La lucha contra el machismo en el deporte, como debe ser, no se detiene. Cualquier esfuerzo es poco para acabar con una lacra impropia del siglo XXI, pero mucho ojo, porque un empeño desmedido nos puede llevar a confundir molinos con gigantes.
El último molino atacado ha sido el delantero culé, Luis Suárez. Sus declaraciones al finalizar el Barcelona-Atlético («el fútbol es para hombres») han desatado un huracán de acusaciones en su contra. Este temporal de injustas críticas hacia el uruguayo se podría haber evitado si escapáramos de la dictadura del titular y prestáramos la debida atención al contexto que rodean sus palabras.
Para entender la inocencia de Suárez bastará con hacernos unas preguntas: ¿Por qué asociamos el empleo del vocablo ‘hombre’ a la dicotomía hombre-mujer? En su intervención, el charrúa nunca hace mención al sexo femenino, ¿por qué hacerlo nosotros? Más cuando el término ‘hombre’ ofrece más significados que el relacionado con el género (quien aún esté obcecado en no creer, que busque en la RAE).
El uruguayo simplemente critica la infantil actitud de Filipe Luis, que saca del campo un lance que (como todos) debe quedarse en el césped. ¿No es posible que el término usado por Suárez pertenezca a la dicotomía hombre-niño? ¿Por qué nadie se detuvo a pensar en ello antes de chocar de lleno contra los molinos?
Por noble que sea la justa, en todas las luchas hay bárbaros, y en la que pretende acabar con el machismo, también. Pero no lo olvidemos, la lucha para desterrar el sexismo del deporte -al igual que el fútbol- es únicamente «cosa de hombres», y quien quiera entender, que entienda.