A primera vista, capitanear un barco construido con los mejores materiales puede resultar un caramelo en la boca de un niño. Si además la tripulación posee la mayor preparación y experiencia curtida en todo tipo de expediciones, la aparente seguridad se eleva exponencialmente. Esa, probablemente, era la herencia recibida por Luis García Plaza en el RCD Mallorca. O al menos, a grandes rasgos, se podría haber definido aproximadamente en dichos términos.
Hablamos de un Mallorca cuya historia reciente contaba con un doble ascenso de forma consecutiva desde los infiernos de bronce hasta la élite de oro que supone la Liga Santander. De un conjunto al que Vicente Moreno había perfilado y moldeado a su imagen y semejanza. Un equipo que, tras tres temporadas, contaba con una serie de automatismos adquiridos, con la experiencia de las dinámicas positivas. Sabía perfectamente cómo se debe competir en plata, contaba con piezas perfectamente encajadas e, incluso, con rutinas positivas y el viento a favor. Esto último, sin embargo, se podía dar por perdido tras una temporada en Primera en la que las cosas nunca salieron lo suficientemente bien para aspirar a luchar entre gigantes con asiduidad.
Y, sin embargo, el castillo de naipes recién descrito se fue cayendo como si le azotase una tormenta de arena. Un descenso a Segunda División, la dinámica tornada a negativa, la necesidad de volver a empezar, de encajar piezas nuevas y, por último, un cambio de timón. De Vicente Moreno a Luis García Plaza, con lo que ello conlleva. Demasiados cambios y máxima exigencia porque, ya saben, Mallorca es plaza grande y su lugar histórico no admite la plata como hábitat.
A priori, un reto sencillo, especialmente para un técnico curtido en mil batallas. Sin embargo, demasiados cambios y una competición extremadamente exigente, elevan la dificultad a la máxima potencia. De ahí la importancia de aplicar el grado de sencillez que el técnico madrileño ha vertido en esta dulce transición. Esa que ha invertido en impregnar su idea a un grupo que aparentaba debilidad y tristeza, para transformarlo todo y volver a convertir al Mallorca en un monstruo competitivo que ya acumula nueve encuentros consecutivos sin caer derrotado y que apenas ha recibido dos goles en 10 encuentros. Así, como si nada, aplicando sencillez en la complejidad.
Imagen de cabecera: David Aliaga/MB Media