Ya está en marcha la Eurocopa, luz al final del túnel. La redonda sonríe, el sol vuelve a lucir y los ‘niños’ nos subimos a los columpios. La pelotita ya rueda en Alemania y los ‘eurofans’ originales esbozan sonrisa pícara. La felicidad entra en tu puerta y las banderitas inundan tus retinas. Es momento de sacar las filias y las fobias, de encontrar nexos de amor y odio con países, ese juego tan enfermizo como divertido. Instintos básicos, placeres primarios.
Lo sabes, lo sabemos. Los problemas y las obligaciones diarias se empaquetan y quedan desde ya en un segundo plano, y es que lo realmente importante ahora mismo es saber que hará Albania contra Italia, ver a Españita ilusionarte y sacarte de quicio, a los ingleses siendo devorados por el hype, o si el georgiano Georges Mikautadze es tan bueno como apuntan los parabólicos, esa estirpe inquebrantable e incomprendida.
Para los futboleros, estos grandes torneos de selecciones te reconcilian con la vida, te hacen ver de forma clarísima que estamos de paso, y que estos 30 días que el calendario nos regala, no son más que una singular y bendita bomba de oxígeno que te ayuda a pasar los dos años de letal rutina hasta que te vuelvas a ilusionar como un crío con el próximo Mundial.
Y es que a fin de cuentas, la vida es aquello que te ocurre entre la EURO y el Mundial, siendo estas dos fiestas balompédicas las horas del patio en el duro colegio de la vida. Dios me las cuide.
Disfruta ahora, que bien ganado lo tienes.