Uno de los recuerdos más bonitos que guardo de mi infancia son los partidos de fútbol que veía con mi abuelo. Teníamos la costumbre de ver juntos el encuentro en abierto que daban las autonómicas y La 2. No sé en qué momento empezó esa rutina, pero cada sábado a las 21 horas iba a casa de mis abuelos para disfrutar del partido de turno. Él, que cuidaba de mi abuela, enferma de Alzheimer, me preparaba trocitos de longaniza y pan para cenar. Todos los sábados. No había una cena mejor.
Normalmente, había un buen equipo en el campo. Madrid, Barça, Atleti, Valencia, Depor, Athletic… A veces nos enfrentábamos entre nosotros. Recuerdo un Barça-Madrid de la temporada 96/97, con Robson y Capello en los banquillos. Ganó el Barça con un gol de Ronaldo, para alegría de mi abuelo.
Luego uno se va haciendo mayor y se pierden las costumbres de la infancia, pero no la esencia. Por eso, el 11 de julio de 2010, nada más proclamarse España campeona del mundo, cogí mi móvil y llamé a mi abuelo: «Yayo, que somos campeones».
España, campeona del mundo | Getty Images
Pero ahora le han robado el fútbol a mi abuelo. Ya no puede ver ningún partido de los buenos en la tele, salvo uno los martes de Champions. Mi abuelo, que aunque sea del Barça le gusta el fútbol y el deporte por encima de todo, quiso ver al Madrid el miércoles pasado. Fue a un bar pero estaba lleno de gente, mucho jaleo para él y sus 85 años, que le impiden andar sin dolores.
Así que volvió a casa y lo escuchó por la radio. Si quisiera verlo por la tele tendría que abonarse a alguna compañía telefónica, ponerse Internet en casa sin saber cómo usarlo y pagar por ver el fútbol en la tele. Un sistema un tanto complejo para una persona de su edad, ¿no?
Señores de la Liga, señores directivos de los clubes y señores que sienten más el dinero que los colores, le habéis robado el fútbol a mi abuelo.