Obligado a tener que vender a sus mejores activos futbolísticos para cuadrar cuentas, el Inter afrontaba la presente temporada con una exigencia de campeón difícil de gestionar y más aún de satisfacer. La huida con causa justificada de Antonio Conte, el autor y arquitecto del primer Inter campeón en una década, debido no solamente a la falta de refuerzos de máximo nivel, sino a la venta de las piezas más desequilibrantes, productivas e imprescindibiles para el óptimo desarrollo ofensivo de su sistema, venía a suponer un ciclo ganador interruptus para un club que necesitaba pronunciar la palabra victoria desde hacía tanto tiempo, pero en el que las alegrías nunca duran demasiado. Más bien, duran demasiado poco. Por pura idiosincrasia.
El cometido de Simone Inzaghi no es otro, por tanto, que el de darle la mayor línea continuista posible al proyecto deportivo que ha heredado. Una tarea sencilla de decir, pero no tan sencilla de ejecutar, aunque es cierto que había pocos perfiles disponibles tan idóneos para el trabajo, tanto desde el punto de vista táctico como atendiendo al hecho de que asumir esa herencia envenenada supusiese para el nuevo técnico un salto adelante en su trayectoria y la oportunidad de consagrarse entre los mejores de los mejores en Italia. Algo que sí es así para Inzaghi. Una suerte de último nivel por superar. Y la oportunidad de ganar un Scudetto, claro. De ganar él y de hacer volver a ganar, que no es otra que la meta principal de la que seguramente siga siendo la mejor plantilla del Calcio, a pesar de las salidas de peso afrontadas.
Si comparamos algunos datos estadísticos de la campaña anterior con este primer trimestre ya cumplido de competición en el campeonato italiano, observamos que el Inter de Inzaghi es ligeramente superior al de Conte en la parcela ofensiva y sensiblemente inferior en la defensiva. Su porcentaje de posesión se ha mantenido prácticamente sin alteraciones, pero ahora realiza casi un disparo más por partido, ha pasado de los 2.34 goles de media por partido a los 2.46 actuales y también ha mejorado la conversión del total de sus ocasiones.
Y todo ello pese a reducir dos puntos su acierto con el pase y más de un 11% sus pases totales por encuentro. Una merma que deriva de un aumento sustancial del pase largo, del juego exterior y los centros y del potencial cabeceador en área (por la presencia de Dzeko), que ya ha reportado 9 tantos de cabeza del equipo por los 14 de toda la pasada Serie A. Un 28% del total de goles a favor que contrasta con el 16% de la 2020/21. Una superioridad aérea en zona de gol que enfatiza otro de los aspectos que más peso ha ganado con Inzaghi: el balón parado. Gracias casi al 100% a otro fichaje: Çalhanoglu y su golpeo. Dos decisiones que junto a otras que veremos luego no van encaminadas a otra cosa que a compensar desde otros frentes el gran poder productivo que aunaban Hakimi y Lukaku (31 goles y 20 asistencias solo en liga).
En la parcela defensiva, en cambio, el Inter es actualmente un poco más frágil de lo que era, aunque mantiene una defensa del área y una fortaleza cuando baja el bloque sin parangón en el Calcio. Y lo es sobre todo porque está sufriendo más en transición defensiva, porque está presionando un poco peor tanto en campo rival como tras pérdida, seguramente por unas intenciones verticales por dentro más marcadas que con un Conte que tenía muy claro que su lado fuerte estaba en la derecha, con esas cadenas exteriores para potenciar a la pareja de ases perdida en verano y por la que básicamente todos estos cambios están teniendo lugar. Le tiran un 20% más (pasando de 10.2 disparos en contra por partido a 12.7) y le generan un 12% más de peligro real (pasando de 1.01 expected goals en contra por partido a los 1.15 actuales).
Esos son los principales matices que Simone Inzaghi ha ido introduciendo, junto a un menor peso en la distribución de Brozovic (no cree tanto en un regista – cerebro) y una disposición de su pareja de puntas no tan horizontal como era el Lukaku – Lautaro de Conte. Ahora es más bien un 1+1 en el que las alturas se reparten muy claramente y en el que Dzeko baja prácticamente a la divisoria para hacer de referencia de espaldas, generar arrastres, intentar ampliar la distancia entre líneas y ayudar a la maniobra ofensiva, mientras que Lautaro Martínez amenaza la profundidad, se mueve o espera para conducir y dividir. O a la inversa, en cuanto a altura posicional se refiere, cuando el juego pasa a bandas o se posa en campo rival.
Por el resto, el Inter se ha mantenido bastante fiel a los sólidos mecanismos implantados por Conte. Uno de las principales es el peso en el juego a través de la salida de balón que tienen los dos centrales de fuera (Skriniar y Bastoni), tanto para asumir presión, como para jugar en vertical o conducir y romper líneas. Por otra parte, Inzaghi ha ideado un equipo un poco más fluido. Antes, los interiores debían abrirse para liberar espacio para las conducciones de los defensores de fuera o el espacio para la dirección de juego por parte de Brozovic. Sin embargo, ahora tienen más libertad y deben hacer movimientos menos automatizados o rígidos, lo que beneficia la pretendida verticalidad tras lograr progresar con esos inicios cortos a uno o dos toques, que siguen involucrando también a Handanovic para estirar al máximo el bloque rival, y que buscan el tercer hombre para sumar velocidad y peligro y atacar más y mejores espacios.
Una decisión inteligente, la de “soltar” ofensivamente a sus interiores, la de darles más cancha en sentido figurado y literal para que puedan atacar los espacios liberados en lugar de solo generarlos para otros, si tenemos en cuenta que el Inter tiene que aprender a compensar el altísimo volumen en forma de goles e influencia en el juego que se desarrollaba por todo el sector derecho. De hecho, ahora es el izquierdo el lado fuerte con balón, donde Perisic se ha ganado la etiqueta de indiscutible como carrilero. Aspectos ambos fundamentales para que los nerazzurri mantengan ahí arriba los estándares de productividad a los que venían rayando.
Una serie de juegos de equilibrios provocados porque obviamente Dzeko no domina como Lukaku en las inmediaciones del área (nunca sabremos cómo habría sido el Inter de Simone con el belga), ni tampoco en carrera, ni es capaz de llevarse al central hacia atrás a base de espaldarazos, ni entiende el juego de apoyos y descargas en el último tercio como él, ni su puntería es comparable. Así como Çalhanoglu no es un interior preparado para participar en la construcción, asumir peso creativo en la base y descargar a Brozovic de responsabilidades y de marcas, sino que es un centrocampista vertical, conductor y tirador desde fuera, básicamente.
Los principios de juego de Simone Inzaghi y Conte tienen por lo demás muchísimos puntos en común, más allá de su visión un poco diferente a nivel ofensivo del 3-5-2, mucho más estandarizado en el caso del segundo y flexible en el caso del primero. Ambos prefieren defenderse en estático con un bloque efusivo para poder contragolpear a campo abierto, buscan atraer mucho el pressing rival con su salida de balón para generar ventajas posteriormente, pero no tienen problemas en mezclar momentos de juego más directo, cada uno a su manera, hacia un jugador referencial o de variar la altura de su línea defensiva y la efusividad y la cadencia de su presión en campo rival en función del rival y contexto de juego.
Si había dudas, y es normal que las hubiese tras la rotundidad y el impecable engranaje táctico con los que el Inter de Conte, Lukaku y Hakimi se alzó con el Scudetto, Inzaghi se ha encargado en estos meses de ir disipándolas y de abrirse paso entre ellas con serenidad, pizarra y resultados de manera paulatina. Su Inter tiene menos potencial que el que dejó su predecesor y la competencia interna por el título ha elevado su techo de puntos, pero los nerazzurri ya se han puesto a rebufo del coliderato de Napoli y Milan y han sellado con aplomo su pase a los octavos de la Champions once años después. Algo de lo que Conte nunca podrá presumir.
Y ahí reside precisamente la primera piedra para que Simone Inzaghi comience a ser visto como el protagonista único de su propia historia al frente del banquillo interista, sin el lastre del exceso comparativo, sin el dedo que señala al que vive de las rentas, sin reducir su talento al de mero administrador del legado de un equipo campeón. Recoge un buen legado, sí, y debe por supuesto aprovecharse de él para beneficio propio y de todo el colectivo a su cargo, pero era un legado ciertamente envenenado y para el que, como está demostrando, no había casi nadie mejor preparado que él. Luego, como siempre, el campo dictará sentencia, pero Inzaghi está convirtiendo en una dulce transición lo que en práctica era un abrupto punto y aparte.
Imagen de cabecera: @Inter
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