Alexandre Cabanel pintó ‘El Ángel Caído’, la representación de la expulsión de Lucifer tras rebelarse contra Dios. Hay demonios que cayeron del paraíso y otros capaces de elevarse desde el infierno al cielo. Suena a disparate. Tan atípico como la confirmación de un equipo que, con sus pinceladas, ha matado gigantes con un presupuesto y estatus que no puede compararse. A punto de campar a sus anchas entre nubes mullidas y música celestial. Óleo sobre lienzo.
“El leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del planeta”. La llegada de Javier Aguirre ha ocasionado un huracán en la isla. De estar al filo del abismo a las puertas de ganar la Copa del Rey un año más tarde. Impredecible, como el tiempo. Para levantar a quien se hunde se necesita más que una pizarra. Carisma, genuinidad, tacos por doquier, imaginar cosas chingonas. El ‘Vasco’ puso a flote al Mallorca y lo invitó a navegar en un crucero de lujo en el mes de abril.
Allá por el 2003, cuando el tanto de Walter Pandiani y el doblete de Samuel Eto’o les dio la única de su palmarés, algunos de los que hoy besan el escudo y se emocionan eran unos críos, aún con dientes de leche, todavía sin bigote. Esta Copa hubiera sido para el Mallorca más que un trofeo. Un sueño cumplido para aquellos niños, una recompensa para los que se pringaron de barro desde Segunda B. Raíllo y Abdón levantándola sería categórico, un pequeño intervalo de paz en un negocio que es sucedáneo de un fútbol adulterado.
Podríamos decir que, de alguna forma, los ‘dimonis’ llegaron al firmamento. Su torneo, su partido. Su resistencia ante uno de los mejores equipos del escenario nacional, poniendo al Athletic contra las cuerdas forzando los once metros. Y aunque la escabechina de los penaltis, tan cruel y dolorosa como siempre, castigara su ambición, compitieron. Algo que, cuando la tristeza mengüe, tomará más valor.
Antes de esa tanda, en un corro poco habitual aconteció una celebración. Aguirre y sus chavales, como un grupo de colegas que pasadas las cinco de la madrugada botan con los cubatas por los aires mientras suena ‘I will survive’. Sus sonrisas, sinceras como pocas. El Mallorca sabía que ya había ganado. Ese fue su ‘Jardín del Edén’. Sobrevivimos por estas pequeñas grandes cosas.