Cuando el Atlético de Madrid fichó a Diego Costa en 2017 (aunque no pudo inscribirse hasta enero de 2018 por la sanción FIFA), estaba recuperando no sólo parte de su esencia, sino que se hacía con uno de los mejores delanteros del mundo. Tras su marcha al Chelsea, ni Mandzukic, ni Jackson Martínez, ni Gameiro habían llegado al nivel del hispanobrasileño y, en mayor o menor medida, todos habían fracasado en el intento por diversas circunstancias. Diego, en cambio, había sido fundamental en Londres, ganando dos veces la Premier League en tres años, marcando 58 goles y repartiendo 25 asistencias en tres cursos donde fue tan indispensable para su club que, ante la fragilidad muscular que le acompañaba desde aquel tratamiento con placenta de yegua, le dosificaba dándole descanso en los partidos ante rivales de menos entidad. De ahí su precio en 2017, superior a los 60 millones, que hacían justicia a un delantero que seguía en todo lo alto del panorama fútbol. No era ningún acabado.
Pero la situación, dos años y medio después, es radicalmente contraria a la que se esperaba. Diego Costa no ha terminado de despegar en su segunda etapa de rojiblanco y el factor físico ha tenido mucho que ver en ello, por lo que se ha llegado a considerar su fichaje de un fracaso absoluto. ¿Pero qué ha pasado realmente con Diego Costa? ¿Está realmente acabado para el fútbol de primer nivel o ha sido una serie de catastróficas desdichas las que han impedido al de Lagarto recuperar un mínimo de sus prestaciones?
Siempre se ha aprovechado cualquier parón vacacional para atizar la figura de un futbolista que en el pasado acusaba demasiado su osadía y, digamos, su falta de profesionalidad. Nada queda ya del jugador que se presentaba cada julio en Los Ángeles de San Rafael pesando más de lo que había estipulado el club al que, por otro lado, le bastaban sólo un par de entrenamientos para recuperar la forma (en 2010, cuando llegó tarde a la concentración por un problema de comunicación, perdió siete kilos en la primera semana). “A las dos semanas era un portento físico. Yo me pasaba horas en el gimnasio y él, en 15 minutitos hace lo necesario y ya está como un avión”, contaba Álvaro Domínguez. “Su físico es ancho. Cuando para, que además él para de verdad, se le nota. Pero en dos semanas está otra vez como nuevo”, recordaba Paulo Assunçao.
Así, en cada parón vacacional, el aficionado suelta el chascarrillo fácil, se hacen apuestas sobre cómo de pesado llegará o qué talla de camiseta necesitará. Una situación que tomó especial altura en septiembre de 2017, pues, apartado por el Chelsea y él negándose a volver, Costa estuvo durante mucho tiempo en su Lagarto natal y el aspecto con el que podía llegar a Madrid tras cinco meses casi en paradero desconocido asustaba. “Lo único que me da miedo es el Profe Ortega, no la báscula”, ironizaba a su llegada, sabedor que su estado físico no era el mejor de su carrera. Por eso, la semana pasada, después de dos meses de inactividad, su imagen fue la más buscada de las que se hicieron en la Ciudad Deportiva de Majadahonda en el retorno del club a la actividad.
El aficionado rojiblanco, quizás desagradecido, quizás desesperado, sobre todo decepcionado por el rendimiento del delantero a su vuelta, fantasea con la opción de firmar un ‘9’ más resultón en verano. Icardi, Werner o Lacazette aparecen por encima de la media en el sueño de la grada. La realidad es otra. Es prácticamente imposible que Diego Costa, al que le resta un año de contrato y tiene una ficha bastante considerable, salga del Atleti esta temporada. Sigue entrando en los planes de un Simeone que sabe que, si los problemas físicos le respetan, no hay nada que no invite a pensar en que pueda recuperar su nivel, como demostró, en pocas pinceladas, en el tramo de la 2017/2018 en la que pudo ser inscrito. Buscando su sitio entre Griezmann, Torres y Gameiro, llegando de nuevas a un equipo que había cambiado radicalmente al que él recordaba, Costa acabó aportando siete goles y seis asistencias en 23 partidos (1600 minutos). “Diego Costa nos libera, abre espacios y, aunque no meta goles, nos hace la vida más fácil”, aseguraba un Griezmann que mostró junto al Lagarto su mejor versión. Unas cifras, por cierto, nada malas dada la situación y que invitaban a un optimismo reforzado tras su buen Mundial con España y sobre todo, la exhibición que dio en la Supercopa de Europa ante el Real Madrid meses después, en el inicio de la 2018/2019. Pero se apagó la luz.
Diego Costa nunca volverá a ser el jugador de la temporada 2013/2014, pues ya ha llovido mucho, pero tampoco es justo hablar de él como un jugador residual cuando, en dos años, no ha podido nunca coger ritmo de competición por problemas físicos extraños e inusuales. Más allá de los 10 o 12 partidos que se ha tenido que perder por sus problemas musculares habituales (en su mayoría causados por intentonas de volver antes de tiempo ante la falta de efectivos de la plantilla), lo que realmente ha mermado su rendimiento han sido situaciones complejas. Fruto de una operación de muchos años atrás (en 2006, cuando ni siquiera había llegado al Atleti) en octubre de 2018 comenzó a sentir molestias en un pie en el que le habían implantado entonces un tornillo. Arrastró el problema meses, mermando su rendimiento, hasta que en diciembre tuvo que ser intervenido. Estuvo prácticamente tres meses de baja, retornando a finales de febrero, donde la falta de competición le pasó factura muscularmente. Cuando llegó a su plenitud, llegó la expulsión en el Camp Nou y la sanción de ocho partidos. Tres meses jugando con dolor, tres meses lesionado y dos meses sancionado. Una temporada a la basura.
Las esperanzas rojiblancas se fueron apagando sobre un jugador por el que parecían haber pasado los mejores días y muchos dudaron de él para tomar el peso goleador que dejaba huérfano Griezmann en 2019. Tuvieron razón, pues la 2019/2020 del punta ha sido para olvidar. Dos goles en los primeros 15 partidos suponían un bagaje paupérrimo para un jugador de su caché, señalado también por su fatalidad en momentos importantes (el penalti fallado en el Sánchez Pizjuán). La realidad, eso sí, es que Diego había comenzado la temporada entre algodones, acusado de unos problemas cervicales que tenían su origen en una hernia discal que le impedía rendir al 100%, le anulaba para ir al choque, le limitaba en el juego aéreo… Un león enjaulado. Se operó en noviembre y se desconocía si realmente podía llegar a jugar algo más en toda la temporada. Acostumbrado siempre a recortar plazos de recuperación, ya había disputado minutos en los últimos cuatro partidos antes del parón por la pandemia. Puede que sea él uno de los mayores beneficiados de la crisis mundial que se ha sacudido también al fútbol. Este tiempo le ha podido dejar reposar. Diego, que a día de hoy tiene 31 años (es dos años más joven que Cavani, que suena para reforzar el ataque colchonero, por ejemplo), aún tiene algo de fútbol en sus botas. Sus actuaciones en estos dos últimos años, muy pobres, han estado siempre condicionadas por agentes externos nada usuales. No es normal que a uno le operen de un problema nacido doce años antes, ni tampoco es lo más común que futbolistas sufran una hernia cervical. No hay, hasta la fecha, ni un solo dato que pueda asegurar que sin problemas tan raros Diego Costa no pueda volver a ser un jugador de primer nivel. Quizás nunca al ritmo del pasado, pues el inexorable paso del tiempo azota a todos, pero sí un delantero que vuelva a asustar a los rivales. Sin piedras en el camino, Diego Costa debe volver por sus fueros. Tampoco queda otra que acogerse a ello.
Foto: @Atleti
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