“En la segunda parte, pasado el minuto 55, hemos cambiado el sistema y los jugadores se han soltado, se han ubicado mejor, han encontrado mejores ocasiones y hemos visto el Real Valladolid que todos queremos ver”. Esas fueron las palabras de Sergio González al término del empate logrado por su equipo en casa ante el Leganés. Un punto que seguramente sepa a poco a la mayor parte de la parroquia blanquivioleta, pero que permite mantener las distancias respecto a un rival directo, evitar un problema clasificatorio mucho más serio y que nació estrictamente a partir del intervencionismo táctico de su entrenador para lograr hacer reaccionar a su equipo en la segunda mitad.
El Valladolid solo ha sumado cuatro puntos de los últimos 21 y no conoce la victoria en este periodo de dos meses de la competición liguera, por lo que resulta evidente que su prácticamente inamovible 4-4-2 está pasando por varios problemas para funcionar de la mejor forma posible, tal y como se pudo comprobar durante la primera hora de juego ante el cuadro de Javier Aguirre. El Leganés planteó un duelo en el que cedió por completo la iniciativa a los locales, lo que acabó derivando en un Pucela demasiado plano y horizontal, con sus dos mediocentros jugando totalmente en paralelo y que apenas supo cómo profundizar, lo que permitió a los tres centrales pepineros y a Rubén Pérez defender muy cómodos y siempre de cara al balón.
Este tipo de escenario, por lo tanto, permitió a los madrileños dominar el partido a través del robo y de la transición, ya fuese en posiciones adelantadas fruto de una buena presión en campo contrario o a muchos metros de distancia de la meta de Jordi Masip en contragolpes más largos pero igual de fulgurantes. Un dominio especialmente reactivo que tuvo su gran razón de ser en la amenaza a muy pocos toques de balón que suponen por todo el frente del ataque un Martin Braithwaite en un excelente estado de forma y el explosivo Youssef En-Nesyri, a pesar de que el delantero marroquí estuvo bastante bien controlado por un inmenso Mohammed Salisu cuando pisaba el área o sus inmediaciones por el carril central.
Ante ese absolutamente incómodo panorama de partido, el equipo de Sergio pecó de ser muy predecible en ataque y echó en falta la presencia de un escalón intermedio entre sus dos mediocentros y sus dos puntas para generar peligro y encontrar vías claras hacia el gol. Una función en la que esta vez se quedaron muy cortos los intentos de meterse hacia dentro desde la banda derecha de Óscar Plano. Sergi Guardiola y su gran gestión del juego de espaldas eran lo único que acercaban al Valladolid a situaciones de verdadero peligro, aunque la mayoría de los apoyos y recepciones de su nueve tenían lugar en situaciones de una marcada desventaja numérica o demasiado alejadas de las zonas desde la que poder generar ocasiones manifiestas.
Con el 1-2 en el marcador tras el descanso y con la sensación de peligro permanente que generaba Braithwaite con espacios, que pudo matar el partido en varias ocasiones, los puntos parecía que iban a volar definitivamente con destino a Leganés. Sin embargo, antes de la hora de encuentro, Sergio González realizó un drástico cambio táctico que varió por completo de bando el dominio del juego y que permitió reaccionar a sus pupilos. El entrenador catalán decidió retrasar la posición de Joaquín desde el pivote al centro de la zaga y pasar a jugar con una suerte de 3-4-3 en el que Sandro Ramírez hacía las veces de un mediapunta enérgico y agitador por detrás de Guardiola y de Enes Unal.
El movimiento pareció, a priori, un signo que denotaba una cierta desesperación, pero demostró enseguida que el Valladolid, este año sí, tiene la mayor parte de su potencial a nivel individual en su última línea, más allá de un Salisu imperial. La presencia de tres delanteros puros ante la posición de los tres centrales del rival hizo que las distancias defensivas del Leganés se separasen y que estos se alejasen de la red de seguridad que suponía Rubén Pérez para su habitual férrea defensa entre líneas, permitiendo al Pucela una mayor fluidez, mucha presencia de efectivos en campo rival y varios desmarques verticales, antes inexistentes, con los que empezaron a girar por primera vez en el partido al equipo del ‘Vasco’ Aguirre.
Por otro lado, las caídas a los costados de los puntas del Valladolid, sumadas a la altura de los hombres de fuera, ahora situados a pie natural en lugar de a pie cambiado como durante la primera parte, le otorgó al equipo una interesante amenaza exterior, bajó definitivamente la posición de los carrileros pepineros, haciendo que los locales hallasen una notable continuidad en campo rival, mucha efusividad y un importante ritmo ofensivo, progresiones sencillas y verticales y la posibilidad de cargar constantemente el área con múltiples opciones de remate en el punto de penalti, donde Unal, de cabeza, es un jugador con potencial para imponerse. Y así fue cómo se erigió la conquista del definitivo empate y cómo estuvo a punto de culminar totalmente la remontada el cuadro de Sergio González.
Parece casi imposible que este 3-4-3 que probó Sergio en el último tramo del partido ante el Leganés vaya a encontrar continuidad, al menos como plan inicial. Sin embargo, el propio técnico barcelonés no descartó en absoluto volver a rescatarlo a lo largo de la temporada. Y es que a pesar de que su 4-4-2 es una condición casi inalterable en su estructura de juego, este nuevo sistema se ha demostrado muy válido para tramos finales en los que el equipo necesite una reacción de brío ofensivo, especialmente frente a rivales de su misma liga ante los que el contexto desfavorable exija mover esos habituales bloques bajos con los que este tipo de adversarios intentarán amarrar los puntos si tienen ventaja en el marcador. “No veo por qué no tenerlo en la carpeta de posibilidades”, afirmó Sergio.
Además, el buen funcionamiento de este atrevido 3-4-3, obviamente tendría que ser adaptado a una disposición también con tres centrales pero que asegure un mayor equilibrio defensivo para utilizarlo de inicio, quizá haya servido para poner de manifiesto que el Pucela necesita muchas veces ese escalón intermedio en ataque para poder dividir por dentro, para tener una opción de pase interior constante con la que dar vuelta al bloque rival. Un plan que permita, a su vez, dar vuelo a sus hombres exteriores llegando en lugar de estando y que otorgue sentido al dinamismo y al incansable trabajo de sus dos delanteros en los apoyos, haciendo que puedan ganar altura, mezclar mejor y atacar espacios en lugar de tener que acudir hacia el centro del campo o desplazarse a los costados para tratar de generarlos. La mano de Sergio González ya fue la principal responsable de la salvación del Real Valladolid la pasada temporada con una de las plantillas más escasas de calidad diferencial de toda La Liga. Y este año parece que el camino va a ser más o menos el mismo. El tipo de recursos como el que el técnico blanquivioleta se sacó del banquillo y de su libreto ante el Leganés en la segunda mitad así lo demuestran. Y esa virtud, la de tener la capacidad de cambiar escenarios adversos sobre la marcha, en un equipo con oficio, bien organizado y plenamente consciente de sus limitaciones como este Valladolid, es indispensable para “rascar” puntos cuando estos parecen irse de la mano si solo tenemos en cuenta el planteamiento inicial. Puntos que, a la postre, pueden marcar la diferencia entre caer o volver a mantenerse en pie.
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