Cuando yo era pequeño, la Copa de Europa era algo que soñábamos, algo inalcanzable. Eran los viajes del campeón de la Liga española a Moscú, Bucarest, Milán o Kiev. Eran transmisiones de radio con sonido telefónico, en las que a veces había que intuir lo que estaba pasando. Era la retransmisión televisiva en diferido, cuando ya no podíamos ver el partido porque había que ir a dormir. Era una competición de una dificultad extrema, que no daba segundas opciones, en ocasiones cruel, pero reducida en tamaño. Las crónicas del día siguiente en los diarios eran épicas, todo un acontecimiento. No existían las fases de grupos, ni los cupos de entradas para patrocinadores, ni la prohibición de nombrar a un estadio como un anunciante que no coincida con el oficial de la competición. Todo eliminatorias, a ida y vuelta todo menos la final. A cara de perro.
Después ocurrió que, mientras crecíamos, la UEFA decidió coger el espíritu de esa competición, y crear otra. Se ampliaba el cupo a más equipos de cada Liga aparte del campeón, sobre todo en los campeonatos domésticos más importantes. Se envolvía aquello con el glamour y la pomposidad que merece el torneo de clubes más prestigioso. Nacía el horario unificado. Se aumentaba la recaudación, por venta de derechos audiovisuales para retransmitirla y por patrocinio, y con ello aumentaban los premios y los precios. El marketing y la estrategia redefinieron un torneo legendario.
Está claro que ni la ambición ni la avaricia tienen un límite. Cuando ganas mucho, quieres poder ganar más. Pero, salvo por un período en el que se inventó una segunda fase de grupos que prolongaba todavía más la espera de las eliminatorias, la UEFA ha acabado moldeando una competición fantástica. Un imán para los patrocinadores y los aficionados. Un sueño para cualquier jugador de fútbol. La competición que vuelve hoy con sus eliminatorias, su verdadero guiño al sueño que alumbraron varios periodistas del diario L’Equipe en 1955, es un modelo de negocio a estudiar en cualquier Facultad de Economía. La mejor competición de clubes de fútbol del mundo.
Sin embargo, la cada vez menos velada amenaza por parte de los grandes clubes del Continente de hacer el camino por su cuenta, de escuchar los cantos de sirena de grandes financieras y emprender la aventura en solitario, obliga a la UEFA a contraatacar y prometer nuevos formatos y una mayor parte de la tarta para los actores de esta película. La Champions League tal y como la conocemos tiene su tope en 2024, cuando terminan los contratos ya firmados para las próximas ediciones de la competición. Entonces, parece que todo cambiará.
Hace tiempo que sospechamos que el fútbol de dentro de unos años será muy distinto a como lo hemos conocido antes. El cambio parece irrefrenable. Mientras tanto, a pesar de las circunstancias actuales, de la crisis provocada por la pandemia, de las amenazas, veladas y no tanto, a su futuro, hoy es un día para poner la ‘tele’ y la radio, y volver a disfrutar. Con un himno del que no sabemos la letra, pero al que reaccionamos físicamente de forma inmediata. Sin público, pero con una constelación de grandes estrellas en su gran escaparate. Veremos a Messi, a Mbappé, a Salah, Mané y Firmino, a Griezmann, a Verratti o Keylor Navas. Tararearemos “la Champions”. Compartiremos fotos, comentarios, ilusiones o decepciones. Y yo volveré a mi infancia. A los recuerdos de la Copa de Europa. La competición inigualable.
Imagen de cabecera: Denis Doyle/Getty Images)