Los aficionados de Los Angeles Lakers nunca olvidarán la noche del 11 de octubre de 2020. La fecha en la que empataron al archienemigo, los siempre odiados Boston Celtics, como el equipo con más campeonatos de la historia de la NBA: 17. Un capítulo más en la gloriosa de la franquicia angelina.
Mientras los LeBron James, Anthony Davis, Kyle Kuzma, Rajon Rondo, etc. celebraban el nuevo título en el parqué de la burbuja de Disney World de Orlando, se hacía inevitable echar la vista atrás y recordar todo lo pasado desde la última vez que los Lakers habían alzado el trofeo Larry O’Brien. Un camino no de rosas, precisamente.
El punto de partida fue el 17 de junio de 2010. El decimosexto campeonato llegó ese día tras hacer hincar la rodilla a los Celtics del Big Three de Paul Pierce, Kevin Garnett y Ray Allen en el séptimo partido de las Finales. Los orgullosos verdes ya estaban solamente un anillo por delante de los de oro y púrpura.
Para el primer intento de asalto a la cima, los Lakers mantuvieron el bloque que les había llevado a tres Finales y dos títulos seguidos, pero la barrida de los Dallas Mavericks en las semis del Oeste de 2011 precipitó que la directiva buscase revitalizar el equipo. El gran objetivo, Chris Paul, no llegó porque la NBA vetó una operación en la que los Lakers iban a desprenderse de Pau Gasol y Lamar Odom. Eso provocó que Odom forzase su salida de L.A. y fue el inicio del deterioro de la relación de Pau con los Lakers. Así, en un 2012 marcado por el lockout y la no llegada de CP3, volvieron a caer en semifinales, esta vez ante los jóvenes Oklahoma City Thunder de Kevin Durant y Russell Westbrook.
A lo largo de estos diez años, el petardazo más sonado fue el de la 2012-13: el proyecto fallido de Steve Nash, Kobe Bryant, Metta World Peace, Pau Gasol y Dwight Howard. Un intento de equipazo que entró en Playoffs de milagro y sólo porque Kobe tiró del carro hasta, literalmente, romperse el tendón de Aquiles. Ese esfuerzo titánico fue el inicio del declive físico y deportivo del escolta. El inicio de la pesadilla real.
En 2014, sin Howard y con Bryant lesionado prácticamente todo el año, no hubo milagro y los Lakers se quedaron fuera de Playoffs. Si hasta entonces sólo habían faltado a su cita con la postemporada cinco veces y nunca más de dos seguidas, ese año comenzó una racha de ¡seis! campañas seguidas sin competir más allá de abril. Y lo peor de todo, estableciendo tres años seguidos el peor registro de la historia de la franquicia: 27-65 en 2014, 21-61 en 2015 y 17-65 en 2016. Un triste final para la legendaria carrera de un muy mermado Kobe Bryant.
Dejada atrás la era Bryant, el resurgimiento de los Lakers iba a depender del desarrollo de los D’Angelo Russell, Julius Randle, Brandon Ingram y compañía. Unos Baby Lakers que tuvieron luces (esos picks no se pueden considerar, ni siquiera vistas a posteriori, malas) y sombras (contratos inexplicables como los de Luol Deng y Timoféi Mozgov). A pesar del crecimiento sostenido del equipo, no hubo Playoffs ni en 2017 ni en 2018, pero las sensaciones era lo suficientemente buenas como para que, por primera vez en muchísimo tiempo, una superestrella estuviese dispuesta a fichar por los Lakers.
La llegada de LeBron James a L.A. tenía que ser el punto de inflexión. Al contrario que en Miami o en su segunda etapa en Cleveland, King James no llegó para formar un superequipo. Esta vez iba a ser una mezcla de veteranía (LeBron, Rondo, JaVale McGee) y juventud (Ingram, Lonzo Ball, Josh Hart). Un experimento que parecía que iba a salir bien… hasta que las lesiones comenzaron a cebarse con el equipo. Por ejemplo, LeBron venía de jugador todos los partidos la temporada anterior. En 2019 se perdió veintisiete, la cifra más alta de su carrera. Ya no eran cinco años sin Playoffs para los Lakers, sino seis. Y con 34 para 35 años, LeBron no podía permitirse el lujo de esperar la explosión de jugadores talentosos pero frágiles físicamente como Ball e Ingram.
En uno de los veranos con más movimientos de la historia, los Lakers se la jugaron enviando a Nueva Orleans a Ingram, Ball y Hart a cambio de un Anthony Davis en último año de contrato y que podía marcarse un Dwight Howard: irse a cambio de nada al final de la temporada si la cosa no salía bien. No fue así. Los angelinos fueron, de principio a fin, un equipo con todas las letras. Líderes del Oeste antes de que el coronavirus parase la competición en marzo, la reanudación en verano en la burbuja no cortó la dinámica y el resultado ya es historia: un nuevo banderín de campeones en lo alto del Staples Center. Todo en el año en el que Kobe Bryant perdió la vida en un trágico accidente de helicóptero. Ganar el anillo era casi obligatorio.
En la década más oscura de su historia, los Lakers vieron cómo su eterno vecino pobre, los Clippers, entraba prácticamente cada año en las quinielas por el anillo… con Chris Paul como jugador franquicia. También vieron cómo los casi siempre perdedores Golden State Warriors se convertían en uno de los mejores equipos de la historia del baloncesto. También vieron cómo los Celtics volvían a la competitividad en la mitad de tiempo que ellos. Todo ello mientras los grandes agentes libres rechazaban una y otra vez vestir el oro y púrpura. Esa etapa ya ha quedado atrás. Los Lakers, definitivamente, han vuelto.
Imagen de cabecera: Mike Ehrmann/Getty Images
Periodismo UCM. NBA en @SpheraSports y Sporting en La Voz de Asturias (@sporting1905).
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