En los últimos compromisos de la selección española nadie ha demostrado una mayor incidencia en el juego de los de Luis Enrique y nadie ha provocado un desequilibrio tan grande en los rivales como Adama Traoré. De hecho, el extremo diestro del Wolverhampton es el segundo jugador de las grandes ligas, después de Neymar Jr. (5.7) y por encima de Kylian Mbappé (5.0), que más regates exitosos realiza por partido (5.5) en su liga. Un dominio en esta faceta que incluso ha incrementado con España en la Nations League, donde está promediando casi 10 dribblings completados por cada 90’, es decir, uno cada nueve minutos de juego. Unas cifras asombrosas.
Sin embargo, Adama Traoré es un futbolista más determinado que determinante, tal y como también demuestran sus estadísticas. En el acumulado de la presente y la pasada temporada, el momento desde el que se instaló como un titular indiscutible en el conjunto dirigido por Nuno Espírito Santo, el de L’Hospitalet produce un gol de forma directa aproximadamente cada dos partidos y medio de los Wolves. Sin ir más lejos, este curso todavía no se ha estrenado ni como goleador, ni como asistente. Adama es un foco de desborde gigante, pero su capacidad decisiva es limitada y está lejos de justificar que una selección como la española se vuelque sobre él.
El principal dilema en este sentido es que con Adama Traoré desde el inicio, España acaba convirtiéndose de forma muy marcada en la España de Adama Traoré, esto es, en un equipo excesivamente vertical, por encima incluso del enérgico matiz que siempre ha supuesto Luis Enrique en estructuras de marcado poso asociativo pero demasiado horizontales desde el pase y necesitadas de agitar el árbol y de aumentar sus ritmos. Su manera de entender el fútbol desde un cariz tan físico, tan individual y tan sumamente basado en la conducción hacia adelante hace, sino perder completamente, sí desplazar el epicentro de la esencia del estilo más combinativo y posicional que ha sido la base fundacional y el porqué de la selección española contemporánea.
Además, el efecto revulsivo, anímico y desatascador que supone entrando desde el banquillo, aumentando su impacto ante defensas más cansadas en el tramo final de los encuentros, se pierde. Así, un recurso tan valioso para un equipo como España, que frecuentemente se ve obligado a atacar en estático debido a los habituales repliegues efusivos que llevan a cabo sus rivales, se convierte en el discurso táctico y, ahora mismo, en lugar de hacer más grande el potencial de la selección, la presencia de Adama desde el primer minuto hace que se reduzca el nivel de juego colectivo. Y también individualmente el de muchos de sus compañeros, que juegan en su inmensa mayoría a otra cosa, a un fútbol opuesto al de Traoré. Un fútbol plagado de sinergias, de progresiones desde el orden, de desdobles exteriores, de ataques más reposados, que quiere dominar desde la posesión en campo rival y desde la técnica y el toque ágil en corto. Y sin ser evidentemente culpa suya, su alto grado de relevancia más que aportar soluciones aquí, pone de evidencia los problemas actuales de España en estos aspectos. Problemas que, por una cuestión de características, Adama simplemente no puede resolver.
Se pudo ver de forma bastante clara en la derrota de España ante Ucrania, donde la banda derecha de los de Luis Enrique resultó redundante y se autolimitó ante el espesor defensivo ucraniano. Adama solía fijar abierto o conducir durante muchos metros desde la misma divisoria, impidiendo así la llegada a los últimos treinta metros de Jesús Navas o el recorrido de Sergio Canales para rellenar las zonas del teórico extremo, con el que el cántabro suele liberar un espacio muy jugoso en el pico derecho del área para que caiga el nueve al apoyo, saque a la defensa de zona, haga que esta se desplace y aparezcan más espacios entrando desde el lado débil, atacando el punto de penalti y la frontal con el extremo y el interior izquierdo —Ansu Fati y Mikel Merino eran dos perfiles idóneos para ello, aunque apenas lo hicieron en el partido—.
De cara a la propuesta comentada, la más natural como plan principal para la España de los Sergio Busquets, Thiago Alcántara, Dani Ceballos, Fabián Ruiz, Merino, Canales o Rodrigo, faltó seguramente otro hombre que mezclase mejor el apoyo entre líneas con el hecho de rellenar el corazón del área y ganar una opción más de remate en zona de gol, una opción añadida para ver puerta que a la selección nunca le sobra. Un hombre que puede partir cómodamente desde la misma demarcación del extremo derecho como es Gerard Moreno, al que cada vez cuesta entender más por qué no está teniendo un mayor peso en el reparto de minutos de Luis Enrique.
Además, España está optando mucho por el centro lateral —hasta 55 envíos de este tipo dio en los dos últimos encuentros—, por lo que de esta forma podría colocar muchas más veces en esas situaciones a un centrador prácticamente inmejorable como es Navas, ganaría una opción de remate más dentro, atraería atenciones en ese sector para liberar el contrario y con las caídas de Gerard podría llevarse una de las marcas extra que puso Ucrania en ese perfil sobre Adama, a veces hasta en un tres contra uno, ya que el de los Wolves fue el único foco de peligro claro que tuvo la selección en el partido, en parte provocado por su propia forma de concebir el juego.
Luis Enrique tendrá que elegir si prefiere que su selección mantenga la línea editorial histórica, con su necesaria inyección de vértigo, si opta por una compleja vía intermedia o si le da al vertiginoso Traoré todo lo que necesita —principalmente metros delante para ganar línea de fondo con sus eslálones y una cuota de balón importante— para exprimir al máximo su evidente pero específico talento. Sin embargo, hasta el momento, los números de Adama en cuanto a producción goleadora directa no parecen justificar una elección tan arriesgada y un cambio de estilo tan pronunciado que convierta a España en un equipo de bloque medio y de transiciones, el escenario en el que más destaca el canterano del FC Barcelona. Lo que no quita, en absoluto, que un futbolista tan desequilibrante desde el regate y el duelo individual como él no sea un arma con la que contar sí o sí, más peligrosa cuanto más encerrado acabe el rival y más útil cuanto más corto sea el torneo. Como uno de esos cuchillos que los vaqueros de los wésterns guardan en la bota para tirar de ellos cuando se han quedado sin balas en medio del combate.
Imagen de cabecera: Denis Doyle/Getty Images)
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