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La resaca de los dioses

Hay fechas que nunca se olvidan. Primero lo hizo la Atalanta, y luego le siguió el Olympiacos. Nosotros tampoco vamos a extraviar ni a abandonar este recuerdo en algún rincón de un cajón abarrotado, porque el destino de las hermanas pequeñas de la Champions League – rebeldes, desobedientes, con las rodillas peladas y el pelo alborotado – nos había preparado el dulce sabor de estas primeras veces. Atenas, la cuna de la democracia, fue testigo de una nueva reivindicación del fútbol. El primer trofeo europeo de la historia de clubes en Grecia, que acompaña aquella selección que, contra todo pronóstico, ganó la Eurocopa en 2004.

A las puertas de su centenario, el Olympiacos le regaló la gloria a su ciudad. Las calles hasta arriba, teñidas de rojo, de fuego y pasión. El fútbol se pone más bonito cuando el éxito no es una costumbre, cuando sorprende, cuando resulta inexplicable. Desconocían la sensación y ni siquiera sabían qué palabras podían describirlo. Una bofetada a las jerarquías.

El guion del conjunto griego no podía estar mejor hilado. La final en Grecia. Con un tipo de 63 años, y con el espíritu de un niño, que no había metido un pie en Europa y levantó, con el traje que solo usa en las noches de gala, su segundo título UEFA consecutivo. Decía ayer, sin apreciar todavía la magnitud, que en unos años se llevará las manos a la cabeza y que «viva la madre que os parió a todos los griegos». Justamente, el bueno de José Luis le hacía el gesto de un testarazo a El Kaabi unos minutos antes del inicio de la prórroga. Solo ellos saben qué hablaron pero, casualmente, el delantero envió a la red con la testa el balón que le mandó Hezze en el 116′. El primer jugador en marcar once goles en una misma fase eliminatoria de una competición de clubes de UEFA no es Falcao, Benzema ni Cristiano, que se quedaron con diez. Es de Marruecos y se llama Ayoub El Kaabi.  

En Grecia hoy hay resaca, la fiesta debió ser monumental. Hasta los dioses del Olimpo bailaron y les duelen los huesos. Un éxtasis heleno. Hoy no hay espacio para los locuaces en el Ágora. Que me perdonen, pero no sé cómo se llama el Ibuprofeno griego. Una moussaka entre pecho y espalda, el silencio en el Pireo. Los ojos, callados, son los que hablan. Los griegos tienen la felicidad en su mirada.

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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