Son las 3:04 para la posteridad, para el resto de nuestras vidas. Maldita aquella hora de Múnich, cuando el avión del Manchester United, tras jugar en Belgrado y detenerse en Alemania para echar combustible, perdió el control. Incluso los relojes estropeados aciertan la hora dos veces al día. Hay uno en Old Trafford que marca una de las mayores tragedias del balompié mundial. No está averiado. Señala el final de 23 sueños perdidos: eran futbolistas, trabajadores de la compañía o periodistas. Para los 21 supervivientes restantes también se detuvo el tiempo. Sus vidas habían cambiado para siempre: iban a ser la voz de los que se marcharon. Eran uno mejores equipos de la historia del fútbol británico. Y se deshizo. Esa hora nunca falla.
Uno se agarró a la vida con lo que pudo, pese a las graves heridas internas que sufrió en el accidente. Duncan Edwards era uno de los futbolistas más prometedores del fútbol mundial, sin exagerar, sin engordar este texto con palabras bonitas, como aquellas historias añejas que se magnifican por el paso del tiempo. Ya existían desde hacía años registros, sobre todo los de la selección inglesa, e incluso hay vídeos que muestran su clase. Fue el jugador más joven en jugar con el combinado nacional en el siglo XX y había quedado un año antes, a la edad de 20 años, tercero en el balón de oro.
Tremendamente herido en el hospital, Edwards, que se había sentado en la parte de atrás del avión por seguridad, le pidió algo a su madre: “Mamá, por favor, llévame al partido contra el Wolverhampton. Jugamos el sábado y no me lo puedo perder”. Hace unos días se cumplieron 63 años del desastre de Múnich. Seguimos mirando al reloj para no olvidarnos lo que pasó aquel maldito 6 de febrero. Edwards perdió la vida dos semanas después, cerrando una historia con un destino macabro e injusto. Sin embargo, cada vez que miramos ese reloj que marca las 3:04 sabemos que ellos siguen muy cerca. «Nunca moriremos», rezaba una pancarta en Old Trafford. Eso está claro.
Imagen de cabecera: Imago