Se acabó la temporada de Fórmula 1 y, por primera vez, es un alivio. Es una sensación nueva para mí. Normalmente cuando terminaba un campeonato el sentimiento era de satisfacción o rabia en caso de victoria o de derrota de tu piloto favorito, y a continuación le seguía la sensación de vacío al recordar que eso que tanto amas no volverá hasta dentro de más de tres meses. Ahora ya no. Ahora parece que nos hubiéramos quitado de encima un peso, como una de esas tradiciones absurdas que no te gustan pero que no sabes muy bien por qué la sigues haciendo. La que terminó el pasado domingo es la peor temporada de la historia de la Fórmula 1. No es una opinión, no lo digo como una teoría esperando que alguien me la ratifique. Es un hecho. Y si no es así entonces yo no sé nada de este deporte.
Por supuesto, no he visto todas las temporadas de la Fórmula 1, aunque sí que he visto este año algunas carreras antiguas con mucho más interés e incertidumbre sobre quién sería el vencedor, y eso que ya lo sabía, que el que había en las de 2015. Sin embargo, esta temporada es la peor, seguro. Nunca fue tan fácil pilotar los coches, jamás fue tan sencillo adelantar, nunca hubo tan poco riesgo y en la vida vimos tantas distancias entre coches. Sí, ya sé que en otras épocas hubo coches que doblaban al resto, pero aquí la diferencia es entre todos. El Mercedes si se lo propone dobla al Ferrari igual que el Ferrari si lo intenta dobla al Williams, y a su vez éste al Red Bull. Algunos pensarán que exagero, yo creo que no, pero en cualquier caso jamás veremos a los coches ir a tope: tienen demasiadas cosas que ahorrar.
Me irrita especialmente que un niño de 17 años pueda pilotar estos coches. Reconozco que antes de empezar la temporada deseaba que Max Verstappen se la pegase, no por ser compañero de Carlos Sainz, que honestamente ni me va ni me viene, sino porque mi mente no podía aceptar que un preadolescente pilotase un coche de Fórmula 1. Aunque me molesta aún más que sea el único que nos haya dejado alguna maniobra de mérito, saliéndose de los adelantamientos pulsando un botón que tan de moda están. Miren, un adelantamiento con DRS no es un adelantamiento. Ese botón diabólico al que algunos tanto se han entregado solo ha servido para que una de las pocas cosas que aún tenía que hacer el piloto, adelantar, ahora lo haga la máquina. Y además también ha servido para sacar de un marrón a algún piloto que, por incompetencia propia o ajena, se haya visto metido en mitad del pelotón a pesar de tener un coche para ganar o estar en el podio. En una Fórmula 1 donde la diferencia entre los cuatro motores es tan brutal tener un botón que facilite el adelantamiento es absurdo y del todo innecesario. Quizá deberían plantearse utilizarlo al revés, y que solamente pueda utilizarse cuando estás a más de un segundo del piloto que te precede. Así tendríamos lo que se busca, coches cercanos los unos a los otros y adelantamientos de los de verdad.
También me molesta la cobardía de ciertos equipos, o mejor dicho, la de Mercedes, aunque también antes la de Red Bull. Me desquicia que no se atrevan a juntar en su equipo a Alonso o Vettel con Hamilton. ¿Qué temen? ¿Van a perder el mundial con un coche así? Patrick Friesacher y Robert Doornbos, que compartieron el volante del Minardi PS05 en la temporada 2005, ganarían contundentemente el mundial con este Mercedes, probablemente hasta con más ventaja que Hamilton y Rosberg. Aunque tampoco seamos injustos con Patrick y Robert, al fin y al cabo los tiempos que ellos hacían hace diez años hoy les servirían para estar peleando por los podios.
Pero Mercedes no se atreve. Por alguna razón se cree que juntar a Prost y Senna a McLaren les salió mal, aunque ganasen prácticamente todas las carreras y los dos mundiales que disputaron por aplastamiento. Tenemos un coche que hace muy aburrida la competición, pero hagámosla aún más poniendo de pilotos a un superclase y a un pelele impotente al lado que se conforme con la migajas. Aunque como esté un par de años más quedándose con los restos acabará también superando a Senna en número de victorias, aunque sea a base de triunfos de mentira. No sería el primero. Hacia eso caminamos, hacia pilotos que primero hacen el palmarés y luego ya, si eso, demuestran. Y es que me reconocerán que cuando tu coche es dos o tres segundos más rápidos que el del resto y dispones de 20 carreras para ir engordando cifras hasta nuestro querido Doornbos acabaría alcanzando las 41 de Senna con un par de años así, eh Robert.
Cuanto me molesta que el dinero no se reparta de forma justa. Se les da más al que más tiene y al que más gana, para ver si es posible que aumente su ventaja. Al que más lo necesita, al que casi no puede pagar a sus trabajadores y a duras penas consiguen enviar sus coches al circuito, para esos nada, o muy poco. Luego nos sorprende que algunos equipos se prostituyan poniendo parejas de pilotos como Nasr y Ericcson o Maldonado y Palmer, e incluso nos asustamos cuando Manor baja del coche a Merhi y no a Stevens. Pero muy pocos atacan al verdadero problema, nadie pregunta por qué lo hacen. Como si fuese por un afán lucrativo y no por auténtica supervivencia por lo que los equipos ponen en manos de completos ineptos los monoplazas que con tanto cariño y esfuerzo han construido. Ya les gustaría a ellos poder poner sus bólidos en las manos de Di Resta, de Magnussen o de Vandoorne, probablemente uno de los más brillantes campeones de la GP2 que se va a quedar sin asiento por lo menos una temporada. El talento y la experiencia ya no importan, solo sirven para darte un plus siempre que tengas dinero, como en el caso de Sergio Pérez.
Me enfadan especialmente los aficionados. Bueno, o más bien los puristas, los que se consideran a sí mismos de toda la vida, aunque empezasen a ver carreras con Alonso ya bicampeón. Los que jamás reconocerían que una carrera, y menos aún una temporada, es aburrida ni aunque la superase en audiencia una etapa llana del Tour de Francia. Esos que se creen superiores porque ven todos los libres, yo también lo hago, y los escudriñan dato a dato, como queriendo descubrir si Mercedes ganará esta carrera con 25 segundos de ventaja o con 30.
El viernes siempre pinta todo muy bien. El ritmo de Bottas con los superblandos ha sido muy bueno y el desgaste de neumáticos de Ferrari invita al optimismo. Quizá este Gran Premio consigan que no los doblen. Por cierto, y aunque no venga a cuento, si Valtteri Bottas hubiese nacido diez años antes quizá, con suerte, hubiese sido él y no Doornbos quien hubiese sustituido a Friesacher en Minardi. Y eso siendo generosos con el muchacho, que parece bonachón.
El caso es que parece que la bajada de audiencias de la Fórmula 1 es culpa de que los alonsistas se están yendo. La culpa es de ellos, de los aficionados, que deberían tragarse a gusto cada domingo la comida podrida que les ofrece la Fórmula 1 porque, hace unos años, se la comieron también cuando estaba en buen estado y saludable. Ignoramos que la temporada 2008, con Alonso en una carreta, fue una de las más seguidas en España y que en países como Alemania, donde tienen al equipo que gana y a dos pilotos que hacen como que luchan por el título, el interés también se desmorona hasta el punto de que ya no tienen ni Gran Premio.
Verán, yo empecé a ver Fórmula 1 cuando llegó Fernando Alonso. No me avergüenzo de ello, en realidad no tenía otra opción. Nací en 1991, diez años después del asturiano, y por lo tanto o eres un bebé superdotado capaz de entender de qué va este rollo con tres años o empiezas a ver las carreras con diez o doce. Vine con él, y siempre pensé que me quedaría cuando él se fuese, pero ahora no tengo claro ni siquiera si estaré cuando se vaya. No se confundan, no estoy renegado. Yo creo que Fernando volverá a ganar y conseguirá su tricampeonato. Y pienso que lo hará con McLaren y con Honda, un equipo que tiene buenos mimbres para conseguir gobernar la Fórmula 1. Pero probablemente, si lo logra, sea campeón con un coche abusivo y sin lucha. Así funciona la nueva Fórmula 1.
Y si, es verdad que sería poético y hasta justo verle ganar un mundial con un coche tres o cuatro segundos más rápidos que el resto, y más aún ganándolo por un par de puntos de ventaja y arrastrándose por conseguirlo, dejando claro que su pilotaje no es lo que le otorga el campeonato. Al fin y al cabo también perdió alguno así. Sin embargo yo ya no estoy para eso, yo ya no aguanto más con esta farsa. Me pesa mucho la Fórmula 1, ya casi me estorba. Cuando empezó la temporada me enteraba de los horarios del fin de semana el lunes, después el miércoles, luego el mismo viernes y ahora ya ni me entero.
Los domingos veo la carrera, sí, igual que los católicos van a misa, aunque espero que ellos lo hagan más convencidos que yo. Más o menos sé a qué hora ha sido esa carrera otros años, así que pongo la televisión a esas horas a ver si me lo encuentro, sin más. El Gran Premio de Japón lo vi en diferido por primera vez en mi vida, y menos mal que lo hice. Antes del Gran Premio de Singapur de 2012 se fue la luz en mi casa y recuerdo que enloquecí pensando que me perdería la carrera. Antes del pasado Gran Premio de Abu Dhabi también se fue la luz. Fue un alivio, pude hacer algo que realmente me apeteciese. Como por ejemplo pensar en por qué se había gastado tanto mi amor por la Fórmula 1. ¿Sería de tanto usarlo?