Sonó con fuerza Tuchel, y a ratos se pensó en Sampaoli. Pero al final llegó al banquillo del FC Barcelona la opción que más posibilidades tenía, la de Ernesto Valverde.
Dicen los que más saben de él que llega un entrenador tolerante, conversador, que permite la opinión de todos -muy al estilo holandés que arraiga en el club-, inteligente, con conocimientos sobrados, respetuoso y que, dado el caso, sabe decir a quien sobrepase el límite de la profesionalidad, el compromiso o el ambiente grupal, que hasta aquí ha llegado. Que Valverde sabe cómo controlar los egos. Dar a cada cual lo que necesita.
Yo estoy de acuerdo en casi todo. La labor realizada en el Espanyol, el Olympiacos y el Athletic de Bilbao principalmente no deja lugar a la duda. Sus equipos juegan bien, proponen, son flexibles y optan a los objetivos adecuados a su verdadera realidad. Lo que temo es cómo lo mirarán Neymar y Messi. Soy escéptico en lo que suelo serlo. En esto no cambio con la contratación de Ernesto.
Para mí -como para muchos-, el problema principal del Barça actual está en la presión. En el esfuerzo. Que, a su vez, a esos niveles está directamente relacionado con la soberbia. Tiene algunos más, claro, pero principalmente es ése, el apretar todos a una cuando se pierde la pelota. Trabajar por igual. O con las mínimas diferencias.
Sabemos que el modelo se hizo grande con Rijkaard y rompió con Guardiola porque una plantilla compuesta por los jugadores de mayor talento con el balón del mundo, se comprometió a lucharlo incansablemente cuando no lo tenía. O sea, que Eto´o, Henry, Iniesta o Deco decidieron dejar su estatus a un lado para ponerse el mono de trabajo durante los noventa minutos, no sólo los cincuenta en que dispusieran de la posesión.
Han pasado los años y la manera de actuar, recientemente con Luis Enrique, cambió algo -dependió más de las individualidades de los tres de arriba-, pero nunca se discutió que el esférico tenía que ser del Barça. ¿Qué ha pasado básicamente para que el equipo, como bloque, dejase de ser realmente dominante ante cualquier rival?
Pues, a grandes rasgos, que llegó Neymar, que Iniesta y antes Xavi pasaron la treintena y que Messi ya es el mejor jugador de todos los tiempos y él lo sabe. Sobre todo que, en sacrificio, coinciden sobre el campo el brasileño y el argentino.
En el Barça de Pep el equipo avanzaba mediante pases rápidos y apoyos incesantes hasta que en campo rival estaban, jugada tras jugada, todos los efectivos menos los centrales y el portero. Hasta aquí, algo similar a lo presente. Pocas veces se perdía el balón, dada la superioridad técnica y el fútbol de posición llevado a su cénit. Pero si se escapaba, no podía llegar al campo propio y dejar así a los zagueros solos ante el Séptimo de Caballería. Ésa era la premisa. Y todo sin prácticamente cometer faltas. Por tanto, tenía que presionarse en bloque y correctamente. Y así se hizo durante temporadas enteras. Pedro presionaba, Messi, joven y terrenal, aún apretaba, Xavi e Iniesta lo hacían. No importaba lo relativamente lento que fueses, lo importante era la posición y la implicación. Era sabido que si fallase uno la cosa se complicaría. Si faltasen dos a su compromiso, las derrotas empezarían a llegar, tarde o temprano. Y aquí está la principal diferencia.
Dije que llegó Neymar y que Messi es lo que hoy es. Y ambos comparten alineación, para todo lo -mucho- bueno y también para lo malo. Neymar no presiona y Messi tampoco. Presionar no es correr enrabietado tres balones en un partido, eso es impostar la virtud. Iniesta ha envejecido, también; pero no es un impostor. Y el sistema sigue siendo el mismo, un 4-3-3 en el que la mayoría de jugadores acaban en el área rival. Donde un error no solventado eficazmente en segundos significa un posible gol en contra.
Ningún entrenador va a poder, y tampoco creo que quisiese -porque igual perjudicaría su frescura y, con ello, su brutal rendimiento ofensivo- decir a Leo que tiene que implicarse como en su día lo hicieron, a su edad actual y con similar trascendencia, jugadores como Xavi. Por tanto, aceptando esto, ya son nueve futbolistas para la presión en un funcionamiento que necesita a diez. A todos. Pero incluso con este handicap, podemos decir que el mecanismo aún es sostenible si el resto lo ejecutan como un reloj. Al fin y al cabo, Messi gana un alto porcentaje de partidos en los que su equipo es peor que el rival.
Iniesta quiere continuar jugando a lo de siempre, a sus 34 años. Pretende seguir disfrutando con la pelota y sacrificándose sin ella. Lo ha demostrado. Sin Messi pero con él y el resto en la presión tras pérdida, el 4-3-3 aún funcionaría y sería dominante, por más que los rivales lo tengan tan bien estudiado. Pero está también Neymar. Ahí se las tiene que ver Ernesto Valverde. Con el actual Neymar, el engranaje pierde otro brazo. Y con ocho piezas sobre diez ya sí que es imposible hacerlo girar con garantías.
Neymar quiere ser como el actual Messi. Esto es: hacerse determinante arriba -muchas veces lo consigue- y no implicarse demasiado atrás. Y con esto último el equipo se viene abajo. Su vanidad es del calado de la más alta estrella que pueda pensarse. Vaya, la de uno de los cinco mejores futbolistas del mundo. Lamentablemente, lo normal. Pero en un equipo donde no es el mejor, en que la filosofía es grupal, donde no es posible que se gire en torno a él -en Brasil ya sucede-, su función no puede ser la que él demanda. Valverde tiene que hacer ver al astro que para que la idea vuelva a funcionar, tiene que ser uno más. Y que cuando Messi falte, él podrá ser Messi. En mi opinión, a juzgar por las actitudes del crack, una labor prácticamente imposible para el técnico.
Siendo así, y entendiendo que la idea de posesión es innegociable, Valverde tendrá que decidir si mantiene el dibujo e insiste en esta dura labor psicológica con los principales implicados o si lo adecua a las circunstancias. Si pasa a blindar la espalda de Neymar y del Messi mediapunta.
Síntesis táctica del tiempo reciente
Un repaso de los partidos de la temporada muestra la situación. Actualmente, Neymar se sitúa en la izquierda, el carril donde Jordi Alba no hace más que subir empujado por la inercia del juego. Iniesta, André Gomes o Denis Suárez en su defecto son los interiores zurdos que tapan los defectos del brasileño. El oponente sabe todo eso. Si no dispone de la pelota, repliega, se cierra muy atrás, roba por achique y sale en tromba por la zona derecha de su ataque, conocedor de que sin la presión inicial del 11, más la desubicación defensiva de Alba y la soledad -y veteranía- de Iniesta, en tres pases habrá adelantado veinte metros. Y ya habrá sobrepasado a siete azulgranas (delanteros, interiores y casi siempre laterales) y estará en velocidad frente a un Busquets que, con todo el ancho para él, no hace más que apagar fuegos y los dos centrales, que únicamente pueden recular y confiar en sus virtudes.
Messi está más respaldado, al actuar de mediapunta central y tener, detrás y cerquita, a los dos interiores. Pero ahora sin él, la parte derecha queda igual de huérfana. A menudo inexplotada también en ataque.
En resumen, sin la correcta presión justo en el epicentro de la pérdida, el rival puede contraatacar casi libremente por ambos costados. Ergo, el sistema tiene puntos flacos muy claros y se vuelve vulnerable. Débil. Y equipos como el Real Madrid, el PSG o la Juventus, tres bestias ofensivas tanto en posesión como en contragolpe, son capaces no sólo de ganarte, sino de hacerte añicos.
El 4-2-3-1, una posibilidad
Si la presión es insostenible, podría llegar el momento de «normalizar» el mecanismo. Una de las virtudes con las que se relaciona a Valverde es precisamente ésa, la de ser un entrenador sin alardes, con un sentido estético/pragmático correctamente medido. Quizá favorezca pensar algo más en el aspecto táctico, no exclusivamente en la premisa cruyffista de defender mediante el balón, como hasta ahora. O no malinterpretarla, como viene pasando. El fútbol ha evolucionado demasiado, y hacen falta más que palabras para medirte a equipos entrenados por gente como Simeone, Mourinho, Conte, Klopp o Guardiola.
Seguirán jugando los mejores, extremo que ni se plantea. Igualmente, la posesión no se debate. Se trata de mirar la manera de administrarla. Las zonas de influencia, el tempo del partido. El conjunto. El equipo tiene a los buenos y hay que ganar jugando al fútbol como debe de hacerse. Valverde juega a eso, por ello se le ha fichado.
Ante las debilidades, igual una posibilidad sería variar el centro del campo. Pasar del 4-3-3 al 4-2-3-1, lo que eliminaría a los dos interiores adelantados, mandando a una de esas piezas al mediocentro y a otra al banquillo.
El doble pivote permitiría poner a un hombre en la izquierda y otro en la derecha, como ahora con los interiores, pero unos metros más atrás de Neymar y Messi. El centro de la mediapunta quedaría para un Leo más similar que nunca a dieces como Maradona o Zidane, con mucho espacio para influir -en creación, conexión y finalización- y no tan exigido en defensa.
Así, la esporádica falta de presión de los hombre de arriba -no puede convertirse en norma- no tendría que ser resuelta de inmediato, y de manera forzada, por Iniesta y Rakitic de un modo individual y casi suicida. Busquets y su nueva pareja esperarían atrás, reforzando la zona crítica situada delante de los centrales, abarcando todo el ancho del campo de una manera proporcionada. El mediocentro, la ubicación más importante de cada partido. Con ello la retaguardia estaría guarecida en cualquier situación y a los atacantes les daría tiempo a replegar sin tanta urgencia como antes. Ese apremio que no han sabido respetar.
Pongamos que André Gomes o Rákitic – igual pueden ser Sergi Roberto o el propio Iniesta- acompañasen a Busquets. En primer lugar, ambos volverían a su puesto original y a la labor que mejor saben hacer. Y en ese rol, ojo, suben varios escalones. En el FC Barcelona, los dos han actuado hasta ahora de interiores posicionales, con funciones de estabilidad, toque rápido y acudas constantes. Muy limitados en movimientos, recursos y misión. En la nueva variante lo harían de segundo mediocentro, siendo el posicional Busquets, lo que les permitiría aventuras ofensivas en transición como las que los hicieron grandes en Valencia y Sevilla respectivamente. Potenciando sus mejores cualidades.
Pero al margen de esto, su nuevo emplazamiento serviría sobre todo para equilibrar el equipo. Arriba está el talento de Messi, Neymar y la vacante derecha del 4-2-3-1, bien ocupada por Rafinha, Aleix Vidal -donde sí sabe jugar- o bien por cualquier fichaje, como Deulofeu -si quisiese implicarse-. Más Luís Suárez. O sea, tres del top 5 mundial de cara al marco rival, probablemente. No se necesita demasiado más. No se precisa de los interiores.
Atrás, con dos piezas en lugar de un Busquets híper utilizado y a menudo asfixiado por la táctica rival, las labores de construcción de juego a ras de césped y de contención ante ataques de los contrarios, tanto en posesión como en velocidad, se verían reforzadas.
Ahora el equipo atacaría en estático cuando la domine desde atrás, pero la casi exclusividad actual de este modo de progresar pasaría a tener una alternativa. Y es que el doble pivote permitiría la salida en conducción de Gomes o Rakitic una vez recuperado el cuero, con apoyo en los siempre ofensivos laterales, o el envío más directo a las bandas. Una mejor superación de líneas. Ya no habrá que robar siempre arriba o morir. Al hacerlo metros atrás, el contrario estará más adelantado, habrá más espacios. Y todo beneficiará a jugadores como Gomes, Neymar o el propio Messi. Y hay que beneficiar a ellos como sea, el Barça lo necesita.
Sólo es una opinión, e igual Valverde nunca llegue ni a pensarse el variar el eterno 4-3-3. Pero lo que sí parece objetivo es que el problema de un dibujo para disminuir los defectos sin balón de Neymar y Messi, debe ser motivo de estudio para el nuevo entrenador barcelonista.
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