Esto no puede seguir así. Mientras en la política siguen pegándose año tras año por repartirse los jueces, en el fútbol los jueces y quienes les mandan han de sentarse este verano consigo mismos. El reglamento y su aplicación han derivado en un caos que hace daño a ellos mismos y al juego, que es lo más importante. No se trata de un problema puntual de esta semana, por grave que haya sido, sino de una deriva de decisiones y confusiones que termina por enmarañarlo todo. Ya no sabes lo que es y lo que no es, incluso los que intentamos entenderlo y explicarlo tenemos cada vez más difícil aplicar una razón sobre la que se asiente algo.
El mundo arbitral está lleno de buenos profesionales y gente de bien. Quieren hacer su trabajo honestamente, pero el sistema a veces es su peor enemigo. Me muevo habitualmente entre colegiados, sé lo que piensan y lo que quieren como individuos. Están mejor preparados que nunca, principalmente en lo físico. Son examinados puntualmente de reglas de juego y saben de fútbol, algunos…
¿Dónde está el problema? La estructura arbitral, que intenta modernizarse, no escapa a un subterfugio de oscurantismo que la daña en su raíz. Ser los mejores no garantiza nada. A veces importa más en qué comunidad autónoma te colegias, cuánto peso tiene el presidente de la misma y si hay algún voto necesario para otras cuitas de poder. Otras veces quién presida el Comité y cuáles son sus relaciones más cercanas define tu futuro. No seamos ingenuos. Pasa en todos los órdenes de la vida y en el sistema arbitral también. Habrá árbitros excelentes que jamás veremos en Primera División porque no dan el perfil robotizado ni el relacional.
Siempre he creído que defender a los árbitros es tratarles como a los demás. Los hay buenos y malos, honestos y deshonestos, como en todas las profesiones. Nadie se tiene que llevar las manos a la cabeza. Los valores van con la persona, no con el estamento. Por eso no defenderé lo indefendible y mi opinión irá en una línea siempre respetuosa pero crítica. El trabajo periodístico no permite defender a un colectivo porque sí.
Llevamos una temporada de permanente confusión con las reglas, su aplicación y el VAR. La herramienta tecnológica me parece imprescindible, pero no como se está utilizando. Equivocada desde el origen y mal entendida desde su aplicación donde se ha convertido en una sala de cine de matices. Hay que buscar aquello que no se ha visto y si quieres, encuentras. Lo de las manos es tan difícil de reglamentar como de hacer más confuso que lo actual. La gran sentada veraniega debe ser pública, con taquígrafos y que la gente sepa lo que hay.
La transparencia que busca el Comité está mal entendida. Dar ruedas de prensa propagandísticas para decir que casi todo son aciertos no es abrir las puertas al arbitraje. Hay una sensación generalizada, que yo comparto, de oscurantismo, de cierre de puertas, de temor a ser visto. Nada humaniza más que el error asumido y la naturalidad. El fútbol necesita abrir las compuertas de la sala VOR. No hay que cerrar aquello que no hay que esconder. ‘OK José Luis’, sé que habrá chanzas sobre lo que salga, pero no hay que tomar decisiones por lo que se diga o deje de decir sino por aquello que en conciencia crees que es pertinente. Todo lo transparente ataca directamente las conspiraciones.
Tampoco estaría mal que el Comité dé una explicación pública de por qué un árbitro sube y otro no, o por qué baja este o aquel, o el motivo de que alguien esté o no en el VAR, o cuál es la razón para ser designado en un partido o en otro. Esa es la verdadera transparencia y no lanzar comunicados públicos de lo bien que lo hacemos. Cuando el mundo arbitral se ventile será mucho más sano y además más justo para aquellos que lo componen. Formar parte de una organización no hace compartir con ella su funcionamiento. Una gran parte de los individuos vocacionales que conforman el arbitraje serían felices si, con la gran sentada, llega un gran cambio. Si en la NBA hay un tipo que mira a cámara y explica por qué ha tomado una decisión, ¿cuál es el problema de hacerlo aquí? Cualquier juez argumenta sus sentencias, es la base de la justicia.
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