El derbi de Merseyside tiene un contexto muy complicado. El Everton-Liverpool es una de las rivalidades más antiguas de la historia y el ambiente acaba afectando mucho a los jugadores. Eso volvió a acontecer en Goodison Park la pasada noche. Los locales, sabiendo que el récord ante su eterno enemigo es paupérrimo últimamente, salieron a morder desde el silbato inicial. Los de Koeman, que poseen futbolistas de calidad, entendieron que el duelo se ganaba desde la brega y el empuje, buscando balones largos a la cabeza de Lukaku y Valencia. Este último –que se hizo con un hueco en el pasado duelo frente al Arsenal- parecía posicionado en derecha para atormentar a James Milner con balones largos y con el belga siempre intentando coger las caídas de esos lanzamientos. Lennon, entonces, caía en izquierda un lugar que no le favorece por su clara amistad con la llegada a línea de fondo y centrar.
Los reds, por su parte, trataron de contener el ímpetu local con posesiones largas colocando a sus interiores –Lallana y Wijnaldum- en posiciones exteriores formando los típicos triángulos necesarios para hacer fluir la bola. Los de Klopp, sin embargo, sufrían en los momentos de exaltación del público aquellos que en Inglaterra son muy difíciles de controlar. Los ataques, aun así, nunca acabaron de inquietar a Mignolet y los visitantes con el paso de los minutos comenzaban a encontrarse cómodos.
En el segundo acto, la pérdida de McCarthy fue clave. Él fue el sargento que llevó a sus guerreros a maniatar al Liverpool en los primeros 45 minutos por lo que su lesión acabó con la fuerza de su equipo. Barry, ni de lejos, pudo equiparar el empuje de su compañero y Gueye ya no podía abarcar tanto. Los de Goodison dieron un paso atrás y el Liverpool empezó a poseer el cuero con un Henderson clave para impedir los ínfimos ataques de los blues, que dejaron a Lukaku muy solo arriba.
Klopp, en su empeño por sumar los tres puntos, dio entrada a Sturridge por un Origi fallón para dar un triunfo agónico a su equipo. Su disparo, que parecía manso y fácil de detener, fue escorándose hasta llegar al palo y, entonces, Mané –rodeado de rivales- fue el más veloz para finiquitar un derbi muy emocional, pero no sobrado de calidad.