Domingo ORTIZ – Valencia | Desgarrador. Como si te aseguraran trabajo después de muchos años y el día del regreso vieses que el hueco ya ha sido ocupado. Como tocarte la lotería y camino de la administración perder el boleto premiado. Así salió el valencianismo de Mestalla. Estaba hecho, consumado. El Valencia había vuelto a vestirse de épica como en la noche del Basilea y estaba en la final de Turín. Pero apareció la crueldad más aguda y penetrante que se recuerda en el estadio más antiguo de este país. En el minuto 94, Coke sacó de banda buscando la prolongación del rascacielos Fazio. El final ya lo saben. M’Bia enmudeció Mestalla, asestándole un golpe devastador. Inmerecido. Llegó el silencio. Los llantos de los futbolistas. De los niños y de los no tan niños. Muchas lágrimas por la ferocidad del desenlace. ¡Qué injusticia! El Valencia había desarbolado al Sevilla desde el primer minuto hasta el último, se había repuesto a un marcador muy adverso con guinde histórico incluido en el Sánchez Pizjuán y a pesar de todo, alguien, no sé quién, le tenía guardada al valencianismo esa puñalada. Horas después todo sigue pareciendo una desalmada pesadilla. De las que producen espasmos durante el trance, de las que te hacen saltar de la cama cuando caes al vacío. Pero no, fue el guión temerario de la pavura. La resolución más dramática, trágica y conmovedora.
En 1995 Alfredo Santaelena achicó las almas ches en los minutos extra de la Copa del Rey de la lluvia y granizo. En el 2000, la chilena de Rivaldo privó al Valencia en el último instante de conseguir la clasificación para la Champions y en 2001, Milán descuartizó al valencianismo en los penaltis ante el Bayern en su segunda final de Champions consecutiva. Ayer se sumó una nueva fecha al álbum de las tragedias. El 1 de Mayo de 2014 está ya registrada como una de esas noches donde se cayó al precipicio con execración.
Fotos: Domingo Ortiz
También de sufrimientos están escritas las historias. Las sonrisas y retozos llegarán. El Valencia volverá. No tengan ninguna duda. Como llegó en 1999 la Copa del Rey de La Cartuja, la Liga en 2001-2002 o el doblete en 2003-2004. Con la afición que tiene este equipo es imposible quedarse por el camino. Fue emocionante ver la marea, el recibimiento, las horas previas, el conglomerado atronando el “Sí, se puede” en la llegada del autobús. El dolor no es perenne, no se arraiga por los siglos de los siglos. Es un sentimiento que llega eventualmente. Por eso lo que hoy son lágrimas y dolor, volverá a ser fiesta y celebración. En el deporte y en la vida está permitido caerse, pero es obligatorio levantarse. Y el Valencia lo hará. Porque es un gigante europeo, porque detrás tiene a un manto poderosísimo que le arropa cuando hace frío, cuando tirita, pero también cuando hace calor. Mestalla nunca falla. A las puertas de un cambio de timón en el club hay que ser positivos. Si todo sale como se espera, se pondrán los cimientos del Valencia del futuro. Del Valencia que volverá a asustar por España y por Europa, el incómodo para los transatlánticos, el “puto” Valencia para los eruditos de buen paladar.
El mismo convencimiento tengo que lo de ayer fue una tortura, una más, que del resurgimiento. Con un club con esta solera y afición siempre se ha de contar. Siempre. Gary Lineker, cuando su Inglaterra quedó eliminada en semifinales por Alemania en penaltis en el mundial de Italia 90, dijo que “el fútbol es un deporte que se juega once contra once y donde ganan siempre los alemanes”. Se comprobó que siempre no fue así, afortunadamente para España, pero sí el respeto eterno a una selección ataviada con el blanco y el negro que siempre vuelve. El Valencia -más con Adidas- será la Alemania de la que hablaba Lineker. Vistiendo de blanquinegro volverá al respeto eterno de todos los estamentos. A ser el grupo competitivo y ganador que vuelva a dibujar sonrisas a su gente. A esa afición que ayer me agotó los calificativos. Volveremos. ¿Tienen alguna duda?
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