóstico, no les dieron chance. Son solo dos ejemplos. El tercero bien podrían ser los propios Warriors. Pero tampoco en el futuro nadie podrá decir que Curry, Thompson, Green y compañía no son unos ganadores por haberse visto superados en 2016.
Por último, si estas series hubieran sido más apretadas, podríamos contemplar un escenario único: que LeBron James estuviese en disposición de ser elegido MVP de las finales. Algo que solo Jerry West ha logrado. Las abrumadora actuación de Kevin Durant (sobre todo) o Stephen Curry, ha sido contrarrestada por el jugador de los Cavs. Yendo más allá de números (promedia un monstruoso triple doble en la serie), es su presencia la que equilibra cada duelo. Los de Ohio sin James en pista se convierten en un equipo vulgar. Cada vez que se ha sentado a tomar un respiro, la sangría ha sido evidente. Hay compañeros que parecen ex jugadores (Deron Williams como caso más alarmante) y otros que directamente dan la impresión de haber sido suplantados (lo de Tristan Thompson, elemento clave, es inadmisible). Más allá de sus compañeros de ‘Big Three’ (que tampoco están siendo tan regulares como desearían) da la sensación de que no hay nada. Por mucho que sea la plantilla más cara de la liga, la creencia de que todo se reduce a un hombre es palpable. Porque del duelo en los banquillos y ajustes mejor ni hablar (Kerr vs. Lue parece un chiste de mal gusto). LeBron James hace todo y más por competir. Y en ocasiones lo consigue. Lejos de que las finales vayan a pasarle factura a su imagen, la realidad es que nos presenta un escenario ideal para ser conscientes de su magnitud como jugador de baloncesto. El mejor del globo, sin discusión. Solo que nadie gana solo en un deporte de equipo.
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Esta batalla la ha perdido. Tan digna como heroicamente. Pero LeBron volverá otra vez. Y lo seguirá haciendo durante un tiempo. Ya quisieron matarlo antes y no pudieron. Le queda cuerda. Por mucho que Paul Pierce o cualquier otro se atreva a afirmar que la ‘Era James’ es pasado.
Larga vida al Rey.
Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.
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